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Páginas de mi desván

El cubano que descubrió Cuenca a González-Ruano

Este martes, en Páginas de mi Desván, José Vicente Ávila rescata la presencia en Cuenca de dos escritores de las Antillas, bajo el título “Chacón y Calvo, el cubano que descubrió Cuenca a Ruano, y la ‘impaciente llegada’ de Carpentier”.

César González-Ruano / ABC

Cuenca

De Cuba para Cuenca, y de Cuenca para Cuba, unidas por el arte. Cuenca definida y pintada por escritores y pintores de allende el Caribe, como Chacón y Calvo, Alejo Carpentier y Wifredo Lam, que arribaron en nuestra ciudad, como lo está haciendo de cara a un futuro muy próximo el multimillonario cubano-norteamericano Roberto Polo con su colección de arte para Toledo y Cuenca.

Este martes, en Páginas de mi Desván, José Vicente Ávila rescata la presencia en Cuenca de dos escritores de las Antillas, bajo el título “Chacón y Calvo, el cubano que descubrió Cuenca a Ruano, y la ‘impaciente llegada’ de Carpentier”. Ambos escritores repitieron visitas a la ciudad de Cuenca que tanto les prendió. Para otra ocasión hemos dejado la presencia pictórica de Wifredo Lam, de la mano del pintor catalán Jaime Serra, afincado igualmente en nuestra ciudad.

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Páginas de mi Desván. “Chacón y Calvo, el cubano que descubrió Cuenca a Ruano, y la ‘impaciente llegada’ de Carpentier”.

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Comenzamos hablando del escritor y erudito Chacón y Calvo, que fue presidente de la Academia Cubana de la Lengua, muy vinculado a España, menos conocido que Carpentier.

- José María Chacón y Calvo, sexto y último Conde de Casa Bayona, nació en la antigua villa cubana de Santa María del Rosario, en 1892. Según sus biógrafos, fue un notable hispanista, estudioso y animador de la cultura cubana y una de las personalidades de relieve más firme en la cultura cubana del Siglo XX. Las diversas facetas de su personalidad humana e intelectual se vieron reflejadas en obras de muy variado carácter. Se graduó como Doctor en Derecho y en Filosofía y Letras en la Universidad de La Habana y en 1918 ingresó como secretario en la Legación de Cuba en Madrid. Durante su estancia en España ofreció conferencias en el Ateneo madrileño y en esa época comenzó una fructífera relación de trabajo, entre otros, con Ramón Menéndez Pidal, Azorín, González-Ruano y el arquitecto Vicente Lampérez, encargado de la reconstrucción de la Catedral de Cuenca. Desempeñó numerosos cargos culturales, siendo presidente de la Academia Cubana de la Lengua. Publicó miles de artículos literarios y casi un centenar de libros. Falleció en La Habana el 8 de noviembre de 1969.

-El hecho de que Chacón conociese a Lampérez nos da pie a pensar que fue quien lo trajo a Cuenca.

Articulo de Ruano "Un viaje a Cuenca". / Prensa de Madrid

-Estás en lo cierto, y ello ocurrió en 1921, precisamente en ese año en el que el arte de Cuenca, través de la pintura y la fotografía, fue expuesto en el Ateneo durante el mes de febrero, como ya dijimos en otra ocasión, ocupando la portada del diario “abc”. Allí en el Ateneo, donde Chacón y Calvo era vicepresidente de la Sección Iberoamericana, el escritor cubano conoció a Vicente Lampérez, quien dio una conferencia sobre “La Catedral de Cuenca”, señalando entre otras cosas: “Hace veinticinco años, Cuenca era desconocida, y cuando se la conocía, era poco menos que para servir de burla, tan injustificadamente como han demostrado la Exposición y la conferencia de Juan Giménez Aguilar, como yo demostraré, recalcaba Lampérez, al ocuparme ahora de la Catedral. Fui a Cuenca como turista hace veinticinco años, y me maravillé de su Catedral, hasta entonces tan desconocida, y curiosamente más conocida tras su hundimiento en 1902, que propició su designación de Monumento Nacional. “Cuenca es una ciudad maravillosa por su Catedral y por sus bellezas excepcionales”, resaltó Lampérez en palabras que impactaron en Chacón y Calvo, que quería conocer esa ciudad que veía en cuadros de la Exposición de pintura y fotografía del Ateneo.

