El folclore de la corrupción española

Madrid

De las visitas del secretario general del PP madrileño a Sevilla me escandaliza todo, pero en realidad no me escandaliza nada, lo cual supone el mayor escándalo. Hace tiempo que el escándalo en España es no quemar nada. Y la única lección de Granados es que en este país siempre, siempre, cuando uno decide cruzar la línea roja, que es la línea que separa lo legal de lo ilegal, se va directamente a Torrente, nunca a Corleone.

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Eso no es bueno ni es malo, es parte del folclore. Eso sí, a los Corleone, aunque maten muy elegantes, se les presupone el crimen; a los Torrente, se les presupone la defensa de la ley, la representación del ciudadano. Y sobre todo la cutrez. Tiras del hilo desde la Operación Malaya y te encuentras el mismo escenario: cabezas de animales en las paredes, joyas estúpidas regaladas con pretensión de agradar, cuentas pagadas por un constructor y prostitutas de confianza. Es el mural de la caspa española en el delito. La recalificación del suelo siempre ha implicado aquí una recalificación mayor: la recalificación moral.

En la cultura del regalo no hay ninguna sofisticación, nada que vaya a enterrar la imagen de aquella réplica de Miró en un cuarto de baño que tenía Juan Antonio Roca. Ni un avance desde entonces en el gusto español, ni un refinamiento. Caballos, relojes y prostitutas de confianza, que es probablemente uno de los sintagmas más despreciables que han aparecido en un auto judicial. Y que revelan en realidad un deseo a la altura de estos personajes: muchachas pagadas para tener sexo, para comportarse y para callar. Exactamente lo que no sabían hacer ellos: vendían su cuerpo y su alma, lo contaban, lo exhibían y vivían no sólo a espaldas de la justicia, sino también de cara.