¿Los Goya serán algún día una película redonda?
"Si yo fuera Mariano Barroso pediría asesoramiento a José Sacristán y a Carlos del Amor para la próxima gala. A ambos lados de la pantalla demostraron, una vez más, saber de qué va la cosa", la opinión de Isaías Lafuente
Madrid
Es una paradoja que quienes hacen el mejor cine sean incapaces de convertir en una buena película la ceremonia de entrega de sus premios. Aunque en su historia hay excepciones, los Goya de este año volvieron a tener un desparramado metraje y un montaje los vació de ritmo; algunos diseñadores de vestuario disfrazaron, más que vistieron, a sus modelos, e imagino a los miembros del sindicato de guionistas tirarse de los pelos tras escuchar manidos y cansinos discursos de agradecimiento torpemente interpretados, a veces, por extraordinarios intérpretes o directores de intérpretes.
Ya sabemos que los elegidos tienen amigos y familia, que el brillo de un premiado ensombrece el trabajo de decenas de compañeros, que la estatuilla jalona un largo camino merecedor de ser reivindicado, que el glamour de la gala esconde condiciones precarias y sacrificadas biografías en la industria. Pero no todo cabe en ese instante propio dentro de una ceremonia coral. La historia del cine está llena de retazos de guiones tirados a la basura, de metros de cinta que no acabaron en el montaje definitivo, de actores y actrices que quedaron fuera de los repartos... Y no siempre, pero de esa destilación suele surgir la excelencia. Si yo fuera Mariano Barroso pediría asesoramiento a José Sacristán y a Carlos del Amor para la próxima gala. A ambos lados de la pantalla demostraron, una vez más, saber de qué va la cosa.