Homeopatía, el arte de no curar

Madrid

Para mí la noticia no es que la Universidad de Barcelona haya anunciado la desaparición de un máster de homeopatía, sino que existiese. Que efectivamente hubiese gente que pagase casi 7.000 euros por un conocimiento pseudocientífico cuya utilidad es ruinosa. Ruinosa no en cuanto al dinero, que nos importa muy poco en esta vida, sino en cuanto a salud. La homeopatía es el arte de no curar pareciendo que sí lo haces, o sea una costumbre tan dañina como la de enfermar. Y tiene una virtud peligrosa: la de resultar a veces indetectable.

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Como cada vez se denuncia más, la homeopatía empieza a tener ese aire turbio a clandestino y resistencia entre sus fieles. La ventaja es que su arrinconamiento público provoca que cada vez llegue a menos gente, aun siendo muchísima. Pero también que entre sus practicantes empiecen a considerarse una especie de iluminados. Cuando la fe llega a mucha gente se llama religión, cuando llega a poca, se llama secta.

Fue creada a finales del XVIII y con un lema: lo similar cura lo similar. Lo que nos enferma de alguna manera también nos cura. Hay mucha poesía en la historia de la homeopatía, y la verdad es que es muy interesante conocerla. Para no acercarse a ella, pero conocerla.

El público, el paciente, presenta un perfil parecido al del hombre del parque del Retiro que cree estar ganando dinero jugando a los cubiletes con los trileros. Es imposible rescatarlo porque tiene las pupilas dilatadas, está liberando endorfinas y ha visto la gran oportunidad de escapar de la pobreza. Nunca va a ganar. De hecho va a perder todo lo que tiene: se va a ir con menos dinero del que salió de casa. Pero creyó que podía, se vio cerca de burlar al destino. Puede que incluso se sienta bien a pesar de todo. Eso es la homeopatía.