Sociedad
Mario Ocaña

‘La duna’

La duna de Valdevaqueros en Tarifa y los 'problemas' que de un tiempo a esta parte ocasiona, es el motivo de la firma de nuestro colaborador.

Firma mario Ocaña, 'La duna'

Firma mario Ocaña, 'La duna'

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Algeciras

Es una de las imágenes que recuerdo de la infancia cuando, por alguna razón, había que ir a Cádiz. En autobús, claro. Desde la ventanilla, después de dejar atrás Tarifa, que entonces era un pueblo pequeño de gente de mar, sin kitesurferos ni tiendas de marca, contemplábamos las soledades horizontales de Los Lances, azul con azul y oro, donde – nos decían los mayores – los peligros acechaban a los temerarios que osaban meterse en aquellas aguas que ocultaban peces venenosos, resacas asesinas, restos de naufragios y ánimas de ahogados sin la preceptiva confesión que vagaban insepultas e insensibles a los torbellinos de espuma.

El autobús jadeaba impulsado por el viento a favor y , a lo lejos, comenzaba a definirse, entre alguna palmera solitaria, algún cortijo aislado o una piara de retintas que siempre ofrecían el trasero a Papá Levante, la duna, enorme y dorada, que se alzaba como una luna menguante caída del cielo coronando el arco de la playa. La duna, la montaña de arena, cerraba, y cierra, el horizonte de Valdevaqueros luminoso y sumiso unas veces, tenebroso e hirviente de espuma y oleaje, otras. Me parecía entonces aquella duna una especie de ser encantado, un dragón enorme que custodiase a algún ser mitológico, cuya espina dorsal – cañas y juncos – destacaba al contraluz espeso de las puestas de sol en los otoños. Pensaba entonces, acomodado en los viejos asientos tapizados de la tartana, que aquella duna habría contemplado el lento navegar de las naves romanas cargadas de garum, los surtidores de espuma con que las ballenas azules delatan su paso por el estrecho de Gibraltar o las velas triangulares, como aletas de tiburón, con que los corsarios españoles apresaban a todo aquel que navegaba por estas aguas en tiempos de guerra. Luego supe que todo eso no eran más que ensoñaciones de niño viajero y que la duna, bajo cuyas arenas me imaginaba ruinas de palacios orientales o tesoros escondidos por piratas, no era más que el resultado del empuje de los vientos de levante sobre la costa.

Leo ahora, y se desde hace unos años, que la duna es un problema. Por que está viva, se desplaza, ahoga pinares, sepulta carreteras y plantea problemas a las personas que viven en su entorno. Hace muchos años la duna de Valdevaqueros, y la de Bolonia también, estaban fijas, no provocaban esos problemas. Quiero pensar, y yo de dunas solo tengo recuerdos alegres de tardes de verano, historias inventadas y poco conocimiento, que entonces las dunas eran más altas y no se desplazaban, quizás debido a un sistema de contención realizado con cañas entrelazadas situadas en su cresta que contribuían a inmovilizarlas. A lo mejor los viejos, antiguos y tradicionales métodos son la solución al problema y nos permiten seguir gozando de la belleza de los dragones dormidos junto a las playas que baña la mar océana.

 
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