Terror y propaganda

Andújar

El terror y la propaganda son elementos fundamentales en las guerras, y sin el primero no hubieran podido erigir su imperio los asirios y los mongoles, ni Alejandro sin la segunda. En la creación de muchos estados ha intervenido, más allá de la guerrilla, el puro terrorismo, como el del IRA en Irlanda y el del Irgún en Israel, por no hablar del autoproclamado Estado Islámico, íntegramente terrorista. Queipo de Llano usó ambos con éxito, pero a Santiago Cortés, que se puso a sus órdenes, no le rentó convertirse en mito propagandístico. Por más que las palabras y el cine intenten disimularlo, aquello fue un desastre en todos los aspectos, porque ni la propaganda de Queipo ni el aura mítica de Cortés lograron quebrar la superioridad republicana, puramente material, ya que, si las cosas no eran como las pintaban los franquistas, tampoco existía el heroísmo fingido por los bardos entre trincheras recordados por Líster en Nuestra guerra: Alberti, Miguel Hernández, Herrera Petere, Rejano, Serrano Plaja, Garfias, Altolaguirre, Prados. Herrera Petere, hijo de aquella extraordinaria figura que fue el general e inventor Herrera Linares, cuenta así el final del asedio, “Ya se tomó el santuario/ de la Virgen de la Muerte,/ ya está el cerro sin cabeza/ degollada la serpiente;/ ya está libre de enemigos;/ pueblo andaluz, ven a verle,/ que la brigada de Cartón/ a regalártelo viene”, quizá sin ver lo mal que suena “brigada de Cartón” si no se cae en que se refiere al personaje que Miguel Hernández llama simplemente “Pedro” en su Teatro en la guerra, así como Vittorio Vidali, llamado en España Carlos Contreras y José Díaz, es nombrado sólo “Comandante”. Herrera Petere, cuando escribe a su mujer, dice la verdad que no cuenta la propaganda de los artículos y el teatro de Miguel Hernández: “En el santuario, que es una especie de castillo de Drácula, lo que hay es un olor a muerte horrible. Cuando lo estaba viendo, llegaron los caprones, yo me escondí entre una roca y unas zarzas. El comandante Carlos J. Contreras se metió en un zarzal y se arañó toda la cara, cosa que resultó muy divertido. No bombardearon. Fue únicamente para ver si era verdad que estaba tomado el santuario”.