-¿Cuándo visitan Cuenca el arquitecto Lampérez y el escritor cubano Chacón y Calvo?

-En ese mismo año de 1921, según el testimonio del propio José María. Lampérez solía viajar a nuestra ciudad debido a la reconstrucción de la fachada de la Catedral y en uno de sus viajes en tren se lo llevó. El 30 de abril de 1921 Vicente Lampérez se desplazó a Cuenca, como director de la Escuela de Arquitectos, junto a varios alumnos, entre ellos Agustín Figueroa, el hijo menor de los condes de Romanones, y compañeros de cátedra, además del entonces famoso pintor Gasset, aunque en otra ocasión pronunció una conferencia sobre la Catedral en el Ateneo Conquense, en la que es muy probable la presencia de José María Chacón, muy interesado en ese descubrimiento que había hecho de Cuenca.

-Y tan impactado quedó que en ese círculo de intelectuales en el que se movía en Madrid, como legado de Cuba, le habló de Cuenca, nada menos que a César González Ruano, que era entonces un jovencísimo escritor….

-Poco más de veinte años tenía César, atraído entonces por este escritor cubano, tan cercano y afectivo, al que conoció en 1923. Tanto le habló de Cuenca, que los dos se desplazaron en 1924, y ello lo recogía el maestro de periodistas en 1957, con ocasión del reencuentro con Cuenca del escritor cubano, en un artículo publicado en la prensa de Madrid, a toda página, titulado “Un viaje a Cuenca”, en el que aparece una caricatura de José María, dibujado por Córdoba, y una fotografía del convento de San Pablo tras una reja de la posada de “San José”. Este artículo también aparece en las “Memorias de César González Ruano”. Si te parece, Luisja, damos a conocer algunos párrafos de este texto, publicado en el otoño de 1957

Quizá de los recuerdos más gratos y más antiguos que tenga de la vida literaria, sea del escritor y erudito cubano José María Chacón y Calvo, conde de Casa Bayona. A pesar de que Chacón vivió mucho tiempo en España y de haber trabajado abundantemente dentro de esa área ingrata que es la erudición, su nombre no ha sido nunca demasiado conocido fuera de una minoría intelectual…

(…) En 1924, José María me descubrió Cuenca. Vinimos al hotel Iberia, que estaba entonces en Carretería, la arteria principal de la ciudad baja o moderna. Creo que aún me queda frío del frío morado que pasamos y un recuerdo confuso de los grandes paseos que nos dábamos por el barrio alto y fantasmal de palacios abandonados y tristes donde mucho más tarde, ahora, un misterioso destino ha terminado por casi empadronarme.

Artículo de Carpentier / Revista Carteles, La Habana, 1935.

Aunque entonces vi mal Cuenca, me impresionó mucho, y Chacón me animó para que escribiera algunas estampas líricas referentes a la ciudad, diciéndome que él se encargaría de que me las publicara García Monje, un editor de San José de Costa Rica.

Escribí algunas de estas estampas que nunca llegaron a publicarse y que ahora me divertiría haber conservado para darme cuenta de cómo era, para mí, aquella Cuenca inédita y remota. Por las noches hablábamos apasionada y largamente. Nos habían dado la misma habitación y recuerdo que entre las dos camas colgaba, triste y macilenta, una bombilla de muy poco voltaje.

Ahora, en la raya de la frontera del otoño, treinta y tres años más tarde, Chacón ha vuelto a Cuenca, movido no sé por qué extraños resortes de la memoria sentimental. Su ilustre nombre sonaba entre “la inmensa minoría”, como un río preciso y rumoroso. Y algunos de los poetas de Cuenca, entre ellos el delicadísimo Miguel Valdivieso, fueron a la estación a recibirle.

Otros, como Federico Muelas, cuando se enteraron de que estaba entre nosotros se acercaron a visitarle a la posada de “San José”. Este último encuentro de Cuenca, al cabo de tantos años, nos sorprendió a los dos un tanto viejos y delicados.

Por las tardes yo le mandaba un criado hasta su posada “San José” para que viniera acompañado a mi casa. Treinta y tres años en la vida física de dos seres son probablemente muchos.

Pero en el alma ciertamente son poco más de treinta y tres días. Chacón y yo seguimos hablando de las mismas conversaciones que acabábamos de tener en su pisito de la calle del general Pardiñas”, de Madrid, donde vivía.

-¿Cómo fue recibido José María Chacón en Cuenca en ese otoño de 1957, si como escribe Ruano, algunos poetas fueron a recibirle a la estación?

