Los años del BID

Valladolid

Ahí os quería haber visto yo. Antes de Internet, de Spotify, de Amazon Premium, antes de Napster, incluso, estaba el BID. Que suena a nombre de revista guarra, pero que en realidad, son las siglas de Boletín Informativo Discoplay. O Discoplay, a secas. Normalmente acababas suscrito porque tu hermano mayor lo estaba y cuando abandonaba el nido familiar tú quedabas como heredero y custodio de la revista-catálogo de pequeño formato (menos de una cuartilla) que cada mes llegaba, vía postal, a tu domicilio.

Un momento casi iniciático, por cierto, la primera vez que, ya con llaves de casa, y al regreso del colegio o instituto, abrías la portezuela del buzón y allí estaba. En sus páginas cientos de títulos, primero en vinilo y casete, y luego ya en CD. Y todo lo relacionado para su correcta reproducción, incluidas cintas limpiadoras y cepillos de fibras (nota para los lectores más jóvenes: "googlear" estos dos artículos).

También incluyó películas y posters. Y banderas. Y casi cualquier artículo imaginable que tuviera algo de relación con la música. Había un teléfono, con un contestador automático de los de toda la vida, para recoger los pedidos. Claro que también existía la posibilidad de enviarlo por carta. Y luego a esperar. De nuevo para el público menos talludito, esperar según la Real Academia es "tener la esperanza de conseguir lo que se desea". Nada de "pídelo ahora y recíbelo pasado mañana" o apretar un botón y comenzar a escuchar "ese" disco que tanto anhelas. Los 10 días o las dos semanas de rigor no te los quitaba nadie. 

Luego tenía que darse el caso de que hubiera alguien en casa para recibir el paquete. Si no, viaje a la oficina postal más cercana y espera para entender el auténtico significado de la expresión "contra reembolso". Eran otros tiempos. Los tiempos del Boletín Discoplay.