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El comentario de Ángel Núñez

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Política barroca

Cádiz

POLÍTICA BARROCA.

A ver cómo me explico. Hay quien afirma que vivimos una nueva edad barroca. Lo de ponerle nombre a las cosas nos ha gustado a los humanos desde el Génesis. Sostenía el gran Lezama Lima que lo barroco sufrió una curiosa transformación: inicialmente servía para nombrar un estilo peyorativamente considerado, excesivo y poco profundo, casi un insulto, pero luego pasó a significar una muy apreciada configuración estilística y también el corazón del espíritu de una época. En Cádiz, huelga señalarlo, es bien patente la huella del barroco, pero su impronta no es solo arquitectónica o literaria, corre todavía por nuestras venas. Es un legado espiritual, creo yo. Más allá de periodos históricos, Andalucía es barroca, dicen muchos. Como lo es América latina. Lo fantástico y el barroco son rasgos que nos definen bien a los dos lados del charco. Y no está del todo claro que eso sea bueno. Pero qué le vamos a hacer, si nos dibujaron así. Frente a la estética clásica que aspira a la imitación de la Naturaleza mediante el artificio, el barroco pone el acento en el propio artificio. El artificio es lo que importa. Y que le den a lo real.

En este tiempo nuestro de manipulación y posverdad, de redes sociales y metaverso, lo barroco recobra aquel sentido excesivo y poco profundo, recargado y caprichoso, engañoso. Basta con analizar la política contemporánea para encontrar en ella todos estos atributos a los que me vengo refiriendo. Y quiero hacer mención de otra cosa. Si algo es una característica peculiar de la estética del barroco es el «horror vacui», el miedo al vacío, que se rellena mediante el ornamento, la exageración y la abundancia. «La Naturaleza aborrece el vacío», sostenían los aristotélicos. También esto es muy representativo de la política que padecemos. La polémica sobre las terrazas de la calle de La Palma es un buen ejemplo. Puro «horror vacui». Miedo al vacío en la calle de La Palma, donde no queda un hueco libre, pero también en el Ayuntamiento. Como no hay oposición, porque no la hay, el propio gobierno municipal tiene que hacerse oposición a sí mismo para rellenar ese vacío. Eso explica el simpático vodevil, entre barroco y borroka, de los últimos días. Pero en poco más de un año hay elecciones municipales.

Dicho en lenguaje periodístico, los partidos ya miran de reojo a 2023. Y las casillas con los nombres de los candidatos están vacías. Eso sí que es «horror vacui».


 
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