Sociedad
DOMINGO LÓPEZ

La Justicia de Peralvillo

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El interés que parece haber suscitado mi primera colaboración sobre nuestro refranero, me anima a pedir la ayuda de ustedes, oyentes, con el fin de sacar del olvido ese patrimonio cultural que nos identifica. Sería muy conveniente que enviaran aquellos dichos y refranes que hablen de sus pueblos, y que acompañaran, si la saben, la historia que los explica. Pueden hacerlo, si lo desean, a través de twiter, facebook, correo electrónico o de los comentarios en la misma página de la Cadena Ser. Entre todos podemos recuperar ese importante acervo popular que satisface, además, esa curiosidad de conocer lo que creíamos olvidado de nuestros pueblos o de los pueblos cercanos.

La participación que pido me permite hacer aquí dos aportaciones sobre el refrán anterior, el de “Malagón, en cada casa un ladrón”. Un oyente, Alberto, me dice que hay una variante que rima con ladrón: “Y en la del alcalde, dos”. Otro me comenta que Gonzalo Correas, en su Vocabulario de refranes, de 1627, cuestiona que la historia que cuenta Mateo Alemán sea verdad. Y Correas lo justifica diciendo que era normal que los de los pueblos cercanos dieran matraca con ese refrán a los de los pueblos cuyo nombre terminaba en -on.

Esta vez me centraré en uno sobre Peralvillo, aldea de Miguelturra que se encuentra al norte de la población en la carretera de Toledo a Ciudad Real: “La justicia de Peralvillo, que, después de ahorcado el hombre, hacíale pesquisa del delito”, y una variante: “La justicia de Peralvillo, que, después de ahorcado el hombre, le leen la sentencia del delito”. Aparecen documentados en el citado Vocabulario de Correas, y en él se justifica que era allí, cerca de Ciudad Real, donde asaeteaban los de la Hermandad a los salteadores. Hecho este que también constató Sebastián de Covarrubias en su Tesoro de la lengua castellana o española, de 1611. Del Refranero popular manchego, de Jesús María Ruiz y Juan Manuel Sánchez, de 1998, extraigo estas otras variantes: “La justicia de Peralvillo, que primero lo mataban y luego lo juzgaban” y “La justicia de Peralvillo, antes las saetas que lo escrito”. Utilizadas todas para criticar a aquellos tribunales que no daban suficientes garantías procesales a los acusados, o, sencillamente, fuera de la justicia, cuando por cualquier razón se condenaba a alguien sin tener suficientes pruebas.

Hay cerca de la aldea, como a medio kilómetro de ella, yendo hacia el Piélago, un cerro conocido como el de “las horcas” o de “los palos”. Tiene que ver esto con la Santa Hermandad, porque fue en ese cerro donde cumplió durante siglos el horrendo oficio de ejecutar a los culpables de crímenes y demás delitos. De su fama ya habló Cervantes en el capítulo XLI de la segunda parte del Quijote. “Dar o terminar en Peralvillo” estaría ya en el lenguaje popular de la época como sinónimo de tener un desgraciado final. La mencionada Santa Hermandad dictaba las condenas en Ciudad Real y se ejecutaban en Peralvillo. Así, en lo alto del cerro, se exponía a los conocidos entonces como “golfines”, como método disuasorio. En el libro de Pedro Medina, titulado Libro de grandezas y cosas memorables de España, de 1549, ya se cuenta con ironía la rapidez de los procesos de la aldea churriega, que a veces llevaban primero a la horca y después a ser asaeteados a muchos que luego resultaban inocentes. De ahí la variante de este refrán que quedaba en el dicho “la justicia de Peralvillo”, así, a secas, porque en aquellos tiempos todos tenían muy claro lo que esto quería decir. En fin, lo que mucho después diría de otra manera Pancho Villa: “¡Afusílenlos, y después veriguamos!”

 
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