El paraíso radiactivo de Chernóbil
30 años después del accidente nuclear de Chernóbil, determinadas especies de mamíferos no sólo no han decrecido en la zona más afectada por la catástrofe, sino que han aumentado. Son animales, eso sí, contaminados, pero beneficiados por la ausencia de actividad humana
El accidente de la central de Chernóbil (Ucrania), el 26 de abril de 1986, ha sido el más grave de la historia. Provocó 31 muertes directas, aunque unos 5 millones de personas han vivido en zonas contaminadas. Tres décadas después, aún no existen datos o estudios sobre las víctimas indirectas de la radiación, ni sobre las enfermedades que han desarrollado. Tras el siniestro se establecieron cuatro zonas de exclusión en tres países: Ucrania, Bielorrusia y Rusia. Decenas de miles de personas fueron evacuadas, y esos territorios quedaron prácticamente despoblados de vida humana.
Según un estudio realizado por científicos europeos, publicado hace unos meses en Current Biology, la desaparición del hombre de las zonas más contaminadas, especialmente en la parte de Bielorrusia, ha provocado que el número de animales silvestres se dispare de forma llamativa. Son ejemplares de ciervos, alces, lobos, caballos o jabalíes que, al no existir actividad económica ni presencia humana, se han reproducido en libertad, a pesar de la radiación que lo contamina todo y de los cazadores que buscan aprovecharse de la situación.
La zona bien podría parecerse a un paraíso, donde los animales viven y se reproducen a sus anchas. Pero esa imagen no es más que un espejismo. La radiactividad ha creado una fauna contaminada, con desaparición de algunas especies, y afectada por tumores y mutaciones. Algo fácil de entender, porque la radiación no se ve, pero está presente en la tierra y en las plantas, y a través de ellas pasa a los animales que la pisan o que se alimentan de lo que allí crece.
La responsable de la campaña de energía nuclear de Greenpeace, Raquel Montón, señala que “los animales no tienen medidores de radiactividad, no saben a qué se exponen. Por tanto, una vez que se ha evitado la presión humana, esos animales inician la repoblación y parece que la vida vuelve a esas zonas. Pero, realmente, son vidas truncadas. Y, además, esos animales, luego, pueden extender esa contaminación a la que se ven sometidos. Porque los pájaros vuelan y los insectos también lo hacen”.
Otro problema, relacionado en este caso con la vegetación, es el número de incendios que durante estos años se han producido en las áreas contaminadas y despobladas. Según Raquel Montón, la radiación se eleva y se desplaza por el aire, a través del humo de las zonas quemadas. “Ese retorno de la contaminación, puesta de nuevo en el aire, vuelve a empapar y a contaminar otros lugares. Cuando se produce un accidente nuclear, la contaminación no para nunca”.
Carlos Cala
Empieza en la radio en 1992, en la emisora de la Cadena SER en Morón de la Frontera, trabajo que simultanea...