El micromentario de Pepe Belmonte: 'Machado, 83 años de su muerte en el exilio'
Columna de opinión del catedrático de Literatura de la UMU para el programa Hoy por hoy Murcia
Murcia
Durante estos días, me he acordado mucho de la figura de Antonio Machado, ese viejo poeta que no pudo llegar a viejo cercenado por los estragos de la Guerra Civil española.
Y me he acordado, primeramente, porque el pasado miércoles, el 22 de febrero, se cumplieron 83 años de su muerte en el exilio, acaecida en 1939 en la ciudad francesa de Colliure, donde los restos del genial poeta sevillano descansan para siempre junto al Mediterráneo: “Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar”, dejó escrito don Antonio, en uno de sus libros, como un anticipado epitafio.
En segundo lugar, porque también supimos del descubrimiento fortuito de una foto fechada en diciembre de 1936 en la que el autor de Campos de Castilla, junto con otros amigos, aparece en la terraza del chalé valenciano de Roquefort en donde se refugió huyendo de la Guerra. En esa bonita instantánea, don Antonio figura con su cara de pan recién amasado, con su boca cansada y pequeña, con esos ojos indagadores y curiosos de ratón colorao, con su cabeza despejada y sabia que da la sensación no de estar pensando en las musarañas, sino en esas moscas, evocadoras, familiares y golosas, de las que habló en uno de sus más conocidos poemas.
La tercera razón por la que me ha venido a la memoria el nombre de Machado durante estos días ha sido un hecho muy personal y cotidiano. Me disponía a cortar de raíz un pequeño naranjo borde que, desde hace años, adorna mi casa, cuando me di cuenta, aún a tiempo, de que asomaba una hoja nueva que, con el ímpetu de un recién nacido, desafiaba al invierno y anunciaba la estación florida.
Fue algo parecido a aquel olmo centenario y seco, carcomido y polvoriento, del inmortal poema de Machado que, a pesar de haber sido herido por el rayo y estar en su mitad podrido, con las lluvias de abril, muestra sus ganas de engancharse a la vida con la sorpresiva aparición de unas cuantas hojas verdes.
Y alcancé a pensar que son muchos los corazones que, en medio de este mundo de locos, agobiados por los rigores de la vida y por la injusticia de la guerra, como en el feliz poema de Machado, hacia la luz y hacia la vida, aún aguardan un milagro de la primavera.
Pepe Belmonte