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El oscuro pasado penitenciario y los tejemanejes para comunicarse con el exterior

¿Cómo era el ingreso en la cárcel en siglos pasados? ¿Qué sobornos se producían? ¿Se hacían novatadas? ¿Cómo se podían comunicar con el exterior?

Interior de la Casa del Corregidor de Cuenca, edificio donde estuvo la cárcel. / Santiago Domínguez (Ares Arqueología)

Cuenca

En varios programas anteriores de Así dicen los documentos que coordina en Hoy por Hoy Cuenca cada jueves la directora del Archivo Histórico Provincial de Cuenca Almudena Serrano, ya nos ocupamos de algunos aspectos de la vida carcelaria, aunque nos dejamos algunos aspectos importantes por tratar, como el ingreso en prisión, las novatadas o patentes, los procuradores corruptos, la asistencia sanitaria o los tejemanejes para comunicarse con el exterior. Además, hablamos también de las fugas que algunos osados presos llevaron a cabo. Pero esta vez nos vamos a adentrar en aquel oscuro pasado penitenciario desde otro punto de vista.

El oscuro pasado penitenciario y los tejemanejes para comunicarse con el exterior

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Vamos a comenzar por el ingreso de los reos en la cárcel, a la que eran conducidos por el alguacil, que los inscribía en un registro de entrada. Este registro estaba a cargo del escribano de la cárcel y en él se anotaba la filiación de los detenidos, las circunstancias de la detención, las señas personales, etc.

Como siempre, además de las fuentes documentales conservadas en los Archivos públicos, echaremos mano de los ejemplos numerosos de nuestra importantísima literatura del Siglo de Oro para ilustrar algunas escenas. Y empezamos por esta que se puede leer en Guzmán de Alfarache, grandísimo pícaro, en que cuenta cómo era la acomodación en la cárcel por el portero: ‘Después de haberte por el camino maltratado, y quizás robado lo que tenías en la bolsa o faltriquera, te pondrán en las manos de un portero, y de tal casa, que, como si esclavo suyo fueras, te acomodará de la manera que quisiera o mejor se lo pagares’.

La colocación dentro de las celdas de la cárcel dependía de la gravedad de los delitos que se atribuyeran al reo, pero esta situación se podía mejorar, lógicamente, gracias al siempre socorrido soborno, como acabamos de escuchar en este fragmento. Este tipo de corrupción estaba generalizado a todos los niveles dentro de las paredes de la cárcel.

En algún momento comentamos ya que no todos los delincuentes cumplían siempre condena en la cárcel. Los presos de mejor posición social y económica sólo iban a la cárcel en circunstancias extraordinarias, ya que podían cumplir la pena en su propia casa o donde el alcaide encomendase su vigilancia.

A estos presos nobles los llevaban a aposentos más confortables, en zonas más cercanas a la calle y en pisos superiores, no inferiores, a donde no llegaba la luz del sol y, en la inmensa mayoría de los casos, ni la ventilación.

En uno de los muchos testimonios que se pueden leer en los documentos, tenemos este, en que un preso pidió que lo cambiasen de celda por estar en una ‘sin luz y sin respiradero’. Es muy difícil entender hoy cómo se podían pasar los días y las semanas en una celda sin luz y sin ventilación.

¿Y una vez que los reos entraban, cómo se integraban? Cada uno hacía lo que estaba en su mano por pasar mejor aquel trance, incluyendo el soborno, como nos cuenta el pícaro Guzmán: ‘Quisieron echarme grillos, redimílos con dineros, pagué al portero a cuyo cargo estaban, y al mozo que los echa’.

Reja de la cárcel del Corregidor de Cuenca. / Antonio Madrigal

Y para que esté más seguro de que el dinero le será útil, le advierten:

‘Ahorre vuestra merced de pesadumbres que con 8 reales que dé al alcaide, le aliviará, que esta es gente que no hace virtud, si no es por interés.

Cayóme en gracia la advertencia. Al fin, él se fue; yo di al carcelero un escudo, quitóme los grillos’.

