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289 años de la muerte del genio

El menor de los Mora murió un 16 de enero de 1729 y del que se ha leído recientemente una tesis doctoral

La imagen del Señor del Rescate, que cumple en 2018 los 300 años, está atribuida a Diego de Mora / SER Cofrade

Granada

El 16 de enero de 1729 traspasaba los umbrales de este mundo el escultor granadino Diego de Mora, el más pequeño de la genial familia de artistas del Barroco andaluz. Un autor que aún hoy sigue siendo un gran desconocido para la Historia del Arte aunque, recientemente, se ha leído una tesis en la Universidad de Granada que reivindica la figura de este escultor.

Isaac Palomino, autor de esta tesis doctoral, nos ayuda a conocer brevemente quién fue Diego Antonio de Mora López, un genio eclipsado por la figura de su hermano José. Nos adentramos ahora en la vida de este autor para seguir conociendo lo mejor de nuestra historia y de nuestro patrimonio.

Diego de Mora, 1658-1729

El menor de los hijos de Bernardo Francisco de Mora fue bautizado en la parroquia de san Matías y creció en un entorno familiar caracterizado por la creación artística y por el genio. Entre gubias, bocetos y embones de madera, en un viejo taller del compás de Santa Isabel la Real, Diego maduró entre los trabajos de sus hermanos Bernardo y José. Allí desarrolló una amplia labor como como formador de jóvenes artistas, siendo maestro de algunos de los más sobresalientes escultores del panorama granadino de la primera mitad del siglo XVIII.

De sus manos y de su más que activo taller debieron salir infinidad de obras para satisfacer la demanda de organismos públicos, órdenes religiosas y devociones particulares. En la producción de su obra se pueden establecer tres periodos evolutivos: un primero de formación y deudor de las directrices de su padre; un segundo donde aún tiene por referente la obra de su hermano José y un tercero donde se realiza como creador de sus propios modelos, con características muy definidas.

De entre los tipos iconográficos que trabajó destaca el de Jesús con la cruz al hombro, la Dolorosa, santos adoradores o la Virgen sedente, modelos que terminó por definir en su totalidad y que a partir de entonces se perpetuaron como modelo a repetir por miembros de la escuela granadina de escultura.

De este amplio elenco de obras que presuponemos de su mano tan sólo se han alcanzado a documentar a penas una veintena. Destacamos de ellas Jesús Nazareno, de Béznar; el Cristo de la Salud, de Almegíjar o San Antonio de Padua de la Basílica granadina de las Angustias.

Atribuibles a su gubia lo son muchas más, caso de Jesús del Rescate, que alcanza en este 2018 su tercer centenario; Jesús Nazareno, de Albuñuelas; el santo Domingo de Guzmán, en el convento de Santa Cruz la Real o la Madre de Dios de las Comendadoras de Santiago.

Además, también trabajó para otras provincias como Jaén, dejando obras como la Inmaculada del Cabildo de Villacarrillo; el san José, de Bayarcal (Almería) o el desaparecido Cristo de la Misericordia de la capital malagueña.

Recordamos así a un creador nato, de fuertes convicciones, seguro de sí mismo y de sus sentimientos; un hombre activo que supo abrirse a otros negocios más allá de su arte, en definitiva, un artista de saga, un auténtico genio a la sobra de su hermano.

 
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