Rebobine, por favor
Ahora son como los supervivientes de una película de apocalipsis nuclear, pero hubo un tiempo en el que los videoclubs reinaron en el ocio doméstico
Valladolid
En función de su edad, querido seguidor, seguramente tendrá uno favorito. Puede que hasta varios. Quien esto escribe, empezó con el Chaplin. Y siguió con el Secuencias. Y el Sesión Continua. Pero hubo otros, claro. Pequeñas infidelidades. Y es que hasta El Corte Inglés, en la apertura de su primer centro comercial de Valladolid, allá por 1988, contaba con uno de ellos entre sus servicios.
El videoclub fue durante la década de los 80 y los 90 el motor del ocio doméstico. Su explosión se produjo cuando en los domicilios se generalizaron los reproductores de vídeo. Beta, primero y luego VHS, que sí, se veía peor, pero fue el formato que ganó aquella guerra que se cobró otras víctimas, algunas que casi no llegaron a desenfundar como el sistema 2000 o el Laserdisc.
En las estanterías del videoclub convivía de todo: los últimos éxitos de Hollywood, grandes superproducciones que eran miradas de reojo, unos estantes más allá, por los productos de serie B protagonizados por Chuck Norris, por ejemplo. Y sí, recluido en un cubículo aparte o situado en un lugar estratégico reservado sólo a los adultos, también estaba el porno. Como en todo había clases y eso se notaba en el precio.
Para los más jóvenes, una vez más, hay que explicar cómo funcionaba el invento. Iba al videoclub del barrio (podía haber más de uno) y te hacías socio. Te daban un carné, que tras el DNI, era el primer documento que acreditaba que uno se iba haciendo mayor. Ese carné abría la puerta a un mundo de entretenimiento sin fin. Horas ante la pequeña pantalla, a veces muy pequeña, que sólo requerían de cabezales limpios y, como no, devolver las cintas rebobinadas, por favor. Rebobinar, un concepto ignoto para los millenials.
Había precios en función de la categoría de la película. No era lo mismo hacerse con una "supernovedad" que con algún título de saldo. Pero si te importaba poco esperar por esa cinta de reciente aparición, por el mismo precio te podías llevar a casa dos o tres más antiguas. En un platillo de la balanza, por ejemplo, 'Desafío Total'. En el otro, dos películas de Bud Spencer (snif, snif) y Terence Hill. Era cuestión de elegir y de analizar la disponibilidad económica, vinculada, por lo general, a las propinas y otras formas de generosidad financiero-familiar.
Fueron un buen negocio para sus propietarios. Pero también encontraron su némesis, su archienemigo. La piratería, primero, y el consumo de películas y series a través de Internet acabaron con casi todos. Quedan algunos, claro, desperdigados aquí o allá, como los supervivientes de una "peli" de zombis o los que siempre se salvan en una cinta de catástrofes. O los héroes que aguantan las embestidas del malo y sus sicarios. O la banda de amigos que vive su gran aventura en plena adolescencia. Podría seguir poniendo ejemplos, pero me tienen que disculpar porque tengo que devolver las películas que alquilé el viernes y, como me pase de plazo, me toca pagar penalización. Hasta pronto.
Mario Alejandre
Cuenta lo que pasa en Valladolid y en Castilla y León desde que se incorporó a la SER, en el verano...