Ciencia y tecnología
El Estilita, por Abel Peña

La creación según Wismichu

A Coruña

Parece que la comunidad youtube está pasando por una crisis. Me enteré de ello leyendo de la prensa digital y me asombró muchisímo, porque había oído por primera vez el término hacía solo dos o tres años y me había prometido a mí mismo ponerme al día y visionar una o dos cintas de estos personajes para saber de qué iba la cosa en cuanto tuviera tiempo. Y ahora resultaba que la época dorada de los youtuber había concluido y me la había perdido. Estaba lleno de remordimientos pero, como la historia antigua siempre me ha interesado, seguí leyendo.

Según el artículo, parece que todos esos chavales estaban pasando por un bache creativo. Se habían metido en esa plataforma porque no les gustaban los contenidos televisivos y querían crear los suyos propios pero, de repente, ya no eran capaces de subir videos chispeantes a su canal de Youtube, sentían que no tenían nada nuevo que comunicar a sus fieles suscriptores, el objetivo de la cámara era un ojo acusador cuya mirada no eran capaces de sostener. Repetían formatos, se copiaban ideas los unos a los otros. Usaban trucos fáciles para conseguir aumentar su número de seguidores, porque muchos de ellos vivían de eso, así que necesitaban ser comerciales, darle al público lo que quería. Uno de esos contenidos recurrentes era el taxi challenge: por lo que entendí, consiste en echar carreras por el videojuego Gran Theft Auto, desafiándose a hacer las mayores locuras posibles. Otro truco muy socorrido eran los concursos de imitar acentos. A medida que continuaba el reportaje, pude leer las opiniones de individuos como Mark Miller, Juanmasaurus, Gominuke o Terafobia, que contaban a la cámara la desgarradora etapa de vacío creativo por la que habían pasado en su habitación llena de juguetes y pósters de videojuegos como telón de fondo.

Hice clic en los vídeos. El tal Miller era un crío cuyo pelo azul le hace parecer el hijo ilegítimo de un pitufo y que explicaba a sus 230.000 seguidores como había estado "on fire" porque hacía tres años que era youtuber y se había dado cuenta de que sus vídeos estaban empeorando y no se lo había contado a nadie porque no quería preocuparles y prefería interiorizarlo. "No he colgado nada en Instagram desde antes de Navidad, y estamos en febrero", confesaba, como ejemplo de cómo había tocado fondo de la manera más completa. Juanmasaurus no era mucho mejor, un gordito afeminado que aseguraba a sus suscriptores que había pasado "una época oscura" porque no sabía si "era esto lo que me llenaba", para luego pasar a hacer planos cortos de todo lo que había en la casa, al tiempo que lo enumeraba en beneficio de los menos dotados intelectualmente de sus 220.000 suscriptores: "Esto es un sofá, una cocina, un armario...".

Terafobia, en cambio, resultó ser una chica con pelo largo y gafas enormes, que vestía de oscuro. Estaba sentada en el borde de la cama, muy seria, ignorante que detrás de ella su gato se daba a si mismo placer oral. Solo tenía 60.000 seguidores, a los que contaba en tono reflexivo cómo llevaba tiempo sin entrar en Youtube. Explicaba que las cosas habían cambiado desde hacía dos años en la comunidad, que la gente subía videos por obligación, que se había perdido espontaneidad e ilusión, que no aparecían caras nuevas que lo "petaran". "Creadores, por favor, tratad de crear cosas distintas. Que lo peten esas ideas nuevas, aunque nos dé rabia que no se nos hayan ocurrido a nosotras", suplicaba en su alegato, al tiempo que se comprometía a seguir visitando Youtube.

Personalmente, tengo mis dudas de que eso ocurra. Más bien me parece que el fenómeno youtuber está siguiendo el mismo camino que recorrieron ya los bloggers: la mayoría de ellos son tan jóvenes que no pueden recordarlo, pero antes de la explosión de las redes sociales, los blogs eran lo más. Todos los que querían estar a la última abrían su propio blogg en la que regalaban a su público virtual sus profundas reflexiones sobre lo que iba mal en el mundo, lo que opinaban del amor y de la muerte, sus relatos cortos o sus poemas, si realmente se trataba de un caso terminal. Puede que fueran miles de personas las que abrieran bitácoras que sus amigos leyeron por compromiso o por curiosidad y en las que dejaron sus comentarios de admiración o ánimo, pocas veces sincero. Invariablemente, a las pocas semanas, las entradas se espaciaban hasta desaparecer, a medida que el bloguero comprendía que su rico mundo interior no era ese pozo de sabiduría que él se imaginaba y que escribir requería una disciplina y un talento que nunca había desarrollado. Cuando llegaron las redes sociales, se aferraron a ellas como una tabla de salvación y acabó la moda, dejando tras de sí un montón de blogs cuyas últimas entradas se remontan a 2011, flotando como cadáveres digitales en internet.

Hoy en día, sobreviven los blogs que tratan de un tema en concreto, que aportan información sobre la pesca, el fútbol, o la moda, lugares a donde pueden acudir los navegantes a leer sobre novedades, trucos o datos de interés: contenidos de verdad. Es cierto que en Youtube hay expertos en cualquier campo que cuentan con su propio canal y, de hecho, ninguno de ellos aparecia en el reportaje quejándose de estar quemado. Todos esos "creadores" angustiados eran del tipo que se limita a exponerse ante la cámara haciendo comentarios intrascendentes, bromas infantiles o respondiendo a las preguntas de sus seguidores o burlándose de ellos. Quizá por eso Wismichu había decidido hacer una gira que le había llevado al teatro Colón, pasando de una plataforma digital a otra de madera. Más que creador, se ha dado cuenta de que es un humorista. Y a diferencia de los primeros, estos cobran entrada.

 
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