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Música

La canción que salvó la vida de Skip James

Skip James nunca tuvo mucho dinero ni mucha suerte, pero tenía talento y mucho blues. La vida de este músico estuvo cerca de caer en el olvido. James comenzó su carrera en plena Gran Depresión cuando una noche de finales de enero de 1931 se presentó a un concurso de talentos en la tienda de Farish Street de H.C Speir, en Jackson (Misisipi). Speir era conocido como ‘El Padrino del Delta’, un hombre visionario que grababa demos para grandes sellos y que había descubierto a otros músicos como Charlie Patton, Son House o Robert Johnson. James entró en la tienda y tocó ‘I´d rather be the devil’ (“Prefiero ser el diablo que ser el hombre de una mujer”, dicen los primeros versos de la canción). Skip James ganó el concurso, firmó con Paramount Records y se marchó a Wisconsin para grabar su primer disco. Entre enero y febrero de 1931, Skip James grabó dos sesiones, una de guitarra y otra al piano. Cobró cuarenta dólares y se volvió a casa sin saber que aquellas dos sesiones, como las de Robert Johnson, pasarían a formar parte de la historia del blues.

Durante aquellos años, la Gran Depresión golpeó con fuerza al país y miles de hombres jóvenes deambulaban por los Estados Unidos en busca de oportunidades, de un trabajo, de algo de comer. Si muchas obras literarias sobre la época reflejan la forma de vida de los blancos, sería el blues el mejor testigo de las dificultades que pasaban los afroamericanos. Pero en aquellos años nadie quería escuchar esas canciones que hablaban de lo dura que era la vida, del desamor, de la falta de suerte y oportunidades.

El fracaso hundió a James y comenzó a alejarse del blues y a acercarse a Dios, a la música religiosa. Finalmente renegó de la guitarra y siguió los pasos de su padre, ministro baptista. El hombre que cantó que prefería ser el diablo se entregó al Señor. Nadie volvería a escuchar la música de Skip James en treinta años, hasta su regreso a los escenarios en el Festival de Newport de 1964. 

Cuando la industria musical recuperó su esplendor a principios de los años sesenta, Skip James era un mito desaparecido, un fantasma del pasado, buen material para coleccionistas. Los jóvenes músicos ingleses de esa generación habían abrazado esa música y habían comenzado a reclamar a sus héroes poniendo el blues de moda, electrificando su sonido, dándole una nueva vuelta de tuerca a la música del Delta. Un día de 1964, alguien se acordó de Skip James. Un viejo James yacía en la cama de un hospital de Tunica (Mississippi) después de una operación que le extirpó un tumor cuando varios jóvenes blancos entraron en la habitación. Se presentaron como Bill Barth y Henry Vestine (guitarrista de Canned Head), fanáticos del blues y futuros músicos. Querían llevar a James al Festival de Newport de ese mismo año. “Debéis ser bastante estúpidos, os ha llevado mucho tiempo llegar hasta aquí”, dijo James, según cuenta Stephen Calt, autor de la biografía del guitarrista (“I´ve rather be the devil. Da Capo Books, 1994).

Cuando James fue descubierto en Tunica tenía cáncer, estaba muy enfermo y necesitaba volver a ser operado. Su regreso a los escenarios no le dejó mucho dinero, pero la versión de ‘I’m so glad’ que grabó Cream en su primer álbum le permitió pagar la operación que le daría tres años más de vida. Durante ese tiempo James volvió al estudio, grabó dos álbumes completos y regrabó sus sesiones de los años treinta. Tras su muerte comenzaron las rediciones de su obra, las recopilaciones, las mezclas, las versiones, el reconocimiento. Ya era tarde, aquel hombre que nunca estuvo mucho tiempo en el mismo sitio salvo en la cama de un hospital, había tenido, como decía Warhol, sus quince minutos de fama en vida. Fueron en el Festival Newport, en el verano de 1964.

 
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