Sociedad
Historia medieval

La SER recupera un drama teatral del siglo XIX dedicado a la conquista de Cuenca

El sitio de Cuenca. Litografía de Serra. / Archivo de José Vicente Ávila

Cuenca

La celebración de las fiestas de la Vaquilla de San Mateo, en el 841 Aniversario de la Reconquista de Cuenca por el Rey Alfonso VIII, se han visto precedidas un año más por la reciente representación histórica en el Casco Antiguo de Cuenca. Esta semana, en Páginas de mi Desván, en Hoy por Hoy Cuenca, José Vicente Ávila nos trae una casi desconocida representación distinta, una obra teatral en verso, titulada “¡Cuenca por Alfonso VIII!”, estrenada hace 141 años en el Teatro La Paz (que estaba situado en la calle Alonso de Ojeda, actual Centro Infantas de España) en la noche del 21 de septiembre de 1877, original de Rafael Borlado y Constancio Lumbreras.

La SER recupera un drama teatral del siglo XIX dedicado a la conquista de Cuenca

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Se trata de un drama en tres actos en verso, que fue representada por primera vez el 21 de septiembre de 1877, que era entonces el 700 Aniversario de la Reconquista de Cuenca por el Rey Alfonso VIII, que fue editada en un librito de 120 páginas, por la Imprenta de Manuel Mariana, situada en los números 28 y 30 de la calle Correduría (actual de Alfonso VIII), que fue ensanchada en su tramo por Andrés de Cabrera a partir de 1910. Según sus autores, Rafael Borlado y Constancia Lumbreras, la escena teatral se sitúa en el año 1177; en el primer y segundo acto se representa lo que ocurrió en Cuenca en la tarde y noche del día 20 y comienzos del 21, y la tercera parte y final en la mañana del 21 de septiembre. En la obra teatral versificada intervienen once personajes, amén de un grupo de figurantes, y dado que se estrenó hace 141 años, vamos a recordar quienes eran aquellos personajes y los actores que los representaron por el denominado Grupo Teatro:

Conquista de Cuenca, de L. Marco Pérez, en el Escardillo. / Archivo José Vicente Ávila

Zoa: Señorita Pastora Giménez.

Asub (guardián del Postigo): Miguel Deán.

Aben-Abas-Maad (Emir gobernador): Federico Giménez.

Estéfano Burillo: Rafael Ferrandiz.

Pedro de Zafra: Francisco Lozano.

Lopez de Salazar: señorita Josefina Ismenia.

Alfonso VIII: Raimundo Andiano.

Martín Alhaja: Miguel Giménez.

Además de estos personajes, también figuran el obispo de Burgos, y dos pastores moros.

El acto primero de la obra nos presenta la Puerta del Postigo, con un paisaje de rocas cortadas y breñas, y una parte de la muralla que forma ángulo con el Postigo. En ella se desarrollan las primeras escenas en las que intervienen Zoa y su padre Asub, el guardián del Postigo, que hablan “del mal presagio de la tormenta furiosa que se cierne sobre Cuenca, exclamando:

“Hija, nota / que lleva ya nueve meses / el cristiano con sus tropas / asediándonos de cerca, / y que la morisma toda / pide recursos, y nadie / hay que a socorrerla corra …”

Zoa le comenta a su padre que un “Un cristiano, un enemigo / ha enamorado mi ser, / inspirándome un querer / que siempre llevo conmigo”…

Más adelante entra en escena el hambriento Emir Aben-Abas-Maad, ya en trance por la inminente llegada de las tropas de Alfonso VIII, con gentes que le acompañan desde Burgos. Dialogan el Emir y Asub sin percibir que Martín Alhaja y otros dos pastores se esconden entre las breñas y las rocas. Se escucha al Emir:

Portada del drama teatral. / Archivo José Vicente Ávila

¡Ah Cuenca, Cuenca! Entre tus altas rocas

La más amarga hiel sediento bebo: /

Tú el fin de mi ventura altiva tocas!

Asub: Mandad otra embajada,

Emir: ¡No! Ninguna del mensaje

a contestarme ha vuelto; y, o es desprecio,

que acrecienta mi rabia y mi coraje,

o es que Cuenca le han puesto poco precio.

Asub: ¿A Cuenca poco precio?

Emir: Ese el motivo debe ser, o el desprecio…

¿Y llegaré a perderla?

Asub: ¡Vos perderla?

Emir: Si sucediera así, si eso sucediera,

era entonces, Asub, perder la perla

de mi corona real la más preclara.

