Sociedad
Shus Terán

‘El grito de una puta ahogado en el ignominioso silencio de la hipocresía social’

Se trata de la muerte de una muchacha rumana, de poco más de 20 años, atrapada en un prostíbulo donde encontró una muerte temprana e injusta

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Con la venia,

Han pasado varios días desde que las lluvias caídas en el Campo de Gibraltar y la frontera malagueña han evidenciado varias cuestiones. Como la falta de planificación, la temeridad de algunos y las consecuencias –al margen de motivos- de la irregularidad urbanística, e incluso la capacidad de otros para hacer campaña política a costa de las desgracias ajenas.

Lamento profundamente las consecuencias de todo un sinfín de despropósitos agravados por el resultado de varias muertes. Y he aquí que una de ellas me ha dado que pensar sobre el asunto. Se trata de la muerte de una muchacha rumana, de poco más de 20 años, atrapada en un prostíbulo donde encontró una muerte temprana e injusta. Como una rata se ahoga en una alcantarilla.

Lamento que no se ponga el grito en el cielo y se hable de muerte como consecuencia del temporal, cuando y a falta de cerrar la investigación policial que sobre el asunto -faltaría más se ha abierto- podría ser ‘tranquilamente’ consecuencia de la indolencia que la Justicia, la Autoridad y nuestra sociedad machista mantiene con el proxenetismo, la trata de blancas (que la mayoría son negras) y la prostitución.

Antonio Maíllo, coordinador de Izquierda Unida en Andalucía, pidió una investigación capaz de esclarecer los puntos oscuros de la muerte de la joven y determinar así, "qué hacía en ese sitio" y si estaba en el sótano "voluntariamente o no". Pero parece, que el asunto más allá de un titular fruto de la actualidad informativa, mucho me temo quedará solo en eso.

Y a falta de cerrar esa investigación planteo mis dudas de que aquella mujer no muriese por el temporal, ni por la lluvia, sino que murió porque era una de las millones de esclavas sexuales que existen en el mundo, y estaba atrapada en un asqueroso sótano donde cada noche vendía su cuerpo al primer príncipe vulgar que le diera un naranja.

Me sobrepasa la hipocresía social y asquerosamente machista que toleramos impasibles. Y es que si hace pocos días miles de políticos se retrataban a las puertas de las instituciones contra esta lacra social que son los malos tratos y la violencia machista, asistimos con beneplácito al drama que conlleva la prostitución.

Recuerdo un genial artículo en ‘El Mundo’ firmado por Natalia Jiménez en el que una antigua prostituta, Sonia Sánchez, relataba su bajada a los infiernos y denunciaba que la prostitución era y es una forma de “violencia”. Decía: "Ninguna mujer nace para puta. Nos hacen puta. Nos construyen puta". "Se mira mal a la puta porque tiene rostro, nombre y apellidos. Mientras que al prosituyente no se le reconoce, la sociedad les protege porque son nuestros padres, hermanos, hijos y primos". Así tan sencillo.

Sueldo miserables, horarios de mierda y encima un tío que las trata como si fueran la fregona con el que limpiar el peldaño más bajo de la escalera de la sociedad. Tipos que se pasean con el peluco más caro, el coche más rápido. Qué viven en los chalés más lujosos y se codean en las altas esferas de nuestra sociedad. Hombres que coinciden en las barras de los lupanares con jueces, mandos policiales, políticos y demás respetables que invitan a copas a directores de respetables periódicos que ignominiosamente anuncian en la sección de “clasificados” la ración de carne al peso. Reduciendo la figura de la mujer a un mero instrumento sexual para el macho, y donde en páginas más cercanas a la portada, anuncian redadas contra prostíbulos y proxenetas que se cobijan páginas después en la normalidad de un anuncio de “relax, masaje o contactos” que no son, sino publicidad de putas y putos amparada en la más absurda legalidad e hipocresía que cualquier hijoputo puede tener en este país.

Mientras se denuncia el maltrato públicamente, asistimos impertérritos al festival de carne machista que cada noche con la caída del astro rey se dan algunos camuflándolos de reuniones importantes, cenas navideñas de empresas, partidos de fútbol o cansinas rutas de transportes.

Maldigo a esta sociedad podrida que se asusta de la chonis que recorren de arriba a abajo helados adoquines muertas de frío y con el mínimo de vestimenta como escaparate, pero deja publicitar en respetables y dignos periódicos a los locales donde en definitiva se ejerce el oficio más antiguo del mundo.

Tengan la dignidad de cuando pasen por la carretera decirle al niño, mira hijo ahí está el Carrefour, allí el Toysrus, ese el Decathlon, aquello el Wok y sí, hijo mío eso son puticlubs. Allí, bajo la tenue luz de letreros luminosos, los hombres ven los partidos de fútbol, celebran despedidas de solteros, y cenas de empresas. Y sí, tienen casi los mismos coches aparcados que cualquier otra “superficie comercial”.

Burdeles de carreteras con luces de neón que nos señalan y decoran fantasiosamente las puertas del infierno de miles y miles de mujeres que viven la explotación sexual, y que nos escupen a nuestros ojos el más fiel reflejo de nuestra hipocresía marcadamente machista.

 
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