Economia y negocios
El Estilita

Ocupar una página (I)

A Coruña

Era curioso, pero hasta ese momento, todo me había ido mal. Me había quedado dormido y tuve que salir de casa sin tiempo para ducharme o desayunar y no había llegado a tiempo para cubrir la visita del alcalde en el Kiosko Alfonso por unos minutos. Cuando traté de marcharme, me di de bruces con la puerta automática, lo que divirtió mucho a las chicas de recepción. Luego conduje hasta Monte Alto, y aparqué de cualquier manera al lado de unos contenedores. Al bajar del coche se me cayó uno de los móviles que guardaba en el bolsillo interior de mi abrigo. Mientras lo recogía del suelo junto a la rueda del coche, me di cuenta de que no estaba el otro teléfono, el personal ¡Debí habérmelo dejado en el párking de Méndez Núñez! Subí de nuevo al coche, arranqué y llegué a la plaza de España antes de que mi mente, afectada por el síndrome de abstinencia de cafeína, llegara a la evidente conclusión de que los dos móviles se me habían caído a la vez y el que faltaba había quedado debajo del coche.

Aceleré de vuelta al lugar de donde había salido y encontré mi móvil, tirado como un desperdicio junto al contenedor. El cristal de la pantalla estaba estallado en varios puntos, pero funcionaba, así que lo guardé en el bolsillo y traté de centrarme en lo que tenía entre manos, porque hacía tiempo que esperaba esta ocasión: me hallaba frente a una casa donde se había cometido un horrible crimen durante el verano. Allí, en ese caserón siniestro, un okupa había matado a otro a golpes por no pagarle el dinero de la habitación que le había alquilado y nadie, ningún medio de comunicación, había publicado nada, excepto yo.

Bueno, casi: en realidad, un poli me había chivado que un okupa había recibido una paliza mortal, pero me lo contó el mismo día en que un comunicado de prensa de la Jefatura hablaba de una agresión a una pareja. El hombre había sufrido lesiones tan graves que había quedado en coma. Creí que todo era el mismo caso y lo mezclé en un artículo, y el resultado fue que días más tarde tuve que publicar una rectificación después de la airada llamada de una mujer, que estaba ayudando a su marido a aprender a caminar de nuevo, que me informó que su marido era funcionario, y no un okupa.

Traté de olvidarlo y no darle más vueltas hasta que, meses después, la competencia publicó algo en primera página, porque el Ministerio de Interior había publicado las estadísticas trimestrales de criminalidad y en ella había aparecido contabilizado el homicidio, el primero en dos años. Aquel "1" en la casilla les había hecho saltar e inmediatamente habían llamado a sus fuentes. Pero se habían enterado de un par de datos, nada más. No tenían la historia, yo sí. La publiqué en cuanto pude y, como siempre, pasó sin pena ni gloria.

Transcurrieron un par de meses más, y una noche de fin de semana que pasaba por delante de la casa descubrí que el precinto policial de la puerta había desaparecido, sustituido por una cadena que la cerraba y que pasaba a través de agujeros practicados en los tableros de la puerta. Eso significaba que los okupas habían vuelto, así que para lo que cualquiera era una medida disuasoria, para mí era una invitación porque al otro lado de esa puerta estaba el escenario de un crimen con testigos incluidos. En el mejor de los casos, podía encontrarme al mismísimo sospechoso, puesto en libertad por nuestro incomprensible sistema de Justicia.

Por raro que suene la idea de enfrentarme a un homicida me resultó estimulante y compensó mis bajos niveles de café en la sangre, llenándome de una confianza injustificable en un tipo que se había tragado una puerta de cristal hacía menos de una hora antes. Ya no me importaba haberme perdido el acto con Ferreiro. A fin de cuentas, comparado con un okupa acusado de asesinato ¿Qué interés mediático tiene un alcalde?

 
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