La vampiresa del cine negro de los años 40
El 14 de noviembre se cumple el centenario del nacimiento de la actriz Verónica Lake. Su éxito fue fugaz, aunque suficiente para marcar época dentro del cine americano. Su final, en cambio, es uno de los episodios más tristes del Hollywood clásico.
En una votación realizada en 1943 los soldados del ejército norteamericano la eligieron la estrella femenina más popular y cuando los marines descubrieron una isla volcánica al sur del Pacífico la bautizaron con su nombre. Verónica Lake fue la viva imagen del cine negro de los años 40. Atractiva, sensual, poseedora de una voz ronca y envolvente y con cierto aire de misterio. Su pelo sedoso y largo le caía sobre la cara, ocultando uno de sus ojos. Este peinado fue bautizado con el nombre de “peekaboo” e imitado por muchas mujeres de la época. Tanto que el gobierno tuvo que tomar cartas en el asunto. “El gobierno distribuyó unos comunicados a las fábricas. Estaban destinados a las mujeres que, debido a la guerra, tenían que trabajar. Se las decían que tuvieran cuidado, que se recogieran el cabello, que no se lo dejaran suelto como Verónica Lake porque se lo podían enganchar con la maquinaria”, recordaba el productor E.G. Lyles.
Verónica Lake fue un producto creado por Hollywood, la vampiresa elegante y enigmática, pero el personaje resultó tan limitado que no pudo prolongarse en el tiempo y apenas dos décadas después la actriz era una mujer sola, desvalida y alcoholizada. Fue su madre la que se empeñó a toda costa en que se convirtiera en actriz y la que le consiguió una audición en Hollywood. Debutó en el cine en 1939 con tan solo 17 años. En su segunda película, titulada Forty little mothers, apenas aparecía en unas pocas escenas pero todos los ojos se fijaron en ella. Fue su pelo y sobre todo su forma de peinárselo lo que causó sensación. “A Busby Berkeley, el director de la película, le encantó. Dijo que aquello era un sello especial que la definía. La revista LIFE publicó un reportaje sobre su pelo. Era el peinado del siglo. Aquella foto recorrió el país entero y , poco después, Verónica era toda una estrella”, recordaba su biógrafo, Donald Bain. Poco después, en la película Vuelo de águilas, ya ejercía de mujer fatal. Su primer protagonista llegó en 1941 con Los viajes de Sullivan, el clásico de la comedia americana dirigido por Preston Sturges y en el que Verónica acompañaba al millonario Joel McCrea en su aventura para conocer la pobreza. También tuvo mucho éxito con Me casé con una bruja, la comedia de René Clair que años más tarde inspiraría la serie de televisión Embrujada. Pero sobre todo Verónica encontró su mejor acomodo cuando la emparejaron con el actor Alan Ladd. El galán rubio solo medía uno sesenta y cinco de altura por lo que los uno cincuenta y uno de Verónica resultaban ideales. Juntos formarían la pareja cinematográfica del momento, rodando una serie de películas como El cuervo, La llave de cristal o La dalia azul que están entre lo mejor del cine negro de los años 40.
Ya durante su etapa de mayor éxito la actriz empezó a tener problemas. Le perseguía cierta reputación de mujer difícil con la que muchos compañeros no querían trabajar. Su vida personal tampoco marchaba muy bien que digamos. En 1940 se había casado con el director artístico John S. Detlie con el que tuvo una hija. Poco después volvió a quedarse embarazada y esta vez no deseaba el hijo por lo que decidió abortar. Para ocultar el asunto en la Paramount inventaron la historia de que había perdido el niño por una caída al tropezarse con un cable en el estudio. El aborto y su posterior divorcio desestabilizaron mucho a la actriz y fue entonces cuando empezó a abusar del alcohol. Pronto, sin embargo, volvió a casarse, esta vez con el director André De Toth. Tuvieron un niño y una niña, hijos que la actriz no deseaba y con los que nunca tuvo una buena relación. De Toth también le dio trabajo dirigiéndola en dos films: la película de aventuras Furia del Trópico y el western La mujer de fuego.
Pero hacia finales de la década de los cuarenta la decadencia llamó a su puerta. Varias de sus películas resultaron un fracaso. Uno de los más sonados fue el de la película Isn’t it romantic? que tiene la crítica más corta jamás hecha a una película según figura en el libro Guinness de los Récords. El crítico Leonard Maltin escribió simplemente una palabra al lado del título de la película: ¡No! Económicamente las cosas también empezaron a ir mal. “Su madre la denunció alegando que había sacrificado toda sus vida por ella pagando clases de interpretación y que Verónica le había prometido que se ocuparía de ella el resto de su vida”, según escribió su biógrafo, Donald Bain. La madre ganó el pleito y Verónica fue condenada a pagarle una pensión hasta su muerte. Pero su verdadero problema era la vida de derroche que llevaba junto a André de Toth. Llegó un momento en el que sus deudas superaban el valor de sus bienes y el Estado embargó todo lo que tenían. Veronica Lake y su marido se declararon en bancarrota. La pareja acabó divorciándose. Apenas tenía 30 años y la actriz contaba ya con dos fracasos matrimoniales, una carrera en declive y un problema cada vez mayor con la bebida. Entonces tomó la decisión de marcharse a Nueva York donde empezó a trabajar en la televisión y en el teatro. Conoció a su tercer marido, el músico Joe McCarthy, y durante un tiempo las cosas parecieron ir bien pero pronto volvieron los problemas económicos, sentimentales y de adicción. En los años siguientes Veronica Lake intentó desaparecer de la vida pública.
Un periodista la descubrió sirviendo mesas en un bar de Manhattan. La noticia salió publicada en todos los periódicos y la ya para entoncesolvidada Veronica Lake apareció de nuevo en televisión reclamando dramáticamente algo de comprensión. Pero Verónica seguía en caída libre. Fue arrestada varias veces por embriaguez y escándalo público y su salud mental declinó rápidamente. Fue recluida en un psiquiátrico ya que sufría de paranoia y estaba convencida de que el FBI la seguía día y noche. Tras pasar algún tiempo en el hospital fue dada de alta y la actriz intentó ganar algo de dinero escribiendo su autobiografía con ayuda del escritor Donald Bain. El libro fue un éxito y con el dinero que ganó la actriz intentó regresar al cine en 1971 produciendo y protagonizando una película de terror titulada El festín de la carne que resultó un fracaso estrepitoso dejándola de nuevo en la ruina. Finalmente en 1973 fue hospitalizada. El alcoholismo que padecía le había producido una hepatitis y una insuficiencia renal. Falleció el 7 de julio de aquel año en la cama del hospital, completamente sola y abandonada. Las fotos de su época gloriosa volvieron a publicarse acompañando a los obituarios y todo el mundo recordó entonces a aquella vampiresa de los años 40 por la que suspiraban los hombres y que las mujeres imitaban. Una de tantas muñecas rotas de Hollywood.