Mauthausen, la fábrica de la muerte
Austria conserva la mayor parte de las instalaciones de este campo de concentración nazi, convertido en un ‘museo de los horrores’ para no olvidar nunca la herida abierta durante el Holocausto.
Madrid
A orillas del Danubio, la población de Mauthausen, capital de la Alta Austria y con poco más de 5.000 habitantes, da nombre al campo de concentración nazi más sanguinario de la II Guerra Mundial. Su construcción comenzó en 1938 y estuvo en funcionamiento hasta el final de la contienda, reuniendo las condiciones más severas para los prisioneros y los niveles de mortalidad más altos del III Reich de Adolf Hitler.
El campo de concentración de Mauthausen (desde 1940, Mauthausen-Gusen) se convirtió en el centro del genocidio. Fue el único recinto que recibió el ‘grado III’, la categoría más alta, y utilizado principalmente para la maquinaria de exterminación masiva mediante trabajos forzados, torturas, tiros en la nuca y cámaras de gas. Allí fueron asesinadas unas 100.000 personas, cerca de la mitad en los últimos cuatro meses que precedieron a la liberación.
En 2011, Austria decidió restaurar y modernizar este antiguo campo nazi, que se conserva prácticamente intacto, para subrayar que el país es contrario a la intolerancia, el racismo y el antisemitismo. En la actualidad, este ‘museo del horror’ se ha convertido en un lugar de conmemoración para las víctimas del Holocausto.
El abrupto acantilado de la cantera de Mauthausen sirvió para lanzar al vacío a centenares de presos. Los que no podían soportar el sufrimiento, lo utilizaban para suicidarse. Las SS los llamaban “los paracaidistas”. En la actualidad, la cantera es un valle con estanques.
En "las escaleras de la muerte", hoy los escalones están arreglados, pero entonces eran bloques de piedra de hasta medio metro de altura. Era el camino para cargar piedras de hasta 50 kilos. Muchos perdieron la vida del esfuerzo inhumano o ajusticiados si no llegaban a la cima.
De Mauthausen también se conservan numerosas dependencias que causan un gran impacto en los visitantes, entre ellas los hornos crematorios o la cámara de gas. Cada año visitan el campo unas 200.000 personas, en su mayoría estudiantes. De esta forma, reviviendo las atrocidades del pasado, el gobierno austriaco pretende prevenir el resurgimiento del sentimiento nacionalsocialista.