Desespero en el BBVA

Guerra de bancos. EL BBVA da un salto al vacío. Lanza una oferta hostil para absorber el Banco Sabadell. Es un movimiento extraordinariamente arriesgado. Es verdad que su presidente, Carlos Torres, se ha mojado tanto en el empeño, que su supervivencia depende del éxito de esta operación. Cuánta desesperación.

Aunque su banco es muy potente, ha mostrado enormes debilidades. Queda desnudo en su proyección internacional, concentrada en países arriesgados, como México y Turquía. Se le ve el ansia por la presencia del banco que pretende comprar en Reino Unido, la filial TSB, que hace cuatro años valoraba a cero euros, y ahora genera casi 300 millones de euros en beneficios. Queda desnudo porque su cotización ha capotado en los últimos días más de lo que debiera, y la del banco vallesano ha aguantado más de lo previsible. Queda desnudo porque el pez chico al que quiere comerse proclama que está demostrando así su alta “volatilidad”, es decir, su inestabilidad. Y queda desnudo porque reconoce que no tiene más dinero para mejorar su oferta inicial.

Esta es una clave muy clave. Si no tiene más margen para embellecer su oferta a los actuales accionistas, ¿acaso es tan fuerte como dice? Pero no solo no mejora, sino que empeora su oferta. Ha suprimido la propuesta de incorporar a tres consejeros procedentes del Sabadell. Así no se ganan amigos.

Todo eso es importante. Pero lo esencial es que la fusión atenta frontalmente contra la competencia. Aumenta el oligopolio bancario hasta un nivel asfixiante. El poder de unos pocos, cada vez más poder y cada vez más pocos. Y eso difícilmente va a tolerarlo el mercado, es decir, los ciudadanos y los agentes económicos. Y el Gobierno le ha puesto la proa, con más razón que un santo.