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Azita Rafaat: "Las mujeres del mundo debemos formar una hermandad"

Azita Rafaat es una afgana de 36 años que lucha para que termine la impunidad y desaparezca la violencia contra las mujeres en su país.

GERVASIO SÁNCHEZ

Madrid

Ella era una joven afgana que soñaba con estudiar medicina cuando su padre le dijo que ya había escogido un marido para ella. Se convertiría en la segunda mujer de uno de sus primos hermanos. Aquel matrimonio con un hombre analfabeto, la obligaba a vivir en un pueblo en el que ella no quería, en una casa sin agua ni electricidad, cuidando del hogar, de los animales de la granja y, sobre todo, a tener hijas y soportar la violencia que su marido y su suegra ejercían contra ella.

En apenas cinco años, da a luz a cuatro hijas, tres de ellas en su propia casa, sin atención sanitaria. Azita no ha olvidado aquel primer parto. “Eran dos gemelas, una de ellas, al nacer, apenas podía respirar. Mi suegra, al verla dijo: Qué vergüenza, con todo lo que hemos hecho por ti y nos das una niña”. Cada nuevo parto era una decepción para la familia. En Afganistán lo importante es tener hijos varones que perpetúen el apellido de la familia.

Azita Rafaat en su casa, con su marido, la primera mujer de éste y su hija, y sus cuatro hijas. Una de ellas, lo que lleva camiseta amarilla y pelo corto, se viste ahora como un chico

Azita Rafaat en su casa, con su marido, la primera mujer de éste y su hija, y sus cuatro hijas. Una de ellas, lo que lleva camiseta amarilla y pelo corto, se viste ahora como un chico / Gervasio Sánchez

Azita Rafaat en su casa, con su marido, la primera mujer de éste y su hija, y sus cuatro hijas. Una de ellas, lo que lleva camiseta amarilla y pelo corto, se viste ahora como un chico

Azita Rafaat en su casa, con su marido, la primera mujer de éste y su hija, y sus cuatro hijas. Una de ellas, lo que lleva camiseta amarilla y pelo corto, se viste ahora como un chico / Gervasio Sánchez

La presión social sobre Azita y su marido era tan fuerte que, cuando su hija menor cumplió seis años, le cortó el pelo, le cambió el nombre y comenzó a vestirla como a un chico. “Ella lo aceptó, le gustó. Ser un chico le permitía vivir con más libertad, salir a la calle a jugar, a pasear con su padre… Ella interpreta muy bien ese papel pero, cada día, yo le recuerdo que es una niña y que algún día deberá vestirse como una mujer. Espero que entonces se siga sintiendo libre”.

Una de las primeras diputadas de Afganistán

En el año 2005, Azita, junto a otras 68 mujeres, llegó al parlamento afgano. Había decidido presentarse a las elecciones después de que un miembro del Gobierno, la animara a ser candidata tras escucharla alzar la voz para defender los derechos de su comunidad. Esta decisión tuvo para ella un coste. Toda la familia se trasladó a Kabul pero su marido puso condiciones. Ella podría desarrollar su carrera política si asumía todos los costes de la casa y le pagaba al mes un sueldo de 500 dólares. Azita se convirtió así en el hombre y la mujer de la casa. “No puedo divorciarme porque perdería la custodia de mis hijas pero me siento sola, no puedo contar con mi marido para nada. He decidido que todo mi esfuerzo será educar a mis hijas y luchar, desde la política, para que se respeten los derechos de las mujeres en Afganistán”

El empeño de Azita es recordar a otras mujeres, de otros lugares, que en Afganistán un hombre puede matar a su mujer y deshacerse del cuerpo sin que nadie pregunte más por ella, que las mujeres todavía son encarceladas por delitos morales o que miles de ellas sufren violencia en el hogar después de ser obligadas a casarse con quien no quieren. “Las mujeres tenemos que formar una hermandad, no olvidarnos de que, aunque en Occidente las mujeres disfruten de sus derechos, de libertad, en otros lugares, hay “hermanas” que tienen una vida llena de dificultades”.

Azita es una más de las 200 afganas que el fotógrafo Gervasio Sánchez y la periodista Mónica Bernabé retratan en ‘Mujeres’, un libro publicado en la Editorial Blume, que recoge el trabajo de los dos reporteros a lo largo de seis años. Un viaje a lo más profundo de un país rodeado de montañas, en el corazón de Asia, en el que 15 millones de niñas y mujeres viven bajo la amenaza de una violencia estructural, anclada en lo más profundo de su cultura. Este no es un retrato habitual, es el retrato de la vida de las mujeres afganas realizado en la intimidad, como pocas veces las hemos visto, a cara descubierta, poniendo rostro a la injusticia, a la tristeza y, también, a la esperanza.

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