Un hombre llamado Richard Harris
Se cumplen 20 años de la muerte de Richard Harris, un actor al que las nuevas generaciones recuerdan sobre todo como el primer Dumbledore de la saga Harry Potter. Sin embargo, su carrera fue mucho más allá de ese personaje.
En cierta ocasión Richard Harris decidió rastrear el paradero de todos los Harris del mundo en busca de su árbol genealógico. Logró contactar con más de seiscientos e invitó a todos a pasar un fin de semana en un castillo de Irlanda que alquiló a tal efecto. Otra vez, tras una borrachera descomunal, se metió en una habitación de hotel que no era la suya y en la cama de una pareja a la que no conocía en absoluto. Y el día que su amigo Anthony Hopkins fue nombrado caballero de la Orden del Imperio Británico, Harris se coló en Buckinghan Palace y se lo reprochó a voces delante de todo el mundo.
Una biografía plagada de anécdotas como éstas deja claro que Richard Harris fue uno de los actores más peculiares de la historia del cine. Un tipo excéntrico, juerguista y bebedor, entregado a toda clase de excesos. Cuentan que poseía un carácter difícil y que solía tener agarradas con otros actores durante los rodajes. Durante de Camelot, por ejemplo, Vanessa Redgrave le tenía un miedo atroz tras ver cómo le partió el labio de un puñetazo a David Hemmings tras una discusión. Y cuando Michael Caine se atrevió a criticarle a él y a Peter O’Toole por haber malgastado gran parte de sus carreras con su afición a la bebida, Harris publicó una carta abierta en un periódico declarándole su enemigo hasta la muerte. Su carrera fue también peculiar. Destacó en su juventud durante los años 60 y principios de los 70 para luego caer en picado en lo que hubiera debido ser su plenitud como actor. Llegó incluso a abandonar el cine durante más de diez años. Pero vivió una segunda edad de oro a partir de los años 90, convertido ya en un anciano prematuro.
Richard Harris nació en 1930 en Limerick, Irlanda, el pueblo donde trascurre la novela y la película Las cenizas de Ángela. Su destino parecía bien marcado desde chaval. Jugaba muy bien al rugby. Todos estaban convencidos de que llegaría a ser jugador profesional. Hasta que una enfermedad cortó en seco su carrera a los diecinueve años. Le diagnosticaron tuberculosis y tuvo que estar postrado en cama durante más de dos años pero a la postre ese tiempo acabó definiendo su vocación artística. Se dedicó a leer libros sin parar durante su convalecencia, sobre todo obras de teatro y animado por su lectura decidió convertirse en actor. Estudio arte dramático y empezó a trabajar en los teatros de Londres a mediados de los años 50.
Debutó en 1958 con la película Alive and kicking, “Vivo y coleando”. Pronto, sin embargo, se convirtió en un secundario habitual del cine de la época. Navegó en la Bounty junto a Marlon Brando en el clásico Rebelión a bordo y también dejó su huella en películas como Los cañones de Navarone, Mayor Dundee o La Biblia. Su primer protagonista llegó en 1963 con El ingenuo salvaje, película en la que daba vida a un tipo que conocía muy bien: un jugador de rugby. Gracias a su trabajo en esta película ganó el premio al mejor actor en el festival de Cannes y fue nominado al Oscar. Y en 1967 llegó uno de sus personajes más recordados. Hizo de Rey Arturo en el musical Camelot y logró por fin el estatus de estrella. Pero su gran éxito popular llegaría en 1970 con Un hombre llamado caballo, un film que contaba la historia de un caballero inglés capturado por los indios Crows que aprendía a vivir como ellos. Su imagen con el pecho atravesado por astillas y colgando de dos cuerdas es uno de los iconos del cine de los años 70. La película marcó la cima de su éxito y Harris aprovechó la popularidad para destacar en otras facetas.
Como cantante consiguió seis discos de oro. El tema MacArthur Park fue número uno en todo el mundo. También publicó algunos libros de poesía. Sin embargo, el acierto de Un hombre llamado caballo no tuvo continuidad en el cine. Participó en otras películas de cierto éxito como El enigma se llama Juggernaut o El puente de Casandra pero poco a poco entró en una fase de decadencia encadenando un fracaso tras otro. Incluso rodó dos secuelas de su éxito hasta acabar hastiado del personaje. Dicen que el problema residía en su mala elección de guiones, algo de lo que se declaraba único culpable. Su vida personal para entonces era también un auténtico maremoto. De su primera mujer, Elizabeth Rees-Williams, la hija de un Lord inglés, se divorció en 1969. Con la segunda, la actriz Ann Turkel, tampoco le fue mejor. Decía de sí mismo que era el peor marido del mundo. Solía desaparecer de casa durante meses y no se preocupaba siquiera en ocultar sus aventuras. Pero aún peores eran sus problemas con la cocaína y el alcohol. Su dieta diaria incluía dos litros de vodka y el actor contaba que había semanas enteras de su vida de las que no recordaba absolutamente nada debido a las borracheras. Un día, tras una crisis que le dejó medio muerto en el hospital y en la que incluso le llegaron a dar la extremaunción, el actor tomó una decisión. Ingresó en una clínica de desintoxicación y abandonó por completo las drogas y el alcohol.
Gracias a unas inversiones afortunadas el actor seguía siendo muy rico, así que compró una casa en las Bahamas y allí se retiró durante diez años, abandonando el cine. Solo renunciaba a su retiro para actuar de vez en cuando en el teatro. Hasta que en 1990 el director Jim Sheridan le envió el guion de su película El prado y Harris vio en ella la oportunidad de recuperar sus raíces irlandesas. Richard Harris ya no era rubio. Tenía el pelo cano y el rostro surcado de arrugas y bordó su interpretación de granjero irlandés que lucha para que no le arrebaten su pequeño prado. Gracias a El prado consiguió la segunda nominación al Oscar de su carrera. Esa película marcó su renacimiento cinematográfico durante los años 90. A partir de entonces le vimos por ejemplo en Juego de patriotas, Llanto por la tierra amada o haciendo de pistolero inglés en Sin perdón. Y también en Gladiator donde daba vida al emperador Marco Aurelio. Incluso se convirtió en un rostro popular para las nuevas generaciones al ser elegido para encarnar al profesor Dumbledore en las dos primeras películas de la saga Harry Potter.
El Richard Harris de los últimos tiempos era un tipo feliz al que se le podía ver a menudo por los pubs de Dublín o Londres charlando con los clientes. Había vuelto a beber. Solo cerveza, eso sí. Cuatro pintas de Guinness, contaba, era su dosis diaria. Harris se reía a menudo de la inaccesibilidad de estrellas como Tom Cruise. Él, decía, no necesitaba aviones privados ni secretarios, sino amigos con los que disfrutar. Durante el rodaje de la segunda película de Harry Potter se empezó a oír el runrún de su enfermedad. Había desarrollado un cáncer linfático. Murió el 25 de octubre de 2002 a la edad de 72 años. En el comunicado oficial su familia explicó que lo había hecho tranquilo, satisfecho de haber tenido una vida plena. Fue un actor de leyenda, capaz de lo mejor y de lo peor. Una existencia que dejó más de 70 películas, muchas giras teatrales y un sinfín de aventuras y emociones para el disfrute de los buenos degustadores de biografías cinematográficas.
Elio Castro
Licenciado en Historia del Arte y Máster en periodismo por la Universidad Autónoma/El País. Periodista...