Toda esta corrupción en las cárceles se castigaba ya en el reinado de Enrique IV, a mitad del siglo XV, con la pérdida del oficio para los carceleros. Y en los siguientes siglos más de un oficial de la cárcel acabó entre rejas por dejarse sobornar para facilitar las fugas.

Las novatadas

La situación habitual de entrada en prisión era la del acobardamiento ante aquel ambiente hostil, lo normal era despojarse de todo lo que pudiera calmar las actitudes negativas contra ellos, en forma de dinero o comida.

Aunque lo más normal en aquel ambiente de corrupción era la participación en ella de los procuradores. Veamos cómo: ‘Antes que amanece hay muchos procuradores que llaman de abajo, que entran en la cárcel a saber los presos que han entrado de noche. Y hay un lenguaje entre ellos extraño:

¿Acá está vuestra merced? ¿Pues, porqué, señor? Ríase vuestra merced de eso; calle, dé acá dineros que yo lo soltaré luego. El escribano y el juez son mis amigos y no hacen más de lo que yo quiero’.

En muchos expedientes judiciales se da muestra de la impaciencia de algunos presos porque sus asuntos no prosperan y siguen en la cárcel, aun teniendo un procurador que les asiste.

Era bastante común que los presos preguntasen por su proceso con la siguiente expresión: ¿Qué hay de lo mío? o ‘¿Cómo va mi asunto?’.

Edificio de la antigua cárcel de la Inquisición de Cuenca. / Cadena SER

Los alcaides

Los alcaides eran la autoridad suprema de las prisiones y estaban asistidos por otros oficiales como los lugartenientes. A las diez de la noche, las puertas debían estar cerradas.

Los presos que sabían leer y escribir no eran ni mucho menos abundantes en número. Como ya comentamos en programas anteriores, el índice de población que sabía leer y escribir era mínimo, estimado en el 1%, y entre los habitantes de la cárcel los porcentajes podían aumentar en su favor, de los que sabían leer y escribir.

De ellos, los que tenían buena letra redactaban cartas por encargo de los iletrados. Algunos testimonios nos dicen lo siguiente:

‘Hay muchos presos que ganan su vida a escribir cartas y billetes de amores para afuera de la cárcel’.

O el siguiente que escribió Mateo Luján de Saavedra:

‘Tres o cuatro días antes de una visita general a la cárcel para la fiesta de Navidad, como algunos me vieron escribir, maravilláronse de mi letra y razonable nota.

Heme aquí canonizado de letrado y todos acudían a que les hiciese peticiones, aunque me pagaban como a un letrado bribón.

Y de allí adelante, el servicio que me daba de comer era escribir peticiones y billetes para procuradores y parientes de presos’.

Lo que usaban para escribir

Los presos que sabían escribir nos siempre tenían a su alcance plumas ni tinteros, y fue común que utilizasen varas de mimbre como plumas y carbón machacado diluido en aceite como tinta. El papel usado, la mayoría de las veces, era el que le entregaban los carceleros con la comida liada. Y estos testimonios escritos entonces con aquellos rudimentos han llegado a nosotros, conservados en los procesos judiciales incoados por el Tribunal de la Inquisición de Cuenca, por ejemplo.

Así contaba un testigo con qué escribía un compañero de celda:

‘Y dice el declarante que ha escrito diez papeles con un palillo de mimbre de la canasta donde recoxe lo que se le lleva para su alimento…’.

Toda esta importantísima documentación se conserva en el Archivo Diocesano de Cuenca, que es un centro de una gran relevancia a nivel de España y de muchos países, por la singularidad de su documentación, que ha servido para investigar ampliamente y dado como fruto innumerables tesis doctorales y otros trabajos de investigación. El Archivo Diocesano de Cuenca es un archivo magnífico.

Pero sabemos que los presos no sólo usaban para escribir el papel. En el Archivo Histórico de Cuenca, que como nuestros oyentes saben, fue sede del Tribunal de la Inquisición, se ha conservado un testimonio literario importantísimo en sus paredes, un soneto, que fue el tipo de poema más usado en la literatura española, y que fue escrito por uno de aquellos encarcelados en el siglo XVII. Se trata de un testimonio singular que, aunque algunos lo habrán leído en la propia celda donde se escribió y que se atribuye a un tal Manuel de Castro, y que, aunque lo compartimos en un programa anterior, siempre es pertinente recordar estos testimonios:

‘Es tan grande mi pena y sentimiento

en esta prisión triste y rigurosa

ausente de mis hijos y mi esposa

que de puro sentillo no lo siento.

