Política
La columna de Ángel Santiago Ramos

Los diez presidentes

(...) Con la ayuda, entre otros, del papanatismo socialista en una y otra institución, los dos principales gobernantes populares de nuestra provincia se pasean de la mano en una imaginaria casa común que se parece cada día más a una luna de miel (...)

La opinión de Ángel Santiago Ramos

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León

El actual presidente de la Diputación de León, Juan Martínez Majo, cargo que compatibiliza con la alcaldía de Valencia de don Juan y con la dirección provincial del PP, es el décimo inquilino del Palacio de los Guzmanes en la actual etapa democrática.

Sin que sirva de axioma, sus nueve predecesores en el cargo –por unas u otras razones- terminaron más mal que bien sus mandatos. Algunos fueron breves. Otros, defenestrados. Bastantes, padeciendo un calvario político provocado desde campo amigo. Uno en la cárcel y ahora en libertad bajo fianza. Y, la única mujer, fue asesinada en el mes de mayo del 2014.

Digo esto, porque observo que Martínez Majo, en el tercer año de mandato, comienza a dar síntomas de ese mal desconocido que habita en el palacio y que impregna de confusiones y errores la gobernanza.

Si éste es un estado laico. Si diputación y diócesis son cosas distintas, ¿ por qué Martínez Majo le acaba de prometer al obispado cerca de medio de euros para un museo religioso en la capital leonesa y para habilitar casas parroquiales destinadas al mercado inmobiliario ?.

Si el ámbito de su jurisdicción y su deber es atender a los municipios de menos de 20.000 habitantes, no debiera producirse aportación alguna a proyectos que son exclusivos del municipio de León.

La última excursión de pendones a Sevilla, que se organiza y costea desde el palacio provincial, llevaba incluida la carabina de esa alcaldía a la que se le presta más atenciones que a ninguno de los pequeños y medianos municipios de la provincia.

Con la ayuda, entre otros, del papanatismo socialista en una y otra institución, los dos principales gobernantes populares de nuestra provincia se pasean de la mano en una imaginaria casa común que se parece cada día más a una luna de miel.

Si el décimo presidente de la diputación provincial también se pierde entre la maleza que crece en la vida política, tal vez sería hora de que Margarita Torres llame a su amigo Iker Jiménez para que libere el Palacio de los Guzmanes del maleficio que allí vive.

 
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