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Final mensual del concurso

Hoy, último lunes de diciembre, contamos la final del Concurso de Relatos en Cadena que hacemos en colaboración con la Escuela de Escritores. Con nosotros está su director, Javier Sagarna

'Relatos en Cadena': Final mensual del concurso

'Relatos en Cadena': Final mensual del concurso

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Madrid

Hoy, último lunes de diciembre, resolvemos la final del concurso de diciembre. José Manuel Dorrego, Noemi Pérez Espino y Óscar Royo son los tres finalistas que pelean por una plaza en la final, lo que les garantiza un curso gratuito en la Escuela de Escritores y la posibilidad de ganar 6.000 euros en la gran final del concurso. La frase para participar en la primera semana de enero es Sin saber por qué, le di un puñetazo. Estos son los tres relatos que optan a la gran final:

acuse de recibo

Había escrito cien veces 'Te quiero'. Escribió con trazo firme, caligráfico, con esa paciencia y minuciosidad que ponen los náufragos en todo lo que emprenden, intuyendo que, probablemente, cuanto les queda es todo un pasado por delante. Escribió un "te quiero" por hoja, una botella por papel, un mensaje por botella: cien botellas en total. La respuesta llegó dos meses después arrastrada por las olas hasta la orilla, dentro de otra botella. El mensaje era claro, conciso, breve y letal: 'No insistas', decía.

emoticono parlante

El mensaje era claro, conciso, breve y letal: "no insistas", decía, seguido de un emoticono con un corazón. – Vero, yo flipo, no entiendo su rollo. – Ya tía, igual es que le va este juego. – ¿Qué juego? ¿No insistas y un corazón? ¿Eso qué significa? No entiendo estos whatsapp absurdos que, además, nunca, nunca me dice a la cara. Es como si el whatsapp de las narices lo transformara en un emoticono parlante. Yo quiero una relación normal, hablar, mirarle a los ojos. Humano, tía, humano. – Mándale el emoticono ese del huevo frito, ese confunde mogollón. – ¿Sí? Éste se va a enterar de lo que vale un peine.

sin saber por qué

"Este se va enterar de lo que vale un peine". Fue lo último que escuché antes de que me golpearan. Después recuerdo caer al suelo, las patadas y sus risas mientras se alejaban. No era la primera vez que los mayores me rompían las gafas durante el recreo. Como siempre, nadie vino a ayudarme. Me sequé las lágrimas. Sangraba por la nariz. Me levanté y fui cojeando hasta el lavabo. Me lavaría la cara, no quería que en casa supieran que había llorado. En el lavabo, un niño más pequeño, de parvulario, intentaba llegar de puntillas al grifo para beber agua. Sin saber por qué, le di un puñetazo.

 
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