-Merecía el afecto de ese puñado de escritores y poetas que tenían su tertulia en el café Colón y que publicaban la revista “El Molino de Papel”. El escritor cubano llegó en vísperas de la vaquilla de San Mateo y se hospedó en la Posada de San José. Vamos, que casi sin querer debió vivir la fiesta matea, en la que Federico Muelas incluso se atrevió a darle un quiebro a la vaca. El diario “Ofensiva” le dedicó una bienvenida, con letra negrita, lo que ya era un modo destacado, ya que no era habitual. Recogemos un extracto:

“Ayer, procedente de Madrid, llegó a nuestra ciudad, después de una ausencia de treinta y seis años, el Presidente de la Academia Cubana de la Lengua, que lo es asimismo del Ateneo de La Habana, exdirector general de Cultura, famoso escritor y polígrafo de reconocida autoridad y fama en el mundo hispánico, doctor don José María Chacón y Calvo.

Este prohombre cubano, excelente escritor en la inmortal lengua de Castilla, visitó Cuenca por primera vez en el año 1921, acompañando al famoso arquitecto Lampérez, autor de los planos de reconstrucción de nuestra Catedral.

Ferviente enamorado de nuestro paisaje volvió José María Chacón otras veces por aquella lejana época y tenemos fidedigna referencia de que, acompañando a este ilustre hombre de letras, vino, por primera vez a enfrentarse con este bello y levantado paisaje, el también gran escritor César González Ruano, conquense de adopción que, con tanto cariño, viene cantando el misterio y la hermosura de nuestra tierra.

Sea bienvenido el escritor antillano a la pequeña capital castellana, orgullosa de albergar a cuantos han demostrado, además de su altura en el mundo de la sabiduría y del espíritu, su perseverancia en el amor y el recuerdo de este delirante montón de rocas y de casas que sigue siendo la muy noble y muy leal ciudad de Cuenca”.

-Dada la categoría del personaje y tras ese recibimiento impreso, alguna entrevista se le haría a tan ilustre visitante

-En su edición del 26 de septiembre de 1957, en la que por cierto aparece en primera página la noticia de que “se ha aprobado la construcción de un Parque Sindical Deportivo en el Recreo Peral”, se inserta una “charla íntima” de Jesús Sotos con José María Chacón, con este sumario tan descriptivo: “Me han dado unas ganas horribles de llorar al encontrar la Catedral, poco más o menos, como antes”. Chacón y Calvo dice: “Recuerdo que yo quería que don Vicente me hablara de la Catedral, pero sólo le oí decir cosas del frío de Cuenca”. Al observar la Catedral entre andamios, comenta “me ha dado mucha pena encontrar tan magnífica joya como casi entonces. Sentí una tristeza íntima, enorme, unas horribles ganas de llorar”. ¿Cómo encuentra usted la ciudad en general?; le pregunta Sotos. Y él responde: “Con más prestigio, arriba de la popularidad…

-Es que tres décadas de ausencia se notan, pese a ese “zasca” sobre el estado de la fachada de Catedral….

Aun así reconocía sobre la ciudad: “Le han quitado de encima un montón de años, de abandono, de incuria… ¡Cuenca, Cuenca, me llevo de tí una grata impresión! Bien por su movimiento literario… ¡Oh, César y Federico, Federico y César!, cuántas cosas os debe la ciudad… Y habla de la revista poética: “Simpático, magnífico de contenido “el Molino de papel”, agilísimo su flamante diario, amena su emisora… ¡Oh, Cuenca, cómo has cambiado!.. Tantas cosas quisiera decir de mi reencuentro conquense… ¡La Catedral! Ande, almuerce hoy conmigo, le dice Chacón a Jesús Sotos. Y éste le comenta: “No, maestro, otro día, cuando vuelva, porque volverá otra vez, ¿no? Sí, volveré, hijo, volveré… Nueve años después, y en noviembre, José María Chacón falleció en Cuba, pero aquí queda su recuerdo.

Otro escritor enamorado de Cuenca, fue Alejo Carpentier, quien tras su tan ansiada, como esperada primera visita a nuestra ciudad, volvería años más tarde. El autor de “El Siglo de las luces” y “Consagración de la Primavera” dejó un impagable artículo, titulado “En la ciudad de las Casas Colgadas”. Fue además Premio Cervantes en 1977, tres años antes de su fallecimiento.