¡Cuenca, Cuenca… ¿Tal vez voy a perderte?....

…Si al abrazarse el Huécar con el Júcar

su linfa transparente sabe a almibar,

en veneno y en hiel trueca su azúcar

Y a los hijos de Cristo sepa a acibar.

Si mis gentes se rinden abatidas

y déjanse en poder de los cristianos,

acaba de una vez, toma sus vidas,

rasga su corazón, corta sus manos!

¡Ea, pues!... ¡A luchar…!.. ¡Suena Mangana!

¡Prosiga el exterminio a troche y moche,

Y anunciese el morir para mañana

Al que salga con vida de esta noche!

Aparecen en escena Martín Alhaja y dos pastores, que viven en la cueva de la Moratilla, y se inclinan respetuosamente ante el Emir, que les pregunta si tiene carneros entre el rebaño, pues el hambre agota a sus tropas. Abre las puertas del Postigo Asub para que entre corderos y carneros, y entre sombras, lo hacen las tropas castellanas.

Arenga el Emir a los suyos, al toque de Mangana con estas palabras:

¡Suena Mangana!... ¡Bien! Es el segundo

toque que nos anuncia la batalla.

Obedezcamos y que tiemble el mundo.

Id pastores y dad a las gentes del Postigo

los carneros, y sacien su hambre fiera…

anunciadles que hay que ir al enemigo

y a combatir su Emir ya los espera!

En el acto segundo, con una decoración de sierras y breñas, aparece la cueva de la Moratilla, con los tres pastores andando. Es noche cerrada y Martín Alhaja teme que el emir haya descubierto su plan de huida, tras ser su cautivo. Los soldados recelosos le preguntan, ¿Quién eres?

-Cristianos: Un viejo pastor soy yo

dedicado a custodiar

Cartulario de Uclés. Libro de Historia de la Edad Media, 1935. / Archivo José Vicente Ávila

ganado, y de él ir en pos,

y cautivo hace ya tiempo

de Abas-Maad gobernador.

Yo casi puedo deciros,

y es tan verdad como el sol,

que en estos cerros y cuevas

la vida he pasado yo,

y que su fresco me ha dado

paz, calma y satisfacción.

Desde mis años de joven,

en la vida del pastor

mi cuerpo se ha envejecido,

mi cabello encaneció.

No hice daño nunca a nadie,

y de todos servidor,

he esperado que me paguen

cristianamente mi acción;

que me dejen vivir libre,

como yo pueda mejor…

El acto tercero y final, transcurre en la Plaza Mayor de Cuenca, pintada en el telón del escenario, apareciendo en el fondo la fachada de una gran mezquita de tosca arquitectura árabe; en el centro de la fachada una puerta ojival cerrada, con escalinata, con dos calles en ámbos ángulos. Amanece en Cuenca ese 21 de septiembre. El Emir masculla su dolor por el amor no correspondido por Zoa, la burla de Martín Alhaja y su espantosa derrota:

¡No salgas, sol!... te lo suplica un pecho

que ha desgarrado en trizas la desgracia…

…¡Ya vencidos estamos!... ¿Y yo existo

y contemplo ¡ay de mí¡ desdicha tanta?...

Vienen recuerdos a mi mente,

que en los traidores sacie mi venganza.

¡Zoa, Zoa!... tu imagen peregrina

rodando viene ante mi vista airada

aquellos coloridos que en un tiempo

en tu rostro mis ojos contemplaran,

hoy son rojos, muy rojos, son de sangre

en que te has de bañar ruborizada.

¡Martín, Martín Alhaja… también tengo

Para ti preparada mi venganza…

¡El clarín del cristiano a sonar vuelve!

Huyamos de su vista sin tardanza…

Se escuchan al fondo voces dirigidas a Zoa y al pastor de la Moratilla: “¡Esa, esa y Martín Alhaja entregaron la ciudad”. El emir intenta acuchillar a Zoa, enamorada del cristiano Estéfano, interviniendo en la lucha Don Pedro y Lope, que ponen paz. El Rey conquistador aparece entrando a Cuenca por la puerta de la muralla, llevando una Virgen en el arzón de su caballo, entre vivas a Alfonso VIII y a Cuenca, iniciados por el obispo. Habla el Rey a los capitanes, soldados y mesnaderos, que descansan de la pelea.

Escuchad todos atentos

lo que vuestro Rey ordena.

