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EL AGUIJÓN

Antonio Garrido in memoriam

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Quienes conocieron a Antonio Garrido Moraga, hoy sólo pueden llorarle. Todos los hombres mueren jóvenes, decía Stevenson, porque la vida siempre es corta; pero sobre todo si un rayo prematuro te parte el pecho. Y Garrido fue además un tipo en muchos sentidos excepcional; en sus luces y también sus sombras, como cualquier ser humano verdaderamente humano.

El aguijón de Teodoro León Gross

02:26

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La muerte siempre tiende a la hipérbole afectiva, y por eso se han leído titulares emotivos calificándolo incluso de ‘grande de la cultura’. Pero más que un grande de la cultura que deje una gran obra, lo mejor de Antonio Garrido fue él mismo, su espléndido talento vital.

Fue un seductor, y sobre todo como profesor, un verdadero mago en el aula, capaz de cerrar clases y clases entre aplausos. Dominaba la puesta en escena, la actio como todas las artes de la retórica y la oratoria.

Siempre creí que se equivocó yendo a la política, donde su talento se limitó mucho. En una penúltima confesión me admitió que era sencillamente un camino fácil. Le gustaba el reconocimiento popular, y sabía que la academia era un coto cerrado. Añoraba el talento literario –la gracia que no quiso darle el cielo– pero la política y la Semana Santa le dieron una proyección que él supo disfrutar, sí, y además nutrir con su brillantez.

En la política cometió el error de tantear las ventajas del sectarismo, quizá por estar junto a Celia Villalobos; pero fue algo que pronto supo corregir ya en el Parlamento. Los cronistas así lo recuerdan: dialogante y culto. No abundaba esa especie. Pero allí perdió la ambición que sí había tenido como concejal, quizá también por estar junto a Celia Villalobos. Se dejó ir.

Lector penetrante y agudo, de una inteligencia y una memoria prodigiosa, simpático hasta decir basta con una orfebrería palabrera envolvente, fue un maestro siempre generosísimo, para todos y desde luego para mí: durante unos años de universidad pasé días y días enteros estudiando en su casa, hasta la altísima madrugada. Después vino la distancia, que a pesar de todo, no es el olvido. Cómo no llorarle hoy.

De él lo mejor que cabe decir es que siempre supo hacer que el mundo a su alrededor fuese más inteligente, más alegre y más luminoso.

 
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