Oh, si llegase presto algún contento

Oh, si cansada ya la ciega diosa

conmigo se mostrase más piadosa

poniendo treguas a tan gran tormento

Mas, ay, que mi esperanza entretenida

consume el alma en tan larga ausencia

a donde está aresgada honra y vida.

Mas yo confío en Dios que mi conciencia

sé yo que está tranquila aunque afligida

al menos reconozcan mi inocencia.

Y en otro poema que se conserva en el proceso de Manuel de Castro y que se publicó en su momento, dijo el infeliz acusado, siempre clamando por su inocencia:

Como Padres de Piedad

y con tantas excelencias

mandad que las diligenzias

se hagan con caridad.

En todo a Dios imitad

y vereys que ynjustamente

padezco ynocentemente

por un falso testimonio

que me lebantó el demonio

por voca de mala jente.

Cómo se relacionaban los presos con el exterior

Aunque en la cárcel pública ya vimos cuando hablamos de las fugas que el control sobre quién entraba y salía era muy relajado, no sucedía lo mismo en las cárceles de la Inquisición, en las que sí existía estrecha vigilancia y exhaustivo cumplimiento de las obligaciones encomendadas. No me consta ningún caso de fuga de la prisión inquisitorial de Cuenca.

La incomunicación que sufrían con el exterior intentaban salvarla dejando mensajes en lugares a los que podían salir y visitar familiares suyos o conocidos, pero esto se permitía expresamente por la Inquisición para controlar esos mensajes, que nunca llegaban a sus destinatarios y que se usaban contra el reo en los procesos.

Incluso los presos intentaban comunicarse de palabra con esas personas, tal y como se conserva en uno de los procesos, en que pasó lo siguiente:

Dice un culpado:

‘¡Hermanita! ¿Me has culpado tú? ¿quién me ha traído aquí?

Su hermana respondió:

‘¡Hijo mío! ¡Yo no lo sé! ¿Yo te habría de hacer tal? ¡Ni te he culpado ni culparé!’.

Su hermana miró por entre las rendijas de la puerta y vio a su hermano que se encontraba muy pálido y delgado. Cuando el preso se dio cuenta, intentó tranquilizarla haciéndole saber que estaba bien en aquella prisión, no sin advertirle, para que tuviese cuidado, de lo siguiente, porque su madre y una tía suya también habían sido denunciadas:

‘¡He visto a nuestra querida madre y a Rosa Díaz y me han dicho que quien nos ha traído aquí han sido Las Pachecas o Las Mamelonas’.

En este proceso inquisitorial consta el testimonio de un carcelero que descubre las comunicaciones. Veamos cómo:

‘En el cuarto que llaman del vertedero, donde está la fuente, reparó que Manuel de Castro que abía entrado antes a llevar agua a su prisión dejó con disimulo detrás de un cántaro quebrado que estaba en el rincón debajo de la ventana tres papelillos que este declarante levantó y reconoció ser los papeles en que se daba las especias con que se guisaba…’.

Y como ya dijimos antes, cuando se descubrían estas comunicaciones permitían que continuasen porque era la mejor manera de sonsacar información, teniendo en cuenta que jamás hubieran pensado quienes se comunicaban que podrían estar siendo vigilados.

Aunque la madre de uno de ellos se percató de la posible vigilancia porque escribió, con el fin de advertirle: ‘Hijo mío, la caña no la metas en el cántaro que pueden quitarlo, en el rincón detrás del cántaro.

Y en vista de ello, el alcaide mandó que se volviesen a poner donde se hallaron, con el cuidado que se le tiene encargado para saber quién los toma’.

Al principio del programa dijimos que una mínima parte de la población sabía leer. En este caso, se trataba de una familia en la que por haber tenido una librería en Madrid todos sabían leer y escribir. Y gracias a aquella escritura podemos conocer estos detalles tan curiosos y reveladores de la vida en las prisiones antiguamente.

 
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