Sociedad
El Estilita, por Abel Peña

Benemérita astucia

A Coruña

Hace poco salió a la luz pública que un guardia civil de Tráfico había impedido el suicidio de un señora en una carretera cercana a Vigo. La mujer había intentado acabar con su vida saltando desde un viaducto, pero el benemérito había bajado del coche y, avanzando como un tigre al acecho, conseguido agarrarla y ponerla a salvo. Hechos como este son la clase de publicidad que busca el Instituto Armado, así que sus superiores se encargaron de airearlo en los medios de comunicación: el agente salió en la TVG explicando que era el tercer suicida en potencia que salvaba en los veinte años que llevaba luciendo tricornio. Según él, su trabajo es sobre todo humanitario. Como en mis ocasionales contactos con los agentes de Tráfico nunca me ha funcionado apelar a su humanidad para evitar la multa (excepto una vez), me parecería poco creíble si no fuera porque mi regla de oro es aceptar todo lo que me dice un hombre armado.

Pero resulta que hacía menos de una semana, otra patrulla de la Guardia Civil que prestaba servicio por Sada salvó a un joven al que encontraron en la repisa dela plataforma de un viaducto, tras saltar la valla. Recuerdo haber leído con incredulidad el comunicado del Instituto Armado donde se explicaba aquello (verídico): “Con astucia y sin dilación, la patrulla de la Guardia Civil compuesta por un vehículo bicolor y otro camuflado procedieron a realizar la maniobra necesaria para captar la atención del individuo, lo cual sirvió para que dos agentes se acercaran rápidamente, sujetaran al joven por las piernas tras elevarlo por la barandilla y posteriormente lo colocaran sobre la carretera”.

Aquello planteaba varias preguntas como, por ejemplo, cuál fue la astuta maniobra que usaron para impedir que alguien que está en medio de un puente pueda descubrir a un agente avanzando hacia él desde varios metros de distancia. Sin menospreciar las habilidades de infiltración de los guardias civiles, sospecho que los potenciales suicidas colaboraron un poco más de lo que el comunicado policial dejaba entrever. El chico se había derrumbado tras el astuto rescate llevado a cabo por los agentes y confesado que tenía muchos problemas.

Claro que los picoletos también tenían los suyos. Me los imagino patrullando por una carretera cualquiera, charlando de sus problemas, comentando lo buena que estaba la nueva chica del cuartel, cuando de repente divisan a una figura colgando de la valla de un viaducto. “Mira, Manolo, tenemos otro”, dice uno de ellos, que podría llamarse Francisco. “¡No jodas! ¿Otro? Habrá que avisar al cuartel”, comenta su compañero mientras agarra la radio. El conductor (probablemente) enciende las luces y toma el primer desvío mientras maldice. “¡Joder! Como les gusta llamar la atención” y su compañero, como se espera de él, le apoya: “Cualquier día de estos, uno va a saltar y menudo marrón para el pobre desgraciado que pase por debajo en ese momento”. “Pues te toca a ti hablar con este”. “’¡No, coño! ¡Te toca a ti! Yo hablé con ese al que le dejó su mujer” El conductor derrapa. Solo porque puede hacerlo y porque se enroló precisamente por cosas como esa. Y porque está furioso, claro. “¡Y una mierda! Me cambiaste el turno por aquella imaginaria ¿Recuerdas?”. “¡Me cago en el Pilar! ¡Es verdad! Vale, voy”.

Cabreado por haber perdido la vez, el guardia civil abre la portezuela y pisa el asfalto, mientras el potencial suicida se prepara para saltar, pero sin mucho entusiasmo, como un nadador para el que el agua está demasiado fría. “No se acerquen!”, les advierte. “Tranquilícese, hombre. A ver ¿Qué le pasa?”, le pregunta el benemérito en tono conciliador mientras se ajusta el cinturón. El chaval, al borde de las lágrimas, confiesa: “Es que tengo muchos problemas”. Aquella frase hace estallar al agente. “¡Problemas! Y yo, no te jode, yo también tengo muchos problemas ¡Y este! –dice señalando a Manolo- ¿Qué problema vas a tener tú si tienes 25 años? Ya me gustaría verte a ti viviendo toda tu puta vida bajo el código militar, que me llevan abierto tres expedientes por quejarme. Me compré un chaleco antibalas porque no me daban uno y ahora me han dicho que no lo puedo llevar, porque no es reglamentario ¡Quinientos euros a la mierda! Todo el mundo nos odia porque multamos, pero si no lo hacemos, nos recortan el sueldo por falta de productividad, y con la crisis nos han retirado las pagas extra. Y tengo que vivir en un puto cuartel, todo el rato rodeado de gente vestida de oliva, viendo siempre las mismas caras. No puedo ir al País Vasco o Cataluña sin que me llamen cabrón. Y el comandante, un hijo de puta que se dedica a poner a dedo a su gente, como si el Cuerpo fuera su cortijo. Y mi mujer me pregunta día sí y día también por qué ascienden a todos menos a mí. Si yo no quería esto: de joven tocaba en un grupo de rock, joder, pero me metí en esto porque toda mi familia es picoleta ¡Una mierda todo!”.

Su compañero se plantea empujar al suicida para eliminar testigos del derrumbe emocional de su compañero, pero se contiene porque alguien tiene que mantener la cabeza serena en medio de aquel jaleo. En vez de eso, ayuda al avergonzado suicida, que no para de murmurar disculpas, a volver a saltar la valla. El resto de viaje en el coche patrulla transcurre en un incómodo silencio hasta llegar al hospital y luego al cuartel. Una vez allí, mientras el teniente del destacamento interroga a sus hombres sobre el servicio, se llevan al joven suicida a la sala de espera, donde aguardará a que le recoja alguien. Para aquel entonces, el impresionable joven ya presenta los primeros síntomas del síndrome de Estocolmo.

-¿Ese es el comandante? ¡Cabrón, hijo puta!

El teniente le ve marcharse con el ceño fruncido. Se huele algo.

-¿Qué le pasa? Menudo zumbado.

-Es que tiene muchos problemas, mi teniente.-explica Francisco.

-Ya ¿Cómo evitaron que se tirara al vacío?

Los dos agentes se miran de reojo, con precisión militar, mientras esquivan la mirada de su superior.

-Con astucia, mi teniente.-responden al unísono.

 
  • Cadena SER

  •  
Programación
Cadena SER

Hoy por Hoy

Àngels Barceló

Comparte

Compartir desde el minuto: 00:00