Las otras historias de El Príncipe
Todo lo que conocemos a través de los medios de la barriada Príncipe Alfonso de Ceuta tiene que ver con yihadismo o con droga pero en este barrio viven alrededor de 17.000 personas –no hay registro exacto- y no todas son traficantes ni están pensando en irse a luchar a Siria
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Ceuta
Empezar un reportaje –o cualquier otra cosa- con excusas, es la peor forma de comenzar pero en esta ocasión no puedo hacerlo de otra manera. La idea de partida estaba clara: consistía simplemente en contar el día a día del barrio de El Príncipe. Cómo se vive en el barrio más peligroso del país, con una tasa muy elevada de desempleo, un fracaso escolar del 90% y unos índices de natalidad que superan los del resto del Estado. Lo primero que dicen siempre los vecinos es que en el barrio se vive “muy bien” pero luego nadie quiere hablar, nadie quiere que grabes su voz y, mucho menos, que le hagas una foto. Miedo. Todo se resume a eso. Dicen que la culpa la tiene la prensa, que sólo hablamos de lo malo del barrio, que no se fían de nosotros. Intentamos explicarles que, precisamente los que no tienen nada que ocultar, tienen que hablar y ayudar a que el estigma que pesa sobre El Príncipe desaparezca.
Larbi nació en El Príncipe hace 54 años y sigue viviendo allí. Desde 1996 hasta 2009 estuvo al frente de la asociación de vecinos de la barriada Príncipe Alfonso y reconoce que, desde que empezó hasta hoy, el barrio ha cambiado mucho y a mejor: “En el año 96, había 36 farolas y la mayoría estaban fundidas, el barrio estaba en una oscuridad total, el servicio de limpieza no llegaba y había zonas que eran un auténtico vertedero. Ahora el alumbrado es bastante mejor, el servicio de agua potable ha mejorado bastante, las infraestructuras en saneamiento en general, las calles… pero siguen siendo difíciles de transitar”, dice resignado y orgulloso a la vez. Todo eso se consiguió gracias a la lucha vecinal que todavía hoy sigue.
El otro problema que le preocupa a Larbi es el desempleo, especialmente el paro juvenil. En su casa viven ahora tres de sus hijos -y sus nietos- porque no tienen trabajo. Ahí es cuando entra en juego el centro plurifuncional Mustafa Mizzian. Allí Toñi es coordinadora educativa desde hace 10 años, cuando se instalaron en El Príncipe. Reconoce que al principio venía con recelo y recuerda que en el examen de selección mucha gente se levantó cuando dijeron el destino. Ahora dice que no cambiaría de zona. En el centro imparten cursos de todo tipo. El objetivo es la inserción laboral, principalmente de los jóvenes. Cada año reciben más de 800 solicitudes de todo Ceuta: “Estudiamos caso a caso, hacemos una entrevista personalizada, otra en grupo, valoramos sus necesidades y les remitimos donde corresponde. Si no hablan español, les pasamos a un paso previo a este centro. Aquí les dotamos de las competencias mínimas para un empleo”, explica. Finalmente cada año pasan por el centro 60 alumnos en los distintos módulos: habilidades sociales, lengua y matemáticas, igualdad de oportunidades (para prevenir conductas de género violentas), nuevas tecnologías, medio ambiente, orientación laboral… hasta deportes. Normal que la acogida en el barrio haya sido buena. El problema está fuera de El Príncipe: “Hay muchos prejuicios con venir aquí, muchos jóvenes de otros puntos de Ceuta no quieren, pero este año hemos tenido récord de asistencia de otras zonas”, cuenta.
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A lo largo de estos diez años Toñi ha visto casos de todo tipo. Está orgullosa de las mujeres del barrio, que cada vez defienden más lo suyo y que, también cada vez más, cuentan con el apoyo de sus maridos. De todos los casos que han pasado por el centro, recuerda con especial cariño el de un joven que, de repente, un día estalló en clase: “Ese día fue excesivo y aquí tenemos un reglamento que sanciona, desde retirada de beca a expulsión, pero optamos por escucharle sin sancionarle y él empezó a llorar. No me lo esperaba… Desde aquel momento, hubo un antes y un después. Yo creo que si le hubiéramos sancionado no habríamos vuelto a saber nada de él. Pero de aquí fue a la escuela de la construcción y allí fue uno de los mejores alumnos. Todavía hoy sigue viniendo a contarnos cada vez que hay un cambio positivo en su vida”, dice Toñi con una sonrisa esclarecedora. Este centro hace mucho bien a un barrio como este.
