La magia nocturna del Moncayo
Un horizonte de estrellas y pueblos iluminados acompaña la ascensión
Trasmoz
Ascender al Moncayo de noche es lo más parecido a volar sin levantar los pies del suelo.
La verticalidad de la montaña sobre el valle del Ebro hace que se convierta en un mirador espectacular. Lo es de día, pero al oscurecer adquiere otra dimensión. Basta con seguir el camino tradicional que asciende desde el santuario para descubrir un panorama que hipnotiza y sobrecoge.
De noche desaparece el horizonte. Hay un único lienzo. Arriba, las estrellas. Abajo, miles de puntos de luz que no son constelaciones, pero lo parecen. En primer término, los pueblos del Somontano del Moncayo. Algunos adoptan formas curiosas con su iluminación: San Martín es una media luna, Litago dibuja un lazo casi perfecto, de Trasmoz solo asoman los potentes leds de las farolas que iluminan la subida a su castillo, como cinco estrellas a ras de suelo, trazando una "L" idéntica a tantas que pueden verse en el cielo. Más allá, de oeste a este, Tudela, Tarazona y Borja destacan como soles rodeados de otros puntos más pequeños. Y en la lejanía, la gran mancha de luz que se extiende desde Figueruelas hacia Zaragoza.
Si se comienza la ascensión unas dos horas antes del amanecer, al alcanzar la cresta de la montaña el horizonte empezará a surgir de nuevo como una línea anaranjada y azul que se abre camino entre el cielo y la tierra. El sol aún tardará en asomarse. Durante unos cuarenta minutos la claridad aportará nuevos matices al paisaje, como el reflejo de la lámina de agua del embalse de La Loteta, algo imposible de apreciar el resto del día. Hay contrastes y destellos del paisaje que sólo pueden verse con estas primeras luces. Es como si todo estuviera más cerca. Desde la cumbre todo parece al alcance de la mano.
Después el sol, que se ha hecho esperar como la estrella que es, irrumpe con fuerza y en pocos minutos se apodera de todo. En poco más de noventa minutos habrás tenido la sensación de estar en dos mundos completamente distintos. Pero el sitio es el mismo: el imponente Moncayo.