El muerto vivo

PALMA

Echo en falta un debate serio y profundo sobre la crisis de la lampistería como oficio y el escaso cumplimiento de su código de buenas prácticas por parte del colectivo. Si ha tenido usted un lampista recientemente en casa, entenderá lo que digo. Sería incluso de agradecer que lo promovieran los propios profesionales de la llave de sifón, pero compruebo, con cierta desazón, que el debate no acaba de prender. No llega a la calle.

Y es que la única y verdadera controversia que mantiene ocupada a la humanidad entera es, efectivamente, la crisis del periodismo. Si los magos del cortatubos tuvieran a mano los medios de comunicación y se pasaran el día en Twitter, otro grifo les daría caudal. Pero eso es patrimonio de los periodistas y nos encanta hablar de nosotros mismos, sobre todo mal.

No abundan los lampistas que rajen del oficio que les da de comer. Sin embargo, el mundo está lleno de plumillas cenizos dispuestos a matar al periodismo a golpe de augurio. Y exigiéndole, además, al pretendido moribundo, que desista de ofrecer ni siquiera resistencia.

Periodista que anuncias a diario la muerte del periodismo, prueba a invertir tus energías en practicarlo de la mejor manera posible. Busca historias. Levanta noticias. Contrástalas, compréndelas y cuéntalas. Contribuye con tu esfuerzo a que el periodismo perviva. Y deja ya tranquilo el Twitter, que no paras.

Y si no estás por la labor, tú mismo. Pero que sepas que el periodismo te va a sobrevivir. Y, por supuesto, la lampistería.