Birdman. Ego en guerra
Alejandro González Iñárritu firma una comedia negra con Michael Keaton, Naomi Watts, Edward Norton y Emma Stone sobre la fama, el ego y el reconocimiento
Madrid
En su cuarto largometraje, Alejandro González Iñárritu ha cambiado la tragedia absoluta por el esperpento total. Birdman (o la inesperada virtud de la ignorancia) es una sátira despiadada de Hollywood, protagonizada por un patético actor en declive, que como el propio Michael Keaton, fue un superhéroe en los años 90 y ahora pretende reflotar su carrera con una obra de teatro en Broadway que le devuelva la respetabilidad artística que nunca tuvo.
La propuesta es extrema y, a pesar de algunos bucles repetitivos y varios finales consecutivos, el resultado es deslumbrante. Iñárritu embarca al espectador en una historia narrada con único plano secuencia - con cortes invisibles- con la intención de meterse dentro de la neurosis de Michael Keaton. Es un viaje adrenalínico a bordo de la cámara de Emmanuel Lubezki, ganador del Oscar a mejor fotografía por Gravity y la banda sonora de bateríia de Antonio Sánchez, que amartilla y marca el ritmo mental del desquiciado protagonista.
Al igual que Alfonso Cuarón reflexionaba sobre la soledad y aislamiento del ser humano actual en Gravity, Iñárritu propone el mismo tema, el estado de guerra del ego del hombre occidental consigo mismo. En el caso de Birdman, el dolor surge del egocentrismo desquiciado, la insatisfacción perpetua y la búsqueda constante de reconocimiento. Es un bofetón en toda regla a la comunidad artística, desde el productor pesetero, los actores inseguros y los críticos altivos (aunque lamentablemente, el personaje de la crítica teatral está dibujado con un trazo burdo y grueso).
El recurso de utilizar el ensayo de una obra y las tripas del teatro como escenario no es original, pero sí efectivo. El grupo de actores interactuando dentro y fuera de la obra teatral les obliga a desplegar más registros y sentimientos que Iñárritu exprime al máximo gracias a los planos secuencia imposibles de manipular en la sala de montaje. Michael Keaton nace realmente como actor en esta historia de decadencia, que posiblemente le traiga un Oscar que jamás soñó que podría ganar. Enma Stone saca de su chistera a una yonqui tierna y convincente. Y Edward Norton da consistencia a un personaje peligroso, sale con vida del caramelo envenenado que supone interpretar a un actor sobreactuado.
Birdman no es una película sobria. De hecho, puede empalagar su barroquismo y afectación, que a la vez constituyen el vehículo perfecto para retratar la egocéntrica neurosis en la que vivimos. No propone nada nuevo, pero su propuesta vuela alto.