Sociedad
El Estilita

Marrón municipal

A Coruña

Siempre me han parecido divertidas las reuniones mensuales del Gobierno local con los vecinos en el centro cívico de cada barrio, los llamados "Dillo ti". Muchos dan por supuesto que es por mi desagradable hábito de reírme de la gente, pero eso es solo cierto en su mayor parte. Lo más interesante es que no importa cuál sea la actualidad, los vecinos siempre preguntan por los mismos temas. Asuntos triviales, intrascendentes: aceras en mal estado, coches que aparcan en doble fila, ratas, grafitis, árboles mal podados... A veces, las intervenciones consisten en asuntos personales, alguien que ha llamado a Urbanismo o a Medio Ambiente y que estalla de indignación. A veces incluso se derrumba en sollozos. Esta clase de intervenciones siempre acaba en aplausos, supongo que porque el público quiere mostrarle su apoyo o porque agradece un buen espectáculo. No estoy seguro.

En fin, aquella vez se celebraba en el centro cívico de Os Mallos. Había cerca de cien personas en la sala, sin contar al alcalde y a los concejales, que tomaban el micrófono para responder a preguntas sobre rotondas y contenedores de basuras. Y entonces, alguien sacó a colación el tema de los excrementos de perros. Era inevitable porque en cada una de las ediciones del "Dillo ti", alguien había levantado la mano (a veces, varias personas), para empuñar el micrófono y denunciar el comportamiento incívico de los dueños de los perros. Es un problema que afecta a toda la ciudad: en A Coruña hay más de 23.000 mascotas, bombas de relojería cebadas con pienso que hay que sacar a pasear dos veces al día, pero no todos los dueños cumplen con la ordenanza municipal tan fielmente como lo hacen sus mascotas con la naturaleza. Y cada vez que un vecino indignado con el efecto que producen las heces caninas en sus zapatos se queja, le toca el turno de responder a la concejala de Medio Ambiente, María García, que pedía a todo el mundo colaboración, recordaba que habían abierto áreas caninas en los parques y advertía de que se impondrían multas a los infractores.

Sobre esto último, tengo mis dudas. El año pasado había asistido a una rueda de prensa de Medio Ambiente en el que presentaron resultados sobre la Patrulla Verde, la sección de la Policía Local que se encarga de los delitos de Medio Ambiente, y en ella el teniente al mando se había derrumbado y confesado que eran incapaces de atrapar a los infractores incluso yendo de paisano. "Miran alrededor y si les está observando alguien que no conocen, entonces recogen el excremento, pero si no, no lo hacen, aunque lleven la bolsa en la mano", explicaba el impotente policía. En un año, solo se imponen media docena de multas pero se recogen más de nueve toneladas de excrementos caninos de las calles de la ciudad, sin contar las que se llevan los desprevenidos transeúntes en las suelas de los zapatos, y los perros seguían sueltos por los parques, sin limitarse a las áreas caninas, lo que parece la demostración empírica de que García no lleva a los dueños de los canes con la correa corta.

Y eso que aquella semana había sido horrible para el Ayuntamiento. Había estallado uno de los mayores escándalos del mandato, el del concurso de pisos de alquiler social, en el que se habían obviado que cinco de los seis pisos adquiridos incumplían algún requisito. Según el edil de Urbanismo, Xiao Varela, todo era culpa de los funcionarios, que habían cometido error tras error, y el hecho de que dos de esos pisos hubieran sido comprados a un firmante del manifiesto de la Marea Atlántica era una simple coincidencia. Personalmente, estoy convencido de que Varela había entrado en pánico después de que pasaran varios meses sin que nadie presentara su piso al concurso. Era uno de sus proyectos estrella y parecía abocado al fracaso o, por lo menos, a algún comentario en la próxima rueda de prensa. Así que cuando los funcionarios le dijeron que de los pocos pisos que se presentaron no se salvaba ninguno, quizá Varela les dijo que se quedaran con los más decentes, aunque solo fueran seis y no los diez que tenía previsto comprar.

Esa es mi teoría. En la práctica, aquello fue un desastre de los buenos, y se había desatado un frenesí mediático. Una funcionaria había dimitido, pero la oposición en bloque quería sangre y a la semana siguiente pedirían la dimisión de Varela, y de Alberto Lema, el concejal que había oficiado de matasellos humano y firmado los contratos. Era un escándalo en toda regla pero los buenos vecinos de Os Mallos no estaban interesados en la cloaca, por lo menos no en la cloaca política. Aquello solo era simple fango y a lo que ellos les preocupaba era el marrón.

 
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