Europa

Córdoba

A principios de los noventa estudiaba en el Instituto de Bachillerato Blas Infante. Allí, una generación de profesores comprometidos, hijos intelectuales de la transición, intentaban explicarles el mundo a otra generación de jóvenes adolescentes que estábamos más interesados -la verdad- en besar que en escuchar teorías. Aún así, aprendí entonces una de las lecciones más útiles de mi vida gracias a uno de estos docentes: Jesús Padilla González. Durante cuatro años me enseñó historia, desde primero al antiguo C.O.U., pero lo más importante que aprendí con él fue la importancia de comparar la misma noticia en diversos periódicos. Tomé el hábito de informarme, de ser prudente en mis opiniones y de escuchar con interés al diferente; una lección a lo Voltaire que me ha resultado inolvidable, que aún hoy agradezco.

El otro gran recuerdo que tengo de aquellas clases es hablar sobre lo que iba a ser Europa, económica y socialmente. Entonces, que el euro estaba lejísimos y pagábamos con pesetas los cartones de patatas fritas cuando faltábamos a clase, pensábamos que jamás íbamos a ver como generación ninguna guerra ni ninguna injusticia en suelo europeo. Percibíamos aquello de Kosovo y Mostar como la excepción. No digamos conflictos en oriente o Siria... como si nos hablasen de Marte.

Después de leer diversos puntos de vista me pregunto en estos días qué pensará aquella generación de profesores excepcionales que explicaban aquella Europa que decían los libros de texto. Cómo podríamos, sin caer en un planteamiento meramente demagógico pensar o resolver una situación tan compleja mientras Bruselas está sangrando, empatizamos con los refugiados y recordamos a nuestros propios familiares que fueron niños que huían del terror; como mi suegro, niños que andaron cientos de kilómetros de una ciudad a otra para salvar la vida. Con toda esta cruel amalgama sólo queda desear que Europa esté algún día a la altura de las generaciones que la formamos y de los profesores que la explicaron.