El final de un estilo

A Coruña

Apenas hay nada tan difícil de escribir como un final. Quizá solo un principio y una noticia de sucesos. Cuando se trata de acabar con la historia te asalta una responsabilidad devoradora, un sofoco, una opresión torácica que demanda justicia para todos. Justicia para los protagonistas, justicia para quienes siguen el relato, justicia para quien narra y para aquel secundario... Justicia con tantas formas y esquinas que es imposible que sea justa. En consecuencia hay que elegir y por eso hay tan pocos finales que gusten a todos. Uno de ellos es el de la primavera, es decir, San Xoán. Sin duda creer que se puede echar todo al fuego, incluso lo intangible, tiene un poder curativo; pero hay varios finales más previstos para estos días cuyo acierto no podemos garantizar.

A la muerte de la primavera se suma la despedida de esta sección, porque la temporada radiofónica invernal se va de vacaciones. Añadan, también, el remate de (otra) campaña electoral y arrójenla, arrójenla al fuego confiando en que esta vez no regrese. A lo largo de estos meses de radio hemos fotografiado la caída de Millán-Astray en A Coruña, a quien la democracia tardó en vencer 40 años. Hemos visto llegar, aunque con retraso, una necesaria renta social municipal. Hemos asistido a las quejas de algunos sobre el día a día, a las dificultades llenas de innovadores matices para aprobar un presupuesto, a la tortuosa relación entre el gobierno local y su "socio preferente". Hemos vivido un puñetazo a Rajoy, que nada tiene que ver con Feijóo, él solo intentó, sin éxito, ocupar su silla. Pero todavía nos resta por vivir un desenlace: el del domingo.

Este domingo a todos nos toca elegir un final y, en medio de nuestro proceso creativo, se nos ha aparecido Jorge Fernández Díaz, ministro del Interior. Lo ocurrido con el ministro es de una gravedad extrema, de tal calibre que debería activar un automatismo de salud democrática. No es así. Las conversaciones sugieren, ya no una serie de tramas de golfos que, aunque mil veces repetidas, nos aseguraban que tenían un recorrido limitado; sino una estructura de ponzoña jerarquizada, organizada, en la que algunos pueden actuar como instigadores desde puestos de la más alta responsabilidad del estado, buscando alianzas entre el cuerpo de funcionarios con intención de orientar su actividad hacia intereses personales o políticos. Todo pagado con dinero público. Esta decadencia, que hemos permitido alimentarse durante demasiado tiempo, ha engordado hasta el punto de que ya no solo los hechos suceden, sino que quienes los protagonizan viven con la convicción de que no es necesario asumir responsabilidad alguna ni siquiera en campaña electoral, donde las sensibilidades suelen atenderse con mayor generosidad. No se trata de una cuestión delictiva, que es material de los tribunales, sino de dignidad. Desde cualquier posición ideológica, desde las siglas de cualquier color, lo urgente e inesquivable es el final de un estilo: el que cree que gobernar solo exige ganar y representar no precisa de dignidad. Aquellos que piensen que no es necesario cambiar nada condenarán a la frustración a un porcentaje de personas cada vez mayor y no hay nada más antisistema que eso. El final de un estilo se construye como un imperativo transversal. Mientras, esta noche caliéntense al calor de la hoguera, disfruten y que tengan un feliz verano.