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Córdoba

Es de sobra conocido el maridaje entre las sectas y los drogodependientes, el número considerable de éstas que se dedican a la rehabilitación, y la cantidad de aquellos otros que se refugian en los centros regentados por ellas.

Las sectas ofrecen al drogodependiente algo importante de lo que carece: una seguridad, unos principios firmes, un sentido para su vida que hasta entonces había sido incapaz de encontrar.

Eso estaría bien si se hiciera desde el respeto a la persona y a su libre decisión de adoptar o no esa filosofía o ideología, pero en la realidad pocas veces se da. Lo que suele ocurrir es que las ideas se venden como las únicas capaces de sacarle del atolladero en que se encuentran, y esto no conduce a nada ni bueno ni sano.

La experiencia nos dice que al separarse de los líderes, al volver a su entorno habitual, caen como moscas al no tener a nadie que les siga marcando pautas de comportamiento.

Por otro lado, los drogodependientes ofrecen a la secta una personalidad dependiente, adicto a lo que se ponga por delante, un campo abonado !y bien abonado! Para que venga alguien y siembre lo que quiera; una simbiosis que suele acabar, si no pronto, sí mal, salvo alguna honrosa excepción en quedó más colgado que con la propia droga.

Las sectas saben bien que la droga entra por la dificultad para emplear su tiempo libre, por la inactividad, esos ratos que el fanatismo reduce al mínimo, no sea que su mente en blanco le impulse bajo algún resorte a buscar al camello.

Es obvio que, cuando no hay ocupación, todos tendemos a hacer lo que nos gusta, y a ellos ya sabemos qué es lo que más les gusta y cuán fácil le resulta llevarlo a cabo, cruzar la calle, andar pocos metros, un gesto con las manos, una mirada cómplice y ¡a pillar!

Definitivamente, para que esto no ocurra, quienes quieran dejar la droga deberán ponerse en manos de profesionales que no les secuestren las ideas y empezar a aprender a ocupar su tiempo libre.

 
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