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El Real Madrid reina en Compostela

Sergio Llull fue el MVP de la Final en un Fontes do Sar lleno y que disfrutó de dos días de gran baloncesto. Matt Thomas, vencedor del concurso de triples, ovacionado por la afición gallega antes y después de ganar

Los integrantes del Real Madrid festejan sobre el parqué del Fontes do Sar la Supercopa Endesa / Óscar Corral EFE

Santiago de Compostela

La Quinta fue blanca. El Real Madrid empieza la nueva temporada 2018-19 de la misma forma que concluyó la 2017-18, ganando, esa particular hábito, mitad inercia, mitad tradición, que caracteriza la era Laso, coloreada ya con 16 títulos.

Cuatro años después de su último éxito en la Supercopa Endesa, el cuadro madridista se llevó una final vibrante, más propia de momentos más avanzados de la temporada, con Llull, fantástico su arranque y su torneo en global, vestido de MVP Movistar. Es un bucle. Es una era.

La profecía de Tavares

Cuanto más gane, más se acordará la gente de mí. Es es el objetivo, esa es la meta", afirmaba profético Tavares horas antes del partido, como si se viese obligado a convencer a algún escéptico más de que su equipo, gane lo que gane, siempre quiere una celebración más. Era la final de la Quinta, así en mayúsculas, para dos equipos empatados antes del partido en el segundo puesto del palmarés del trofeo, con cuatro trofeos cada uno, con dos motivaciones tan diferentes que acababan por parecerse.

Aquel que había perdido los últimos tres años a las primeras de cambio contra el que fue el rey del torneo un día y se olvidó de ganar una vez construida su hegemonía. El KIROLBET Baskonia, dispuesto a volver a celebrar una década después una Supercopa Endesa, se adelantó en el luminoso antes de otro de esos parciales del Real Madrid que, de repentinos, dejan regusto a sencillez.

Qué fácil lo hacía Llull, dándole mordiscos al MVP Movistar desde el primer minuto. Qué motivación la de Tavares, gigante en hambre y centímetros. Entre ambos, un 8-0 para darle la iniciativa a un Real Madrid que hubiera despegado si no hubiera sido por Poirier. El francés, que sumaba 8 puntos pasado el ecuador de cuarto (14-10, m.6), fue la pieza del dominó que movió al resto.

Llull activaba el modo leyenda, con 11 puntos, 2 asistencias, 2 faltas recibidas, 1 robo y 14 de valoración en el primer periodo, mas la batalla colectiva pertenecía al KIROLBET, que pronto descubrió que de tres en tres se vuela más alto. Shields y su 2+1. Diop y Garino desde lejos. El primer cuarto (20-21) en el bolsillo y la batalla de las sensaciones ganada. No era poco.

Pronto, muy pronto, Diop tomó el relevo anotador de Poirier, con varios de sus mejores minutos ofensivos con la elástica vitoriana. Cada balón era un vuelo, una amenaza, un temblor para el rival. Dos mates seguidos con su sello respondieron el triple de Campazzoy dieron la bienvenida al festival exterior vitoriano.

De Vildoza a Hilliard, siempre desde lejos, dibujando un 0-8 de parcial, estirado hasta el 2-11 merced a Shengelia para establecer la máxima (28-36) en la mitad del segundo acto. Por momentos parecía que el cuadro vitoriano jugaba como si la pasada final liguera entre ambos conjuntos fuera al mejor de siete y se retomara en septiembre con un 3-1 que remontar.

"Si la fuerza iba a dictar sentencia, mejor un juicio con Gustavo", debió pensar el Real Madrid, que revivió de nuevo, otra vez en cuestión de unos pocos suspiros, de la mano de Ayón. Su defensa, su ataque. Un 2+1 y un contraataque culminado en mate sentaron las bases del enésimo parcial blanco en este torneo, que llegó más lejos que ninguno. Carroll adelantaba a los suyos con un triple y el propio mexicano, con un par de tapones -uno de ellos de videojuegos- y otro acierto en la pintura, elevó la sangría baskonista hasta el 12-0 (40-36) a dos minutos del descanso. Habría réplica. Una y mil veces si era preciso.

Garra sin premio

Los de Pedro Martínez dieron de su propia medicina al Real Madrid, con varios destellos antes del intervalo para recuperar el control. Del triple de Shengelia al de Granger (42-44, D) algo había cambiado. A diferencia del día anterior, donde perdieron una ventaja de 20 puntos para acabar celebrando que el triple de Kuric se quedó en el limbo y no hubo prórroga, la concentración baskonista era máxima. Y ni los arreones blancos les hacían perder la compostura.

Resurgiera con fuerza Llull o volara Randolph en el contraataque, Shengelia y Shields siempre encontraban una forma de respuesta. El americano, vaya estreno alentador de baskonista, encadenó cinco puntos seguidos que bien pudieron ser decisivos (50-56, m.26) si por ahí no hubiera pasado Prepelic. Otros cinco seguidos como extintor y una bomba lejana y rompedora para confirmar el cambio de escenario (61-58, m.29). La final era suya.

Aún quedó espacio para más muestras de orgullo baskonista. El acierto de Vildoza para acabar -tres de tres- el cuarto con ventaja (61-62), el empate de Granger (64-64). El repetido reto de Pedro Martínez de mejorar sensaciones más que superado. Y el arreón final blanco a punto de suceder.

Si algún aficionado no lo conocía demasiado bien, se quedó para siempre con su nombre en el pasado Eurobasket. Se llama Klemen Prepelic, nació en Maribor, cuando los Juegos de Barcelona estaban más recientes que nunca, y tira como los ángeles. El esloveno, otra vez él, encadenó penetración y triple para quedarse con el partido en sus manos. Y cuando el otro fichaje, Gabriel Deck, se inventó un 2+1 con aroma a Nocioni (71-64, m.33), el Real Madrid entendió que la Quinta estaba en camino.

El cuadro vasco frenó la hemorragia (10-1 de parcial) merced a Diop y Shields, mas el último invitado estaba por aparecer. Facu Campazzo volvía a ser protagonista en un éxito del Real Madrid con una recta final pletórica. Fue mucho más que su triple. Fue mucho más que su acierto cuando el rival se había vuelto a acercar (78-73, m.37). Fue mucho más que el robo y canasta para el 80-73 definitivo. Fue valentía, fue sangre fría. Fue héroe. Fue campeón. Y fue consciente que el último balón del partido, que había caído en sus manos, pertenecía a su compañero y amigo.

Llull botó por última vez mientras la bocinaza retumbaba en Fontes do Sar, mientras Laso hacía más grande su era, ya son 16, mientras Tavares levantaba los brazos, quizá pensando que, tras este día, la historia se acordará aún un poco más de él y los suyos. La quinta Supercopa Endesa ya era parte del club.

 
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