-Aunque nació en Lausana en 1904, Alejo Carpentier creció en La Habana y como escritor cubano se le considera. El artículo que has citado, publicado en la revista “Carteles” en diciembre de 1935, figura igualmente en uno de sus libros de recopilación de textos y ha sido uno de los más publicados y comentados. Escribía Florencio Martínez Ruiz que Carpentier sintió una gran atracción por Cuenca, pese a su largo viaje. Recordaba Florencio que Carpentier le confesó a Francisco Umbral, en una entrevista celebrada en París: “Yo vengo todos los veranos a Cuenca. Antonio Saura y otros amigos me han cubierto de Cuenca y, además han conseguido que yo pasase inadvertido en la ciudad, con lo que soy muy feliz”.

-No parece muy normal que Carpentier pasase desapercibido en esa Cuenca de los años setenta en el Casco Antiguo con los Saura, Antonio Pérez y otros artistas, aquí afincados…

-Ni mucho menos. Por ejemplo, en la revista “El Banzo”, en el año 1976, en la sección de Cultura que llevaba José Ángel García, con tino y acierto, ya da cuenta de la presencia de Alejo Carpentier en Cuenca, y le dedica tres páginas, con el título “Alejo Carpentier o la novela épica”, con una grabado del escritor cubano sobre un dibujo de los rascacielos de la Hoz. Carpentier le comenta que “no es la primera vez que visito Cuenca; ya estuve aquí en los años treinta y luego durante la guerra. Ahora he vuelto de nuevo… y quiero descansar, pues son las primeras vacaciones en cinco años…” José Ángel García, un tanto enrabietado como reconocía, solucionó el problema con algunos párrafos de “El siglo de las luces”. También el diario “abc” se hizo eco de esa presencia del escritor cubano en Cuenca en 1976. Mari Luz González publicó en este diario un trabajo en 2016 sobre “el desconocido fervor de Alejo Carpentier por Toledo y Cuenca” y anteriormente, en la revista “Cuenca” Joaquín Calvo García publicó un interesante trabajo con el título “Cuenca y lo real-maravilloso (acerca de un artículo periodístico de Alejo Carpentier).

-El año pasado por ejemplo, en este programa de Hoy por Hoy, Paco Auñón trataba sobre la presencia de tres premios Nobel que hicieron parada en Minglanilla, en 1937, que viajaban a Valencia al Congreso de Escritores, entre los que figuraba Alejo Carpentier.

-Un dato muy relevante, que recordaba Fidel García Berlanga, hijo del fundador de la Posada de San José. Efectivamente, Carpentier siempre recordó aquella parada en Minglanilla, aquel encuentro con las gentes del pueblo acosado por la guerra, y escribió así: “Una anciana, arrugada en grado increíble, con un pañuelo oscuro plegado sobre canas bien peinadas, se me acercó, y me dijo estas palabras que no olvidaré jamás: ¡Defiéndannos, ustedes que saben escribir!...

Y como Alejo Carpentier sabía escribir muy bien, vamos a conocer un resumen de su tantas veces publicado artículo “En la ciudad de las Casas Colgadas”, que compartimos, Luisja:

“El disco de la luna, enorme y anaranjado, acaba de alzarse sobre el horizonte de trigo segado de la Mancha. De trecho en trecho, las ruinas de algún castillo yerguen su perfil carcomido en el paisaje. Desfilan pueblos fabulosos: Tarancón, tallado en un bloque de cal; Colmenar de la Oreja, Villamanrique del Tajo, Carrascosa del Campo, con sus grutas habitadas.

Fosforecente y casi irreal, el Huécar se abre paso entre los pinares, afirma el contorno de una colina, se deshace en cintas diminutas, para volverse a integrar más lejos con repentinas pretensiones de río grande… (aquí parece confundir el Júcar con el Huécar)

Llevo treinta y dos horas de viaje. ¡París-Cuenca, vía Burgos-Madrid! Pero es que esta aventura del viaje a Cuenca me la tenía prometida desde hacía muchos años. Soñé con Cuenca por primera vez en pleno campo de Cuba, allá por 1919, al leer uno de los episodios de las “Memorias de un hombre de acción” de Baroja.

Desde entonces me obsesiona el nombre de esta ciudad, menos interesante tal vez que Toledo o Segovia, desde el punto de vista artístico, pero mucho más sugestiva por su relativo aislamiento y la adusta arbitrariedad de su topografía propiciada por los caprichos de una naturaleza extraordinaria.

