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Ocio y cultura

Desde mi rincón

Marta Reina practica el spanking y nos ha enviado este relato sobre su relación de disciplina doméstica switch

Getty Images

Cuando lleguemos a casa, vas a saber lo que es bueno - pronunció la frase sin mirarme, con la vista fija en la carretera y yo sentí un latigazo de excitación en el vientre. Tenía mi mano cogida con la suya sobre mi rodilla y me acariciaba de forma mecánica, haciendo círculos con el dedo pulgar. Yo podía sentir los engranajes de su cabeza rumiando cuál iba a ser mi castigo al mismo ritmo de su caricia.

Permanecí callada a su lado, esperando que añadiera algo más pero estaba realmente enfadado y no iba a darme el gusto de saber lo que pasaba por su imaginación. Cuando algo de lo de yo hacía le molestaba, solía encerrarse en un hermetismo obstinado, los ojos se le enfriaban y aparecía un muro invisible a su alrededor que yo no era capaz de penetrar. Cualquier pregunta en ese momento sobre lo que me esperaba estaba fuera de lugar y sólo habría empeorado la situación.

Había pasado toda la tarde provocándole, llevándole la contraria delante de sus amigos, expresando opiniones atrevidas sin ningún fundamento y soltando tacos a diestro y siniestro. Luis era muy intolerante con la incultura pero lo era aún más con la vulgaridad. Y lo que fue un gesto de sorpresa en las primeras faltas, se fue convirtiendo a lo largo de la tarde en miradas de advertencia cargadas de significado y, finalmente, en una salida en estampida en la que me obligó a despedirme del resto de los invitados a toda prisa mientras tiraba de mi mano sin ningún miramiento.

Quedaban veinte minutos de camino hasta nuestra casa. Encendí la radio para llenar el silencio pero la apagó desde el volante.

- No pongas música, quiero que pienses en lo que has hecho hoy.

De nuevo el calor entre mis piernas. No podía evitarlo, era pavloviano, la anticipación me podía, saboreaba lo que estaba por venir mucho antes de que ocurriera y podría decir que era el mejor momento si no fuera por lo muchísimo que me gustaba lo que venía después.

Detuvo el coche antes de entrar en el garaje y se giró para hablarme.

- Quiero que vayas subiendo, y me esperes en la habitación, ya sabes lo que tienes que hacer - Se inclinó sobre mi y me dio un beso suave en la mejilla antes de soltar mi mano.

Salí del coche y entré en la casa. Subí a nuestro cuarto y me quité la ropa, que dejé ordenada en la silla, para ponerme unas braguitas sencillas de color blanco y mi pijama de castigo que consistía en una camiseta azul claro y un pantalón corto en el mismo color, todo de algodón. Después me coloqué en la esquina, mirando a la pared con las manos cogidas a la espalda.

Permanecí así al menos un cuarto de hora que se me hizo eterno. El oído atento a cualquier ruido que viniera de la planta de abajo. No me había dado cuenta de que estaba conteniendo la respiración hasta que solté el aire al oír la llave en la cerradura, aún me quedaría esperar largo rato ya que cuanto peor era mi falta, más tiempo me hacía estar en el rincón.

Finalmente escuché el crujido de los escalones bajo su pies desnudos, Luis se descalzaba siempre que entraba en casa. Yo tenía los ojos cerrados cuando le sentí pasar a mi lado para ir directo a sentarse en la cama.

- María, ven aquí - por fin pronunció las palabras que yo llevaba buscando toda la noche, me giré y caminé hasta él, dio un par de palmaditas en su rodilla y, obediente, me estiré boca abajo sobre sus piernas, la cadera levantada, los pies perfectamente juntos en el suelo y las palmas de la manos apoyadas en la colcha - Sabes que lo que has hecho hoy no está nada bien - asentí con la cabeza - por favor, María, contesta.

- Me parece que no ha sido para tanto - dije retadora. Las consecuencias no se hicieron esperar, una fuerte palmada sacudió mi muslo con una oleada de dolor que hizo que se me saltaran las lágrimas. - Vale, vale vale, lo siento, tienes razón, he sido una impertinente.

