El hombre que sabía demasiado
José Luis Melero recoge en “El tenedor de libros” un sinfín de historias marcadas por la pasión literaria
Zaragoza
El bibliófilo y escritor zaragozano, José Luis Melero, posee una de las mejores bibliotecas privadas de España, pero ese es un tesoro que su propietario siempre está dispuesto a compartir. Lo hace a menudo con investigadores y escritores de renombre, que han encontrado en sus fondos jugoso material para sus novelas, y lo hace también a través de sus artículos y sus libros. El último de estos es “El tenedor de libros”, un título que hace alusión a quienes manejaban los viejos libros de contabilidad, aunque aquí la labor contable tiene más de cuentos que de cuentas.
Los libros de Melero están llenos de otros libros y por tanto están repletos de historias diversas, de vidas no siempre ejemplares, de grandezas, de miserias, de anécdotas y de un sutil toque de humor marca de la casa. Además, muchas de esas historias tienen que ver con Aragón. Así en “El tenedor de libros” conocemos curiosidades como los intentos en la posguerra por dotar a Aragón de una salida al mar en compensación por su participación en la Cruzada Nacional; episodios de un cinismo atroz como el uso del viejo campo de Torrero para albergar a las prostitutas que acompañaban a las tropas franquistas desplazadas desde África; testimonios estremecedores como el fusilamiento de los hermanos José María y Augusto Muniesa, el segundo de ellos brevísimo alcalde de Zaragoza, que mueren abrazados en Valdespartera; curiosidades pintorescas como que el tenido por muy baturro cuento de “A Zaragoza…o al charco” existe idéntico en la tradición de la ciudad italiana de Biella, en el Piamonte; o revelaciones tan paradójicas como que en la biblioteca de Hitler figuraba una ejemplar del Oráculo Manual y Arte de la Prudencia de Baltasar Gracián que, como dice el autor, “a la vista está, leyó sin ningún aprovechamiento”.
No pueden faltar en un libro de Melero los detalles relacionados con la jota o con el Real Zaragoza, dos de sus grandes pasiones, y por supuesto hay muchas historias de libreros, de bibliófilos y de escritores. Sobre estos últimos, el autor prefiere recrearse en los menos conocidos, en los olvidados, en los que quedaron fuera de las tesis y las antologías, a los que rescata a veces con una mezcla de ternura y melancolía porque la vida de muchos de ellos no fue precisamente fácil. De otro lado, tampoco olvida señalar a aquellos autores cuya carácter era mucho menos humanista que sus obras, casos de Unamuno, Juan Ramón Jiménez o el filósofo Ortega y Gasset. En el lado contrario, el de los triunfadores y además admirados por el autor, merece la pena copiar una anécdota en la que José Luis Melero, en su papel de bibliófilo y admirador en busca de una dedicatoria, narra su encuentro con Mario Vargas Llosa: “Le llevé la primera edición de su primer libro: Los jefes, que firmó como Mario Vargas y que le publicó Editorial Rocas en 1959. Vargas Llosa se emocionó al verlo y me confesó que no había visto ningún ejemplar del libro desde que salió de Arequipa. Me lo pidió abiertamente y yo le respondí con franqueza aragonesa, que es como aquí llamamos a la descortesía: Ni hablar. No me conoce usted. Yo no me desprendo de este libro por nada del mundo”.
A la vista está que se puede ser un erudito y a la vez muy ameno y muy divertido. Ese autor existe. Se llama José Luis Melero.