Nuevas técnicas de caza

Santa Cruz de Tenerife

Estamos en el año de la eclosión feminista. Por más que haya aún quien intente argumentar que las mujeres nos estamos pasando de frenada y que ya es que no se va a poder decir ni un piropo bonito.

Los nervios de la caverna son una demostración palpable de que esto no tiene visos de remitir. Tan palpable como los traseros que hasta ahora se sentían libres de sobar impunemente cualquier día de caza.

Pero el fin de la patente de corso no quiere decir, ni de lejos, que la caza haya terminado. Ni siquiera entre quienes han de ser políticamente correctos en su discurso.

Si algún dato fiable puede extraerse de las encuestas electorales es que las Cámaras van a ser una cuerda floja en lo que a búsqueda de mayorías se refiere. Y en semejante tesitura, un escaño es, más que nunca, oro puro.

Los analistas coinciden en que el voto de las mujeres será decisivo en esta liza.

Pero como los partidos siguen estando dirigidos por hombres, ellos se lanzan a esa captura con las estrategias que han aprendido a lo largo de los siglos: seducción y condescendencia.

Por ejemplo, ahora se les va la vida en poner cara de que su prioridad ha sido siempre obtener más fondos para los pactos contra la violencia machista. A otros les ha dado por situar estratégicamente a una pléyade de chicas florero en las esquinitas del partido.

En resumen, hay más que codazos por liderar esa cacería del ingenuo y desvalido sufragio femenino. Que el caso de Albert Rivera sea el más patético no quiere decir ni mucho menos que sea el único.

Lo crucial ahora es que la fuerza que la unidad presta al movimiento no se diluya tragándonos de nuevo la milonga de que la teoría es lo mismo que la práctica.

En cualquier cacería que se precie hay cebos y reclamos. Y esta está muy lejos de acabar.