‘Los que sobran de la foto’
No digo abolirlo pero al menos, el protocolo debe ser reducido y en cualquier caso, lo que no puede ocurrir es que la sumisión al protocolo sea tal que en un acto se queden fuera los interesados porque lo saturen los auto-invitados.
Firma Estanislao Ramírez, 'Los que sobran de la foto'
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Algeciras
Estimado colega.
No digo abolirlo pero al menos, el protocolo debe ser reducido y en cualquier caso, lo que no puede ocurrir es que la sumisión al protocolo sea tal que en un acto se queden fuera los interesados porque lo saturen los auto-invitados.
Pasa con frecuencia y ayer volvió a ocurrir.
En los desayunos de la Cámara de Comercio, el Delegado del Gobierno en Andalucía, Antonio Sanz, iba a exponer ante los empresarios los planes del gobierno para el desarrollo de nuestra comarca.
Pues bien, al menos las seis primeras filas del salón estaban ocupadas por los subordinados institucionales, los adláteres políticos y los incondicionales de ir allí dónde creen que no deben faltar para garantizarse la permanencia en su puesto.
Luego, relegados al fondo, debían estar los empresarios.
¿Para quién hablaba el delegado del gobierno?, ¿Para los suyos?
¿Qué pintaban allí tantos cargos políticos?, ¿Acaso no tenían otra cosa que hacer durante la mañana en sus respectivos puestos de trabajo? ¿Forma parte de las responsabilidades de un concejal, acudir a una conferencia para empresarios o es que puede permitirse el lujo de ausentarse del despacho media mañana para cumplimentar a alguien?
Y por otra parte, ¿dónde empieza y dónde acaba el protocolo?
Está claro que la normativa ordena los cargos públicos por su relevancia desde el primero hasta el último, pero ¿significa eso que en todos y cada uno de los actos que se organizan deban ir todos y cada unos de los que forman esa relación?
Porque podemos encontrarnos con que el aforo mínimo de un salón de actos pueda superar las trescientas mil butacas, si tenemos en cuenta que esa es la cifra estimada de los cargos políticos que hay en nuestro país.
Creo sinceramente que se pueden, mejor dicho, se deben poner límites.
Podrían hacerlo los organizadores, acotando por su cuenta el número de invitados con derecho a ser visto o podría exigirlo el ponente, siendo consecuente con el objetivo real de su presencia.
O sea que, salvo que haya que rellenar sillas porque se prevea una sala vacía, en cuyo caso no está mal tirar de aquellos cuya mayor aspiración es que les vean, los políticos deberían evitar esas fotos de tanto cargo público con aspecto de no tener nada que hacer.
No vaya a ser que alguien puede pensar que, si no hay trabajo para todos, sobran representantes.