“Los corresponsales solemos padecer Estocolmo”
El periodista recoge en 'Crónicas de Paname' los 14 años que pasó locutando desde París
Madrid
Cuando cruzó la frontera, dejó de escuchar cómo a las mujeres se les llamaba madames y empezó a recordar aquello de chatas. El corresponsal, figura que cada vez escasea más en el periodismo, es quien viaja desde una redacción local al extranjero, donde se encarama a un nuevo mundo con un fin muy concreto: contar a los suyos lo que ocurre en un lugar extraño. Chema Patiño pasó 14 años en París y reconoce que estos enviados, muchas veces, acaban "padeciendo Estocolmo" hacia el lugar en el que se encuentran. Esa afectuosa relación entre la ciudad y el periodista recorre Crónicas de Paname, el primer libro del redactor.
'El del corresponsal es un trabajo solitario'
21:46
Compartir
El código iframe se ha copiado en el portapapeles
<iframe src="https://cadenaser.com/embed/audio/460/000WB0923720150519120833/" width="100%" height="360" frameborder="0" allowfullscreen></iframe>
A las orillas del Sena, Patiño encontró vecinos que no le saludaban, quién sabe si por ser español, pero también ese París de la música y el jazz que recordaba a Django Reinhardt y en el que el madrileño pudo escuchar en vivo a Tom Waits. "Buena parte del trabajo es conocer la ciudad en la que vivimos", cuenta el periodista, para quien el del corresponsal "es un trabajo solitario. Son muchas horas documentándonos para poder improvisar después". Dar color y contexto a los acontecimientos es lo que caracteriza a esta labor que, hoy, muchos medios de comunicación tratan de suplir a distancia y con ayuda de las nuevas tecnologías.
Echar raíces es otra cosa, aunque el cronista viviera en París muchos más años de los habituales en una corresponsalía: "Debería haber pasado cuatro como mucho, según los manuales no escritos de periodismo". Tiempo después de que volviera a España, @Chemaparis sigue siendo el nombre de usuario en Twitter de un informador que no oculta sus nostalgias hacia el parisino barrio de Saint Antoine. Patiño no deja fuera, con todo, sus desventuras: una de sus crónicas estuvo a punto de morir a manos del personal de seguridad que, durante la inauguración de un museo, creyó que debajo de su abultado abrigo se escondían explosivos o algún arma.
Las dificultades del oficio conforman algunas de las anécdotas, también, de Paco Audije, el corresponsal de TVE que coincidió con el autor en la capital de la revolución francesa, y que ha tenido a bien escribir el epílogo del libro. Sus notas aluden a la diferencia de ritmos entre el enviado y la redacción o la falta de empatía de quienes se encuentran lejos del lugar donde ocurren las cosas. Una vez, al llamar desde un bombardeo en Kosovo, sus compañeros le pidieron que volviera a intentar hablar con ellos pasada media hora.
No son recuerdos tan amargos los que pueblan las Crónicas de Paname, que es como llaman algunos parisinos a su ciudad desde principios del siglo XX. Ese nombre es, a su vez, una alusión a los sombreros que llevaban entonces los señores en la ciudad; esa con la que Patiño reconoce "un idilio" y que hoy podemos conocer mejor en un libro nacido gracias a una campaña de compra anticipada: una respuesta saludable ante un mercado de las letras que parece empeñada en adelgazar, casi, como aquellos medios de comunicación que prescinden de sus corresponsales.