- No, impertinente es muy suave para calificar tu comportamiento de hoy. Has sido vulgar, soez y me has dejado en evidencia delante de mis amigos.

- Lo siento mucho.

- No, cariño, ahora es cuando lo vas a sentir. Ya sabes, cuenta los azotes de diez en diez y no te pierdas, que empiezo de nuevo.

Levantó el brazo y procedió a propinarme una soberana paliza sobre las nalgas y los muslos, yo conté concentrada los cuarenta azotes hasta que se detuvo. Cuanto más enfadado estaba, más rápido me azotaba y más tardaba en parar para descansar (su mano y mi culo). Yo no veía la hora de que acabara esta vez, había empezado fuerte y duro, sin precalentamiento y la piel me ardía.

Cuando se detuvo, me bajó el pantalón hasta las rodillas para observar mi trasero que seguramente estaba rojo como un tomate. Me acarició espacio mientras me soplaba la piel dolorida.

- No hemos hecho más que empezar, después del castigo de hoy vas a aprender lo que es el respeto y el saber comportarse. - pasaba la mano suavemente por mi culo, recorriéndolo de un lado a otro.

- Lo siento mucho, Luis.

- Te repites, además no creo que lo estés sintiendo demasiado - dicho esto bajó la mano entre mis piernas y deslizó el dedo indice por el interior de mis bragas, introduciéndolo en mi coño que estaba empapado. Comencé a mover la cadera pero se retiró inmediatamente - No estoy jugando, estás castigada hoy sin sexo, señorita.

- Nooooooo - apenas debió oír mi protesta porque comenzó a azotarme de nuevo hasta que conté otros cuarenta. Al terminar me cogió de la oreja y me llevó de nuevo al rincón.

Le noté moverse a mis espaldas y escuché el sonido del móvil, me estaba haciendo fotos. Le encantaba guardarlas para después enviarme entre semana, a cualquier hora del día, una imagen de mi culo rojo por whatsapp con cualquier mensaje del tipo “mira lo que le pasa a las niñas malas”. Esto me provocaba una subida de temperatura y una sonrisa que me duraba hasta el final de la jornada.

Una vez finalizado el reportaje gráfico, le vi pasar a mi lado y entrar en el vestidor. Salió con un cepillo de madera.

- No es justo que me duela más a mí que a ti, ¿verdad? - me dijo mientras golpeaba con ella su mano, sonido que me sacaba de quicio ya que probablemente era el instrumento con el que más odiaba que me castigase. - Ponte a cuatro patas sobre la cama.

Obedecí al instante y me coloqué de un salto sobre el colchón, las piernas alineadas con la cadera, los codos doblados y la cabeza apoyada sobre los antebrazos, él se puso de rodillas a mi lado y me cogió por la cintura. Podía notar su erección en mi costado, cosa que debía molestarle mucho ya que suponía un pequeño triunfo para mí.

Me bajó las bragas y seguramente pudo ver que que estaban bastante mojadas porque me dijo muy enfadado:

- Perfecto, eres tan guarra que no hay forma de castigarte sin que te guste - cuando cambiaba el tono y utilizaba palabras soeces yo ya sabía que luego me follaría, así que me dispuse a aguantar con estoicismo lo que viniera.

Me dio otros cuarenta azotes con la paleta. Desde el numero veinte yo ya tenía la cara surcada de lágrimas y los mocos me resbalaban sobre la boca. Más que contar los golpes, los sollozaba y desde el treinta me parecía una tortura aguantar la posición sin esconder el culo pero sabía bien cuanto le irritaba eso, así que no quería tentar a la suerte y verme empezando de nuevo. Los cuatro últimos me los dio en los muslos, sentí el estallido en la piel suave que seguramente había dejado bien marcada.

Cuando terminó, caí de lado hecha un ovillo, lloraba como una niña y estaba realmente arrepentida de mi comportamiento. Me incorporó cogiéndome de los hombros, y me colocó de rodillas frente a él, entonces, tomó mi cara entre sus manos y me besó largamente en los labios.

