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Cuando Ella cantó con Louis

Una fotografía sin glamour, de andar por casa, es el envoltorio de uno de los discos más hermosos de los años cincuenta. Una maravillosa colección de canciones que arranca con ‘Cant we be friends?’, una balada de ruptura cubierta con una capa de ironía. Un comienzo hipnótico para un álbum que fue la primera colaboración completa de Louis Armstrong y Ella Fitzgerald en agosto de 1956. Él era 16 años mayor. Ella solía imitar su voz cuando empezaba a cantar, también lo hace en este disco. Fitzgerald venía de las noches para aficionados del Teatro Apollo de Harlem, Armstrong se había asentado en Queens. Ella pasaría la década de los cincuenta grabando cancioneros míticos como el de Cole Porter o Duke Ellingston, con quien también cantó. Louis todavía guardaba un último golpe de genialidad, en 1964 batía a los Beatles en la lista Billboard con ‘Hello, Dolly’. Tenía 63 años.

El segundo corte de este encuentro nos lleva de vuelta a la tormenta de ‘Sombrero de copa’ (1935) y a los bailes de Fred Astaire con ‘Isnt this a lovely day?’ Para entonces, las dudas, si las hubo, han volado lejos. Esta reunión, en la que se acompañan por Oscar Peterson Trio, es una exhibición involuntaria de talento. No había grandes pretensiones con este trabajo, una reunión de amigos para cantar juntos viejas canciones, para juntar la voz arenosa y rasgada de Louis con la melosa forma de frasear de Ella. A ello se unen la trompeta de Armstrong y el piano de Oscar. El resultado es perenne. Ha pasado más de medio siglo desde aquel encuentro y cuando el vinilo empieza a girar con ese ruido que hace la aguja contra el plato, la estancia se ilumina, los problemas se alejan por un rato y de pronto, por cualidades de la música, todo se relativiza y la mirada se aclara.

La primera cara termina con la luz de la Luna de Vermont, con ‘Tenderly’ y con la trompeta bailando con la melancolía de Ella en ‘The cant take that away from me’, un tema que ha sonado en todas las grandes voces del siglo XX desde Billie Holiday a Frank Sinatra pasando por Diana Krall o Tony Bennett. El dueto que firman Ella y Louis, con los gruñidos tristes del trompetista, dan otro poso a la canción.

Esta reunión, que apenas dura una hora, se repetiría en dos ocasiones más. Una colección que acabaría recopilada en una misma caja marcada por un sonido añejo y lejano que sin embargo suena a presente, a la magia de ese encuentro a dos voces, por esa trompeta y ese piano que forman un sonido envolvente y romántico sobre el que reinan sus voces. Un sonido que tiene esa capacidad única de poner paz donde hay guerra, de calmar las tormentas, de hacer más llevaderos los malos días.

En junio de 1971, a los 69 años, Armstrong fallecía de un infarto. Ella murió en 1996, a los 79. Los dos son recordados entre los grandes nombres de la historia del jazz y de la música y sus grabaciones conjuntas fueron reconocidas con un premio Grammy honorífico en el 2001 por su influencia en la música. Los dos, Ella y Louis, descansan junto a otros muchos músicos en el Cementerio de Flushing, en Queens, Nueva York. Allí también se encuentran los restos de Bing Crosby, Count Bassie o Dizzy Gillespie. Un cementerio de estrellas en el que a veces suena ese disco de agosto del 56, aquel álbum que remite a la paz mundial, a aquella tarde en la que Ella cantó con Louis.

 
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