Hemos llegado tarde en la noche. Hundo la cabeza en una almohada que huele a tomillo y hierbabuena, sin valor para emprender un primer descubrimiento de la ciudad.

Estoy impaciente por penetrar en la “ciudad de las Casas Colgadas”. Imaginad un enorme peñón de roca rodeado de precipicios que forman una réplica perfecta del Gran Cañón del Colorado.

En el fondo de esa gigantesca arruga geológica corren mansamente el Huécar y el Júcar. En los bordes superiores del cañón, las erosiones milenarias han tallado una galería de esculturas alucinante. Estatuas de piedra, de sesenta a cien metros de alto, con figura de hongos, de naves, de árboles, de reptiles. Hay rostros semejantes a los que pueblan las costas de la Isla de Pascuas…

Cuenca se alza sobre el peñón de roca, rodeada de montañas, dominando valles angostos. Sólo la calle central de la ciudad es accesible a los automóviles o carruajes. Las otras vías, sinuosas, abruptas, angostas, sólo resultan practicables a pie o a lomo de mula o borrico…

Y en ello está –como en la mayoría de las viejas ciudades españolas— el encanto capital. Veinte veces vuelve uno a perderse en ese dédalo, oliente a montañas, a flores y a pelo de asno. Las callejas ascienden en espiral hacia no se sabe qué cumbre invisible, o abandonan de pronto al paseante, al borde de una quebrada vertiginosa.

Toda la ciudad parece colgada sobre precipicios. Tan colgada como las famosas “casas colgadas” arbitrariamente sostenidas por unas pocas vigas empotradas en una gigantesca muralla de granito...

Tan arbitrario resulta el plano de Cuenca que se hace a veces imposible encontrar una torre, una iglesia, fácilmente localizables cuando se contempla la ciudad desde abajo. Habiendo hecho una cuestión de honor el orientarme por mis propios medios, sin preguntar a nadie, invertí tres tardes consecutivas en descubrir el camino que conducía al Seminario Conciliar, cuyo edificio era perfectamente visible, no obstante, para quien se hallara en las orillas del Júcar…

No lejos se encuentra la Plaza Mayor, con su fuente de agua clara, sus dos conventos y su catedral, fabuloso bazar de esculturas policromadas. Y todavía asciende la calle principal, cada vez más angosta, dejando a sus orillas algunas iglesias del siglo XIII, hasta transformarse en sendero bajo el arco de un castillo cuyo puente levadizo defendía antaño la ciudad de atacantes venidos de la sierra…

Aquí se abre el panorama. Panorama alucinante, de erosiones, de rocas roídas por el tiempo, de alocamientos graníticos, encuadrados por bosquecillos de cipreses.

El Seminario de San Pablo, semejante a una fortaleza, señala el nivel intermedio de un paisaje que se escalona entre las huertas que bordean el Huécar, y la cima de una montaña en que se alza una ermita blanca, dominada por un humildísimo campanario… (se refiere a la ermita que había en el Cerro Socorro)

(….) Hay en Cuenca misteriosas iglesias cerradas, en las que nunca se dice misa, y que sólo pueden visitarse gracias a la amabilidad de quienes están encargados de su custodia. La más interesante es sin duda la iglesia de San Antonio (San Antón), consagrada a la Virgen de la Luz, patrona de la ciudad.

En ella he visto Vírgenes erguidas sobre pedestales de cabezas cortadas. Cuadros formados por combinaciones de papeles de colores, reconstituyendo escenas de la Pasión. Y, sobre todo, una Cena fabulosa, con personajes de tamaño real, tallada de una sola pieza en el tronco de una encina gigantesca.

Sobre la mesa, ante Cristo, el Iscariote y los apóstoles; el autor de la escultura (Luis Marco Pérez, anotamos) ha colocado mendrugos de pan, cincelados en madera negra, que el visitante puede desplazar a voluntad…. ¡Hasta dónde llega el suprarrealismo de las iglesias españolas!...

¡Recuerdo imperecedero de diez días vividos en Cuenca, de mañanas luminosas en que anduve, casi desnudo, por los desiertos senderos de sus montañas agrestes!... De ellos he traído el cuerpo quemado y el espíritu lleno de sosiego…”, terminaba diciendo Carpentier para volver con nuevos bríos al invierno de París.

 

 
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