- Gracias, Luis, lo siento mucho - le dije con total sinceridad, la excitación se me había pasado, el culo me picaba terriblemente y sabía que las marcas me durarían unos cuantos días en los que me iba a acordar de él cada vez que me sentara.

- Te perdono - me dijo con picardía mientras me empujaba boca abajo sobre la cama - pero recuerda que no te puedes correr hasta que te de permiso o el castigo son… - bajó su cremallera mientras yo contestaba.

- Treinta azotes con el cinturón - no podía aguantar la espera, me moría de ganas de tenerle dentro, hundí la cara el colchón y levanté la cadera para recibirle.

- No te puedes imaginar lo bonita que se te ve desde aquí - le sabía con los ojos clavados en mi culo, mientras me penetraba sin esperar - Estás tan mojada que casi no te siento - susurró en mi oído mientras se movía con fuerza.

Para quien no haya sido azotado nunca de esta manera, es difícil saber lo que ocurre cuando recibes una buena azotaina. Los golpes hacen que toda la circulación alrededor de tu cadera se active, que tu sexo se llene de sangre caliente bombeada directamente con cada azote. El cuerpo, que es muy listo, trata de mitigar el dolor y te provoca un subidón de endorfinas que no se puede comparar a ninguna droga conocida, de tal modo que, cuando llega el sexo, es materialmente imposible no abandonarse. La petición de Luis era irreal.

Me corrí sin esperarle en una sucesión de espasmos, y sabía lo que me tocaba. Salió de mi instantáneamente, me di la vuelta para mirarle.

- ¿Te has corrido?

- No - mentí, a cambio recibí una palmada en mi sexo y me retorcí de dolor - Sí, coño, sí, sí, lo siento - trató de darme otra palmada pero mi postura se lo impidió. De un tirón me colocó boca arriba y levantó mis piernas por delante de mi, sujetándomelas con una sola mano.

- ¿Has dicho “coño”? - sus preguntas retóricas comenzaban a irritarme, él lo sabía y las utilizaba para hacerme perder la calma y que me la jugara con una respuesta inadecuada, para él era un juego tratar de doblegarme durante el castigo, que mi posición y mis palabras demostraran mi sumisión hacia él. Que yo le cediera el control y le dejara ejercerlo era su triunfo.

- Se me ha escapado, lo siento - dije con los ojos cerrados, ya que la postura me degradaba tremendamente.

- Abre los ojos - obedecí y vi que tenía el cinturón la mano - ¿Cuántos son?

- Treinta - contesté apretando los dientes. Además de la humillación, la postura tenía un componente extra, yo no debía moverme ni un milímetro durante los azotes ya que estaba tan expuesta que cualquier desvío accidental podía golpear mi sexo expuesto y hacerme ver las estrellas.

- Cógete la piernas y no las sueltes. - Mientras enrollaba el cinturón en su mano observaba mi coño de forma apreciativa y yo me moría de vergüenza -

Le vi levantar el brazo y sentí de inmediato el estallido del cuero en mi culo. Me encanta el efecto del cinturón, tanto que a veces puedo tener un orgasmo sólo con ser azotada de este modo, pero esta vez no podía perder la concentración, Luis se estaba despachando a gusto. Cuando terminó yo ya no podía más de deseo. Él lo sabía, me había castigado desnudo esta vez y desde mi posición podía ver su polla completamente empalmada.

- No te sueltes - ordenó mientras me montaba. Abrí los ojos para encontrarme con los suyos de un azul encendido, fijos en mi cara. Empujaba con rapidez dentro de mi, volví a cerrarlos mientras me corría una y otra vez aferrada a mis piernas, dócilmente.

Cuando ya no pudo más salió de mi y se masturbó para acabar eyaculando en mis muslos. Extendió su semen sobre mis marcas, que sentí ardientes.

- Ay - proteste débilmente.

- Me dirás que no te ha gustado - contestó mientras se acoplaba a mi lado. Solté mis piernas doloridas por la postura.

- Mmmm, estoy mayor - dije. Él tiró de mi hasta colocarnos en cucharita.

- Pero sigues siendo una malcriada

Alcancé a oír su voz adormilada mientras también me deslizaba en el sueño.

 
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