Hikmat también trabaja en el centro plurifuncional. Ella es auxiliar administrativo y se crió en El Príncipe con sus abuelos y sus tíos. Ya no vive allí pero sube todos los días a trabajar y, a menudo se trae a sus tres hijos para que jueguen con sus primos. Por eso, ella define el barrio como “un ambiente muy familiar”. No lo considera nada peligroso y, como muchos otros, habla de “minorías” cuando se trata de altercados en las calles: “Yo suelo andar de noche y nunca me ha pasado nada”, dice con rotundidad.
En El Príncipe no hay comisaría, como sale en la famosa serie de televisión, pero entre las 14 mezquitas sorprende encontrar una iglesia. También hay algún que otro parque y un par de colegios. Hay muchos niños. Llego al colegio público Reina Sofía a la hora del recreo. Allí cuando llega la hora de religión, todos estudian la islámica, son del barrio. Su director, Andrés Rincón, me recibe en el despacho y habla del colegio como si fuera uno más pero no es uno más. Éste está en El Príncipe y acaba reconociendo que en algunos niveles, los niños “faltan en demasía” a clase. Luego da un paso atrás y matiza que en infantil faltan “un poquito más” pero que “tampoco es muy significativo”. En cualquier caso, el elevado índice de absentismo escolar de El Príncipe se da en la adolescencia y en este centro sólo están hasta los 12 años. En la barriada no hay institutos. Para seguir estudiando tienen que ir a otro centro que está un poco lejos de allí. En condiciones normales eso no tendría que suponer un problema pero si hablamos de riesgo de exclusión, situaciones como esa pueden marcar la diferencia. Andrés resta importancia al hecho de que no haya instituto en El Príncipe pero quiere destacar lo importante que es el apoyo que reciben los niños en casa: “Digamos que hay otras familias que tienen otras prioridades y que dejan de lado el tema académico pero, en general, va mejorando mucho”.
Rachid es uno de los ejemplos que demuestra que, quien quiere, puede. Nació en El Príncipe y, después de estudiar Derecho en Granada y trabajar un tiempo allí, volvió al barrio. En tercero de carrera se quedó sin beca. Cambió la normativa y, si quería seguir estudiando, tenía que pagárselo él, así que se puso a trabajar en Granada donde pudo hasta que acabó su carrera. Ahora, revierte su formación en su barrio. Forma parte de Movimiento por la Dignidad y la Ciudadanía, un nuevo partido que se presenta a las elecciones del 24 de mayo formado principalmente por gente de El Príncipe. De las doce candidaturas que concurren a las próximas elecciones en Ceuta, cinco se presentan por primera vez y esta es una de ellas. Entre sus propuestas está la creación de un Instituto de la Infancia y plantean, como medida frente al desempleo, que las empresas que se implanten en Ceuta estén obligadas a contratar a gente de la ciudad.
Faruk ha vivido hasta hace muy poco en la barriada de El Príncipe por eso, cuando pasea por sus calles, le saluda todo el mundo. Recuerda que en los 70 había también gitanos en el barrio: “Los que mandan decidieron que, como eran cristianos, era mejor integrarlos con el resto de cristianos. Así que les dieron casas de protección oficial y les sacaron de aquí. Ahora no verás ni un gitano en El Príncipe, están todos perfectamente integrados en Ceuta. En cambio, no conviene integrar a los musulmanes, lo que conviene es seguir teniendo aquí un gueto, se reciben muchas ayudas de Europa gracias a eso”, dice con resentimiento. Se está haciendo de noche y aprovecha para hacernos ver lo poco iluminado que está el barrio. “No hay servicios básicos de ningún tipo. Aquí la Policía y las ambulancias vienen con calma, no cuando les llamas”, se queja. Al rato llega su novia, Leila. Ella sí vive en El Príncipe y no sólo no lleva pañuelo si no que tiene el pelo teñido de rubio: “No hay ningún problema. Aquí hay chicas de todo tipo. Puede haber alguna a la que su pareja le obligue a llevar pañuelo pero son casos excepcionales. El resto de chicas que lo llevan es porque quieren y las que no queremos, no lo llevamos”. Leila está licenciada en Empresariales pero no tiene trabajo. “Hace años sí había empresas en Ceuta pero cada vez hay menos. La mayor parte de trabajos son públicos y, la otra parte, se consiguen a través de contactos”. Y, en ese reparto, los que han nacido en El Príncipe, siempre salen perdiendo. Ya es noche cerrada y les dejo adentrándose en el barrio. Ellos repiten una y mil veces que no hay ningún problema, que es un barrio tranquilo, pero sin embargo Faruk y Leila no quieren salir en la foto de frente. Ni siquiera se llaman Faruk y Leila.
Elisa Muñoz
Periodista en Cadena SER desde 2008. Primero en programas como 'La Ventana', 'Hoy por Hoy Madrid' o...