Sociedad
Alumni 2018

Estudiantes, sopistas, capigorrones, tunos...una historia fascinante

La Literatura deja un retrato de la universidad clásica llena de curiosiades

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Parece obligado referirse a los grandes protagonistas de Alumni 2018: los estudiantes universitarios, que se reúnen en su congreso del VIII Centenario de la Universidad de Salamanca. Estudiantes herederos de aquellos otros “clásicos” que venían de todo el mundo, como ahora, aunque en medios de transporte diferentes, y estrenaban curso en octubre. No venían solos, de ahí el dicho “Por San Lucas, a Salamanca putas”.

Venían, buscaban piso, como ahora y compraban los enseres necesarios. Y estos enseres solían adquirirlos en la calle de Serranos, donde estaban las tiendas de compra, pero también de empeño. Lo que dio lugar a un dicho que recoge el Maestro Correas según el cual la calle de Serranos era de pocas verdades y muchos engaños.

En cuanto al alojamiento, estaban los pupilajes, casas bajo la vigilancia estricta de un pupilero. Luego había pisos cuyos ocupantes contrataban con una señora la comida y limpieza, se llamaban gobernaciones. La madre de Lázaro de Tormes trabajó al servicio de unos estudiantes. Y lo que hoy llamaríamos piso de estudiantes se conocían entonces como repúblicas. Además había estudiantes en posadas y mesones.

Ayer, como hoy, era obligado el pasaporte de la novatada, liturgia, que con frecuencia, incluía escupitajos o golpes, eran las famosas “nevadas” y “ruedas”. Una vez superadas las pruebas se proclamaba al nuevo estudiante: “Viva el compañero y sea admitido en nuestra hermandad, goce de las preeminencias de antiguo, puede tener sarna, andar manchado y padecer el hambre que todos”.

Es preciso decir que en los pupilajes la alimentación estaba reglada, aunque no tanto como en los colegios mayores y menores, y a partir de aquí ya depende de las posibilidades de cada uno. Había quien era sopista y vivía de la sopa boba, y quien gozaba de cocineros y camareros a su servicio. Pero algo había, sin duda. Sebastián de Horozco, estudiante en Salamanca, decía: “Yo os quiero, señor, decir, qué es la vida pupilar y espantaros estaréis de oír de cómo puede vivir el triste escolar” y a partir de aquí todo son calamidades hasta el punto de llamar la atención sobre cómo cantaban las tripas de hambre. Recordemos también el “Buscón” de Quevedo, como otro ejemplo de hambre.

Los estudiantes de entonces, esquivaban el hambre como podían. A veces comiendo higos, aceitunas o pan duro. Acudiendo a la puerta de los conventos buscando la sopa boba, dando lugar a los famosos “sopistas”, precedentes de los tunos de hoy, portando siempre su cuchara, y en ocasiones acudiendo al robo. Y así se acuñó la fama y el dicho: “Cuándo un estudiante llega a la esquina de una plaza, dicen las revendedoras ¡fuera ese perro de caza”.

Los tunos, un género muy vinculado a la universidad, son la evolución de los sopones o sopistas, que vivían del llamado bodrio de las porterías de los conventos. El bodrio era un caldo con algunas sobras de sopa, mendrugos, verduras y legumbres. Estos sopistas eran llamados también goliardos.

Ayerm como ahora, unos estudiantes ejercían de tales y otros no. Había quienes venían rezongando y quienes se matriculaban buscando el pedigrí que daba la universidad salmantina.

Un género muy curioso dentro de los estudiantes eran los ”capigrorrones”, que eran estudiantes al servicio de otro, con más recursos. Le tomaban los apuntes y al final acababan sabiendo más que el señorito, claro. Estos capigorrones fueron fundamentales en la elección de rectores y de ello se aprovecharon para sobrevivir.

En la cima del alojamiento estaban los colegios mayores, y a veces lo importante para el futuro era el colegio en el que se había estudiado, destacando entre otros el Colegio de San Bartolomé. Se comía bien, pero todo estaba muy pautado y la disciplina era enorme como se lee en sus constituciones. Y se comía bien porque esa impresión transmite el libro escrito por el cocinero del Colegio Mayor de Oviedo en Salamanca, Domingo Hernández de Maceras.

Aquel tiempo clásico entra en crisis en el siglo XVIII y XIX por diversas situaciones. Todo cambia, hasta el punto de que se ponen de moda las pensiones, residencias y colegios mayores, y por supuesto, poco a poco, los pisos de estudiantes. En 1987 ese alojamiento en pensiones apenas llegaba ya al 6%. El 40% vivía en pisos y un 35% en casa de sus padres. Ese porcentaje habrá subido considerablemente. Hoy hay becas, ayudas para la alimentación, y los tunos lo son por afición y no por obligación..

 

 
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