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SER Historia: 'Las Brujas'

Se tiende a pensar que la relación entre los inquisidores y las brujas fue un episodio macabro de tensión extrema. Sin embargo, si nos acercamos a los testimonios coetáneos la realidad nos puede sorprender

El Aquelarre o El gran Cabrón de Francisco de Goya (1819-1823)

María Lara Martínez es autora de "Brujas, magos e incrédulos en la España del Siglo de Oro" y acompaña en el programa de esta semana

Alonso de Salazar y Frías, el teólogo al que se encomendó la supervisión de las villas navarras cercanas a las grutas de Zugarramurdi tras el famoso auto de fe de Logroño de 1610, dice esto sobre el tema: "No hubo brujos ni embrujados en el lugar hasta que se empezó a hablar y escribir de ellos". Y es que ni la hoguera traía el fin de la superstición ni tampoco podía intentarse arrancar de las conciencias del Siglo de Oro el pensamiento espurio sin previo aviso de que, en el intento, saldrían enmarañadas buenas dosis de cristianismo.

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La caza de brujas

En las décadas de la Contrarreforma, el Santo Oficio de la Inquisición, puesto en marcha en Castilla por Isabel y Fernando en 1478, vigilaba atentamente la pureza dogmática de toda manifestación pública y privada. La delación convertía lo más personal de un individuo, sus creencias, en asunto público, pasando a ser así habitual en una monarquía que presumía de ser la capitana del catolicismo.

Rastreando a los clásicos hallamos elocuentes muestras de lo que podía ser el palpitar cotidiano del Siglo de Oro, con una masa de gente común aderezada por seres discordantes como el alocado Alonso Quijano y la alcahueta Celestina Duarte. Si repasamos los lotes que configuraron sus testamentos, percibimos la singularidad de sus últimas voluntades. El macilento caballero- que desfallece de melancolía por desajuste de los humores corporales según la medicina de la época, o de pesadumbre por la derrota ante el caballero de la Blanca Luna- reniega en el lecho de sus andanzas, azuzando a su sobrina Antonia a no desposar varón atrapado por el ensueño de Amadís. Por su parte, la hechicera enumera al escribano los bienes de la botica que heredarían sus discípulas Areúsa y Elicia: el "cofre encorado donde están los aparejos para bien y para daño", el "pedazo de la tela que saca el niño del parto", las "barbas de un descomulgado", la culebra, el sapo, las orejas de mula, los sesos de asno, los ungüentos, las hierbas... Él, cuerdo tras la enajenación, admite su desengaño y busca el cielo. Ella, convencida de la eficacia de sus artimañas, se empeña camino del averno en que no quede yermo de logros su ajuar de aquelarres.

Y es que los reinos hispánicos no constituyeron una excepción en lo relativo a los episodios de brujería que salpican de extravagantes destellos toda la Europa moderna. En el Tesoro de la lengua castellana o española (1611), Covarrubias incluye literalmente y, por cierto, con amplia extensión, las voces de bruxa y mago, mientras que la de hechicero/a la podemos ver glosada en el infinitivo hechizar: "cierto género de encantación, con que ligan a la persona hechizada, de modo que le pervierten el juicio, y le hacen querer lo que estando libre aborrecía. Esto se hace con pacto del demonio expreso, o tácito". Desafortunadamente reproduce la mentalidad imperante que asociaba el pecado con la hembra: "Este vicio de hacer hechizos, aunque es común a hombres y mujeres, mas de ordinario se halla entre las mujeres, porque el demonio las halla más fáciles; o porque ellas de su naturaleza son insidiosamente vengativas, y también envidiosas unas de otras".

Brujas con nombre y apellidos

En el tribunal de Toledo el proceso más antiguo por hechizos fue el de Juana Ruiz, anciana de Daimiel, cuya causa data de 1530. En el auto de fe celebrado en Zocodover el 9 de junio de 1591 abjuraron de levi los delitos de brujería las ancianas Olalla Sobrino, Catalina Mateo y Juana. En 1571 existió un activo núcleo hechiceril en Montilla (Córdoba) en torno a Leonor Rodríguez, conocida como La Camacha, compañera de la Cañizares y la Montiela en El coloquio de los perros. En Salamanca se amedrentaban ante a la Pastora, en Miraflores de la Sierra (Madrid) delataron en 1644 a María Manzanares y a Ana de Nieva, de 60 y 64 años, respectivamente, y al año siguiente, en la ciudad de villa y corte, fueron procesadas cuatro mujeres. En Guadalajara sembraban el pánico las brujas de Pareja y en Cuenca las de Tinajas.

No podemos dejar de mentar con cierta nostalgia al licenciado Torralba, mago cervantino que vaticinó el saco de Roma por las tropas de Carlos V. Y qué decir de la beata de Villar del Águila, la visionaria que supo granjearse la adoración de los fieles al convencerlos de que Cristo había consagrado su cuerpo para sellar la unión amorosa con ella. La imaginamos adentrándose en el templo, alzada a hombros por su séquito y abriéndose paso entre las velas, sin que las Luces ilustradas fueran capaces de aportar un halo de racionalidad a una sociedad gobernada por el misterio.

 
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