Como no puedo estar mucho

en esta ciudad de Cuenca,

porque otros varios cuidados

pidiendo están mi presencia

en la Corte, mis propósitos

necesito que sepan.

Obispo: Hablad Señor:

Cúmpleme llevar a cabo esta idea:

dejo trece fijosdalgos

en esta ciudad de Cuenca;

hombres buenos, y pecheros,

y soldados que obedezcan.

los Cañizares, Chirinos

y Ceballos aquí quedan;

que pues fueron capitanes

en tan prolongada empresa,

con los Jaravas, Abarcas

y los Carrillos, que aprestan

con los Bordallos, y Vázquez,

y Salazares, sus fuerzas,

justo es que queden aquí

para defender su presa.

Obispo: ¡Viva Cuenca! ¡Viva el Rey!

El Emir se inclina ante el rey vencedor Alfonso VIII con estas palabras:

Al nuevo rey de mi Cuenca

Saluda el Emir vencido

Y sus palabras espera.

Rey: ¿Vuestro nombre es…?

Abas-Maad, hijo de la hermosa tierra

Donde mojan sus pinceles

Los artistas y poetas;

De donde nace la luz,

La luz que alumbra la Esfera…

Entre murmullos de indignación contra el Emir por sus últimas palabras, Alfonso VIII toma la palabra:

Silencio: nadie le insulte;

no obstante, oid sin protesta

lo que un rey, que es vencedor,

hace con los que venciera.

Yo os aseguro las vidas

y también vuestras haciendas;

No arruinaré las mezquitas

ni estorbaré el culto en ellas;

tolero que los Cadís

en vuestras litis entiendan,

arreglen vuestros negocios,

hagan cumplir la ley vuestra,

y sentencien vuestros pleitos,

y vuestras causas defiendan;

las moras pueden vivir

del Júcar en la ribera;

y, en fin, aunque sometidos

hoy todos a Alfonso quedan,

pueden en Cuenca gozar

del bien que la paz nos presta.

Dos condiciones impongo,

en cambio, a la gente vuestra,

y que espero ver cumplidas.

EMIR: ¿Cuáles?

Respetar a Cuenca,

y que sirva esa mezquita

de Catedral a la Iglesia de Cristo.

EMIR: Está bien.

Y es poca, como veréis, mi exigencia.

EMIR: Ciertamente

¿Os conformáis?

EMIR: Cristiano… (en voz baja): NO! (en voz alta) SÏ… ¡Por fuerza!

Pues bien: decidle a los vuestros

que así se porta el que entra.

Se retira el Emir, pero se encuentra con Zoa y Martín mascullando maldiciones:

¡Ah Zoa!... ¡Martín Alhaja!...

¡Sin mi venganza se quedan!

Más apúrense las heces

del sentir que me envenena.

El Rey Alfonso VIII, que entra en la iglesia con sus capitanes y acompañantes entre cánticos del Te-Deum, aprueba el matrimonio de Zoa y Estéfano Burillo, diciéndole a la mora convertida en cristiana con el nombre de Isabel: “Todos somos españoles: / no se alteren los sonrojos; / levanta tus lindos ojos, / mejor dicho, tus dos soles”. En la última escena de esta obra, el Emir convulso y exánime, dirige sus palabras al paisaje de Cuenca, regado en sangre:

¡Cuenca, Cuenca!... ¡Mi trofeo!

¡Mi celestial paraíso!...

¡por última vez te piso!

¡por última vez te veo!

A otro país ¡oh dolor!

parto azorado y sin calma!

¡Aquí se queda mi alma!

¡aquí se queda mi amor!...

… ¡Ay!... Este rudo ardimiento,

Mi Cuenca, que me enajena,

es que me abrasa la pena

que ardiente en el pecho siento…

Es que el alma que hay en mí

ya está toda carcomida…

Es… ¡que me falta la vida

al despedirme de ti!

Este drama teatral versificado de Rafael Borlado y Constancio Lumbreras, fue dedicado por sus autores al Ayuntamiento de Cuenca. Firmaron un ejemplar para el Instituto de Segunda Enseñanza de Cuenca, digitalizado por la Biblioteca de Castilla-La Mancha (Bidicam), existiendo ejemplares en diversas universidades, entre ellas la de Carolina del Norte y la de Texas. Ciento cuarenta y un años después de su estreno hemos representado unos fragmentos de esta obra en verso “¡Cuenca por Alfonso VIII!” como preludio del 841 Aniversario de la Reconquista de la ciudad por el llamado Rey Noble, cuando tenía 19 años.

 
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