Economia y negocios
El estilita, por Abel Peña

Pesos pesados de la moda

A Coruña

Estaba navegando por internet cuando descubrí un artículo que anunciaba lo que pasaba por ser una nueva tendencia en la moda masculina: tios peludos y gordos. El artículo incluía unos anuncios en los que unos tipos vulgares jugueteaban por casa haciendo el imbécil, agitando sus culos al ritmo de la música. Se suponía que demostraban que el sentido del humor desinhibido era suficiente para haeer sensual a un hombre, pero creo que lo que probaban es que un gordo en calzoncillos está condenado a hacer el payaso. Allí estaban, tipos que podrían ser mi vecino de abajo, con un felpudo en el pecho, retozando entre las sábanas. Parecía una parodia de un anuncio de verdad. Suspiré ante esta nueva muestra de decadencia de la civilización occidental, aunque tampoco era una sorpresa, porque en los últimos meses no había dejado de escuchar como las mujeres con sobrepeso se estaban haciendo un hueco en el mundo de la moda. El mensaje es que lo natural resulta hermoso y que, por tanto, es hora de desechar la idea de que mujeres de 40 kilos cuyas únicas curvas son los pómulos representaran el paradigma de la belleza. Todo el mundo parece encantado, pero en lo que a mí respecta, el concepto de natural puede ser tan resbaladizo como el de la belleza.

Claro que no tengo ni idea del mundo de la moda. El único desfile que he visto durante más de 30 segundos es el de Victoria´s Secret, pero ese visionado y mi capacidad para llegar a conclusiones precipitadas me ha bastado para atar algunos cabos y adoptar una postura: estoy totalmente en contra de este nuevo movimiento de modelos gordas. Y no se trata de que no sean atractivas. Es más, me parece ofensivo que se crea que los hombres, que una vez más somos víctimas de una situación que no hemos creado pero con la que hemos tenido que convivir, contribuimos de alguna manera a crear un canon de belleza femenina basado en la delgadez. Simplemente, los modistos, que en su mayoría mantienen unas relaciones exclusivamente platónicas con el sexo femenino, escogían a mujeres sin curvas como maniquíes porque era más fácil entallar los vestidos en torno a un palo humano y éstos, a fuerza de salir en las portadas de las revistas de moda, se convirtieron en la referencia. Quizá los heterosexuales tenemos parte de la culpa: si no escondiéramos nuestras propias revistas debajo de la cama hubiéramos podido ofrecer otros ejemplos estéticos a las mujeres.

Pero probablemente algún aguafiestas objetará que la imagen que ofrecen las revistas masculinas tampoco es fácil de obtener. De acuerdo. Aún así ¿Qué pasa con la excelencia? Siempre he aceptado que la gente famosa, que sale en la televisión y en la prensa, y que gana mucho más dinero y que recibe la atención y la adoración de las masas es mejor que yo, héroes e ídolos: deportistas, actores, cantantes... En general, tienen todo lo que se puede desear y presumiblemente se lo merecen porque el talento y el esfuerzo que han demostrado en sus campos les sitúa por encima del común de los mortales. Quizá cobrar millones de euros cuando su único talento es patear una pelota contra una red es un poco excesivo, pero en todo caso es una habilidad que no está al alcance de todo el mundo. Y eso no se puede decir de las modelos.

Ser maniquí no requiere un talento real más allá de ser fotogénica, y tampoco una formación. Sé que existen academias de modelaje, y aunque no tengo ni idea de cuál es su temario, dudo mucho que pueda compararse con la más humilde FP. Así que solo queda el esfuerzo, y el único esfuerzo que realizan las modelos es la dieta. Hasta hoy, el precio de una vida fácil bañada en la luz de los flashes era consumir día sí y día también un menú ecléctico basado en la lechuga y el tofu regado con champán y aliñado con cocaína. De hecho, en el caso de las modelos, yo no considero la bulimia y la anorexia tanto un trastorno alimenticio como una lesión profesional, como el menisco de un futbolista o el Parkinson de un boxeador.

Y ahora, una nueva generación de modelos avanza bamboleante por la pasarela, maniquíes aupadas por una masa de mujeres (que, según criterios médicos, sí tienen sobrepeso) que las apoyan porque, al verse reflejadas en ellas, no se sienten heridas en su vanidad. Una nueva generación de modelos que alcanzan el éxito sin sufrimiento ni sacrificio, que nunca se han arrodillado frente a un retrete para inducirse el vómito ni pasado ocho horas al día sudando en manos de un entrenador sádico ¿Es eso lo queremos? ¿Qué la próxima vez que leamos una entrevista a una top model y el periodista le pregunte qué come para mantenerse en forma, ella responda "phoskitos"?

 
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