Las críticas de 'La Script'. Tintín resucita a lo grande

Dice Jamie Bell que Spielberg y Tintín se parecen en que comparten una jovial visión de la bondad y la aventura. Quizá eso haya permitido a Steven Spielberg entrar en el territorio sagrado de Tintín y salir casi victorioso, sin profanarlo demasiado.

'Las aventura de Tintín. El Secreto de Unicornio' es un gozoso salto al cine clásico de acción, aquel que te hipnotiza lanzando desde la pantalla raudales de ritmo, humor, emoción, elegancia y una banda sonora (del maestro John Williams) que invita a hacer esgrima.

Las verdaderas aventuras son aquellas que no necesitan una explicación racional, sino que resultan sencillamente creíbles. El gran contador de cuentos que es Spielberg -en su primera incursión en el cine de animación en 3D y el uso de la técnica de captura del movimiento- nos devuelve a los mejores tiempos de Indiana Jones. Como pasa con las buenas películas de animación, a los 5 minutos de la extrañeza de ver a un Tintín medio real medio dibujado, te olvidas del galimatías tecnológico que hay detrás y te dejas caer por el tobogán de sensaciones y carcajadas que Spielberg se saca de la manga. Las transiciones entre los episodios son tan disparatadas como geniales; la estética, preciosa, y el guión ha conseguido condensar en 100 minutos los episodios más divertidos y emocionantes de 'El Tesoro de Rackham el Rojo', 'Las Pinzas del Cangrejo de Oro' y 'El Secreto del Unicornio'.

Esta excursión de Tintín al cine será un placer redondo para los poco iniciados en las historietas de Hergé. Sin embargo, los que crecimos con la nariz metida en un comic de Tintín echamos de menos la sutileza y el circunspecto humor de unos personajes que eran héroes de acción, y sobre todo, imparables charlatanes.

La cartelera se rinde esta semana ante el talento belga y su afilada mirada hacia los detalles minúsculos de la vida: Hergé, el creador de Tintín, es un gran tótem, pero no hay que perder de vista a los hermanos Dardenne que, además de arrasar en Cannes con sus películas –tienen dos Palmas de Oro por 'Rosetta' (1999) y 'El niño' (2005)- siguen contando diminutos dramas sociales que amplían con tierno enfoque.

'El niño de la bicicleta' es la angustiosa historia de un crío de 12 años que se resiste a ser abandonado por su padre en un centro de acogida. Montado en bici y yendo a velocidad de vértigo, siempre a punto de caerse o ser atropellado, el chaval busca desesperado a un padre que le rechaza. La bici es la metáfora de su fragilidad, y con la misma sutileza y angustia está narrada la historia. Los colores pardos y la cámara casi documental de los Dardenne nos llevan a un lugar donde la ficción se parece mucho a la realidad. Esta vez se han permitido la osadía de introducir un rayo de mágica esperanza en su habitual negrura, lo que resulta un alivio para los seguidores de estos cineastas que se han especializado en personajes marginados e invisibles.

En el pasado festival de Cannes ganaron el Gran Premio del Jurado, que fue recibido por la prensa casi con rutina. Y esta misma semana también podrían llevarse su segunda Espiga de Oro de la Seminci -ya ganaron la primera en 1996 con 'La Promesa'. Jean-Pierre y Luc Dardenne pertecen a esa estirpe de directores, como Mike Leigh, que saben filmar el dolor humano sin estridencias, mostrando todos los matices.

Hay que tener las cosas muy claras para hacer 'Eva'. Una historia ambientada en 2041, en una universidad nevada, con estética retrofuturista y un alarde de efectos especiales. El envoltorio visual es magnífico y el guión tiene un gancho fuerte, que liga lo emocional con lo tecnológico y consigue estrujar el corazón.

El autor es Kike Maíllo, barcelonés de 36 años y formado en la ESCAC, que ha sabido convencer a un primer espada como Daniel Brühl para interpretar a un lacónico científico experto en robótica que vuelve a su vieja universidad para diseñar un robot, modelo niño, y acaba enredado en todas las trampas sentimentales de un viejo amor.

En el reparto destaca la impresionante interpretación de la niña Clàudia Vega, la siempre solvente Marta Etura y Lluís Homar, que borda el personaje de robot mayordomo.

Dice Maíllo que Eva es su homenaje al cine de Spielberg, al cine de las aventuras, de los mundos paralelos y de los agujeros mágicos, en los que uno cae placenteramente. Misión cumplida. Ese ambiente es el que 'Eva' consigue, sin plantearse nada más, ni nada menos.

Un grupo de amas de casa racistas contra criadas negras humilladas. Una joven justiciera blanca. Y todo ello ambientado con kilos de laca y vestidos con vuelo de los años 60. Broncas, lágrimas, miserias y trozos de tarta. Estos son los ingredientes de 'Criadas y Señoras', la adaptación del casi novato director Tate Taylor de la novela superventas de Katrhyn Stockett. Resultado: subidón de azúcar con peligro de coma diabético.

Sobreviven al merengue las actrices negras, Viola Davis (candidata al Oscar por 'La Duda') y Octavia Spencer, que dan sobriedad a sus personajes de asistentas maltratadas por un hatajo de señoronas anticuadas. Hay quien habla de ellas como posibles candidatas al Oscar en la categoría de actrices secundarias, lo que supondría premiarlas más por el contenido político de la película que por la calidad de sus interpretaciones, que resulta sencillamente profesional y digna (claro, que eso es mucho si lo comparamos con los excesos de sus antagonistas).

En el equipo de las actrices blancas sólo se salvan Sissy Spacek y Allison Janney. El resto sucumbe ante una dirección cursi y un guión maniqueo. La pobre Bryce Dallas Howard hace un ridículo papel de villana que da vergüenza ajena, Jessica Chastain caricaturiza a una neurasténica sexy y Emma Stone no se quita la máscara de buena chica en toda la película.