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¿Cómo afrontamos el “no” en la infancia?

Según crecemos nos cuesta más decir “no”; cuando somos adultos usamos menos esa palabra, pero hay ciertas edades en las que es una de las protagonistas, ya que se pronuncia muchas veces

Ser Saludable (25/01/2018)

Ser Saludable (25/01/2018)

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Valencia

Seguro que muchos padres se han enfrentado a esta situación: están en casa, su hijo está jugando y toca irse a la ducha. El pequeño dice: ¡No!

Averiguaremos cómo podremos convivir como padres ante esta situación. Descubriremos cómo gestionarla en diferentes situaciones con ayuda de Alberto Soler, psicólogo y autor del libro Hijos y padres felices.

Cuando decimos “sí" es "no", y cuando decimos “no"… es “sí”. ¿Este sería un caso de psicología inversa?

No hablaría de psicología inversa, sino que es más bien un tema de autoafirmarse, de hacer valer sus puntos de vista, de exploración, etc. A veces incluso puede ser simplemente un juego, cansancio, saturación... Eso de la psicología inversa implica una planificación o estrategia que, al menos en el caso de los más pequeños, aún no son capaces de realizar.

Ellos también quieren tomar sus propias decisiones y muchas veces no se lo facilitamos. De hecho, ¿quién es el que dice más veces que “no” a lo largo del día, el niño o los padres? A veces, los padres nos quejamos de que nuestros hijos siempre están con el "no" en la boca, o que tenemos que decirles mil veces una cosa para que nos hagan caso; pero lo que pasa es que nosotros hacemos exactamente lo mismo (o peor): hay infinidad de cosas (más o menos razonables) a las que les decimos que no a lo largo de un día. Y hay un montón de situaciones en las que ellos reclaman nuestra atención, pero nosotros consideramos que no es un buen momento (“ahora no”, “espérate un momento”, etc.)

¿En qué etapas los niños son más proclives a ese “no”?

Hay dos momentos en los que se suele darse especialmente; el momento más típico es entre el año y medio y los tres años, y va de la mano de su proceso de desarrollo. En esa época se produce una serie de cambios en su cerebro que les posibilitan empezar a relacionarse de una manera distinta con el mundo. En ese momento se dan cuenta que no tienen por qué aceptarlo todo tal y como se les presenta, y empiezan a generar su propia identidad. Descubren ese “superpoder” que es el decir “no”, y no dudan en abusar. Luego, otro momento, aunque no tan frecuente, es la adolescencia, y esos “noes” que en estas edades no tienen por qué ser ya tan literales, se producen por los mismos motivos: autoafirmarse y construir su identidad.

¿Por qué sucede esa reacción?

Como comentábamos, el motivo es bastante obvio: negarse a algo que no se quiere hacer. En el lenguaje de los padre esto se traduce muchas veces en “salirse con la suya”. En lo que no nos paramos mucho a pensar, es que hasta este momento, los que nos salíamos siempre con la nuestra éramos los mayores; pero esto no parecía suponer ningún problema (para nosotros, claro). Pero llega un momento en el que el que ellos también quieren decidir. En los más pequeños coincide esta etapa con un momento en el cual empiezan a construir su propia visión del mundo, preferencias, intereses... y se dan cuenta que no tienen por qué siempre aceptar todo lo que se les presenta. Este proceso de construcción de la identidad lleva implícito el decir “no”, pero a estas edades todavía no están depurados otros recursos como la negociación, la tolerancia a la frustración, la flexibilidad... con lo que para los padres (y para el hijo) a veces puede ser una época un poco complicada. Luego, en la adolescencia pasa un poco lo mismo, pero ya se disponen de más recursos y ese “no” es menos literal, pero vuelven a aparecer numerosas negativas con el objetivo de autoafirmarse y reforzar la identidad que se está creando (y que suele ser distinta u opuesta) a la de los padres.

En general, ¿cómo podemos manejar de una manera justa y comprensiva estas situaciones con nuestros hijos?

Ya he dado un poco la clave: siendo empáticos y flexibles. En general suele ser una buena idea mostrarnos ante ellos de la misma manera que les pedimos que se comporten; es complicado pedir flexibilidad si somos inflexibles, como es difícil pedir que hablen bien si no hacemos más que decir tacos. La flexibilidad es importante ya que sus negativas pueden ser más o menos importantes; no es lo mismo que se nieguen a ponerse el cinturón en el coche a que se nieguen a tomarse la cena. En el primer caso no hay alternativa, se lo tiene que poner sí o sí. En el caso de la cena, qué más da que cene o no cene, si no tiene hambre no hay que forzarle. Así que un primer paso es ser flexibles y selectivos, no tratar todas las situaciones como si fueran igual de importantes. Y cuando debamos imponernos y no aceptar su negativa, hacerlo con la mayor paciencia y comprensión posible. Que discrepemos o que tengamos que imponer nuestra decisión no tiene que implicar gritos ni malas formas, tenemos que aceptar su derecho a la protesta. Además, es que cuando cuidamos las formas, aunque el contenido del mensaje no cambie, la probabilidad de que los niños colaboren es mayor. La clave es ser firmes en estas situaciones en las que no podemos dejarles elegir. Si nosotros cedemos en otras ocasiones y les pedimos las cosas bien, los niños, antes o después, suelen colaborar. Otro punto a tener en cuenta es que a veces sus ritmos no son los mismos que los nuestros, a veces es tan sencillo como esperar un minuto o dos hasta que ellos deciden colaborar.

Sara Tabares es entrenador personal en Valencia y directora de PERFORMA entrenadores personales

 
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