Una gran nación

Madrid

Estoy tan cansada del toreo de salón, tan saturada de broncas y escenografías, que la metafísica del pacto ya me aburre. Es más, lo único que ha logrado interesarme en la última semana ha sido la entrevista de Rajoy en Salvados, y no toda. Me cautivó en concreto su machacona insistencia en favor del pensamiento positivo. Unos minutos antes de que conociéramos los papeles de Panamá, Rajoy pedía que no se hablara tanto de la corrupción, porque la mayoría de los españoles no eran corruptos. Siguiendo ese razonamiento, y por una analogía elemental, no deberíamos denunciar los crímenes machistas, ya que la mayor parte de los maridos no mata a sus mujeres, ni preocuparnos por los accidentes de tráfico, puesto que la mayor parte de los conductores no se estrella con su coche. Tampoco existirían razones para alarmarse por el terrorismo yihadista, porque una abrumadora mayoría de ciudadanos europeos no muere a diario en un atentado.

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La puerilidad de este argumento, impropio de la solvencia intelectual que se esperaría del presidente, aun en funciones, de lo que él mismo define como una gran nación, me parece sobrecogedora, pero sus consecuencias resultan aún más inquietantes. Primar la cantidad sobre la calidad es el primer paso hacia la barbarie. La sonrisa que Rajoy ofreció a Évole explica por sí sola los recortes de la última legislatura. ¿Por qué preocuparse por los trabajadores pobres, por los parados, por la desnutrición infantil, cuando las terrazas están llenas de españoles tomando cañas? Así es la gran nación donde vivimos.