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Encontrando a Guastavino

El arquitecto valenciano Rafael Guastavino, que no fue profeta en su tierra, tuvo una vida azarosa que le hizo recalar en los florecientes Estados Unidos de entre siglos, donde su bóveda tabicada e ignífuga causó furor

Callejeando (29/06/2016)

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Valencia

El arquitecto valenciano Rafael Guastavino (Valencia, 1842 – Baltimore, 1908) no fue profeta en su tierra. Este excéntrico y casi desconocido genio tuvo una vida azarosa que le hizo recalar en los florecientes Estados Unidos de entre siglos, donde su bóveda tabicada e ignífuga causó furor en un país cuyas ciudades más importantes acababan de ser destruidas por grandes incendios. Pero en Valencia, su ciudad natal, su huella es prácticamente imperceptible. No construyó nada en la ciudad del Turia, la calle donde nació ya no existe, y la que tiene dedicada desde 1964 está perdida, sin números ni domicilios, entre los muros de las antiguas instalaciones ferroviarias del puerto, por donde discurría la conocida vía pedrera.

La figura de Rafael Guastavino sigue siendo bastante desconocida para el gran público valenciano, a pesar del recién estrenado documental “El Arquitecto de Nueva York” y del esfuerzo que están realizando diversas entidades culturales por rescatar la memoria de este genial arquitecto. Su corta estancia en Valencia, apenas 17 años, y el desarrollo de su vida laboral en un escenario tan lejano en el espacio y en el tiempo, hacen de él un personaje todavía ajeno a ojos de nuestra ciudad.

De lo que no hay duda es de que Gustavino fue un embajador de Valencia en el mundo. No solo exportó la bóveda tabicada típica valenciana, sino que siempre utilizó como referentes edificios tan representativos como la Catedral, La Lonja de la seda, la iglesia de las Escuelas Pías y la Basílica de la Virgen de los Desamparados. De hecho, Guastavino copió el edificio de la Lonja para la casa de España en la Exposición Universal de Chicago de 1893 y tomó como ejemplo la Basílica para construir otra semejante en Asheville (Carolina del Norte), donde fue enterrado en 1908. Incluso dicen que creaba autenticas fallas para demostrar la resistencia al fuego de sus bóvedas. Pero en la ciudad de Valencia es difícil seguirle el rastro, incluso hasta la calle que lleva su nombre.

En la década de los 60 la ciudad de Valencia era, urbanísticamente hablando, un caos. El crecimiento era desmesurado y sin control y la apertura de calles nuevas en cualquier rincón de la ciudad se contaba por decenas. En este contexto, el negociado de estadística y el cronista de la ciudad, en aquel entonces Francisco Almela y Vives, encargados de proponer nombres para las nuevas vías, no daban abasto.

El erudito Almela y Vives, gran conocedor de la historia de Valencia y sus protagonistas, tenía la sana costumbre de adjuntar una pequeña biografía de casi todos los personajes que proponía para rotular una calle, con la intención de dar a conocer al personaje ante las autoridades y justificar su inclusión en el nomenclátor callejero de la ciudad.

En 1964, en plena vorágine rotuladora, uno de los personajes que se deslizó entre tantos otros fue el del arquitecto Guastavino, del que Almela destacó en cuatro líneas su origen valenciano y la “invención de la bóveda tabicada a prueba de fuego que tan buena acogida tuvo en los Estados Unidos”. En aquel momento, en el que se rotulaban calles como churros, la de Guastavino fue una más y pasó tan desapercibida como la calle escogida para rotular, a espaldas del grupo de viviendas Ramón Laporta, por donde hacía poco pasaba el tren en dirección a las canteras de El Puig para abastecer de material a la junta de obras del puerto.

En aquellos años del desarrollismo, a la vez que se abrían nuevas calles, otras en el centro histórico desaparecían fruto de las reformas urbanísticas. Entre ellas la calle de la Puñalería, donde 125 años antes había nacido Guastavino, cuyas casas fueron demolidas para ampliar la plaza de la Reina. Es decir, el Ayuntamiento demolió su casa natalicia al mismo tiempo que rotuló una calle en su honor. Todo un detalle.

Hoy, esta calle del barrio del Canyamelar, sin números ni domicilios, es una buena metáfora de la poca memoria de una ciudad a la que le cuesta reconocer su propia historia. Sin embargo, a unos metros de la calle del arquitecto Guastavino, en la plaza de la Virgen del Castillo, en el zaguán de uno de los bloques de viviendas del mismo nombre, se puede observar un ejemplo de bóvedas tabicadas construidas en 1943 que hubiese firmado el mismo Guastavino. Sin duda, un acto involuntario de justicia poética.

Lee el artículo completo en: http://valentinatopofilia.wordpress.com/

 
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